El gran beneficio de las parejas mixtas

Malick y Luna se conocieron a ritmo de rap en una discoteca sevillana en 2010. Él de Louga, Senegal; ella de la barriada de Pino Montano, Sevilla capital. Él de 1,95, piel negra y musulmán; ella de 1,62, tez blanca y agnóstica. Sonó un tema old school y él, extrañado de que aquella chica blanca sin apariencia de gustarle el hip hop lo conociera, se acercó a hablarle. La globalización también tiene estas cosas: genera identidades compartidas en gentes de países y realidades socioculturales muy distantes.

Desde aquella noche Malick y Luna unieron sus vidas, y unos años después crearon una nueva. Tras mucho sufrimiento, esfuerzo y fortuna, Malick había conseguido representar lo que desde aquí llamamos una historia exitosa de integración: familia, trabajo, papeles, amigos y redes de aquí y de allá… Hasta que hace poco el azar biológico se lo llevó del modo más absurdo e inesperado. Quienes le conocíamos no encontrábamos explicación para que a alguien tan joven (32), fuerte y de hábitos saludables se le acabara la vida tan súbitamente. Fallo cardiovascular mientras llevaba en coche a su hijo al colegio. Lo dicho, puro azar. Y todo después de que su durísima historia de vida, como la de tantos otros inmigrantes, hubiera llegado a aquel punto de calma y relativa estabilidad, alcanzando aquello que anhelaba cuando con 22 años dejó atrás a su familia y su país. Demasiado crueles las paradojas que a veces arroja el destino.

Su despedida pública, en el tanatorio, parecía una especie de triste encuentro bilateral entre España y Senegal. Allí asistí a una escena que jamás olvidaré; escena-vacuna para esa xenofobia populista, racista e islamófoba que parece no dejar de aumentar en Europa y en EE UU con el propósito expreso de proteger supuestas identidades nacionales. En un momento dado, un joven de origen senegalés nos pidió a los españoles presentes que nos acercáramos. Sin saber muy bien lo que hacíamos, acabamos completando con nuestros cuerpos un círculo que los senegaleses habían comenzado. En el centro, quien después supe que era el presidente de una asociación local del país africano. Éste se situó frente al padre de Luna y, en el respetuoso silencio que se hizo en la sala, comenzó un discurso improvisado que derivó en un emotivo diálogo entre ambos y, por extensión, entre la comunidad senegalesa y la familia de la mujer de Malick. El primer hombre le expresó al segundo y a los suyos su gratitud por haber acogido como parte de su familia al compañero y compatriota que se les había ido. Les explicó también que, a partir de entonces, les mantendrían informados de todos los pasos que acordaran hasta hacer llegar el cuerpo de Malick a su tierra de origen, y ofreció su apoyo a Luna y al pequeño, así como un vínculo duradero para el futuro. El segundo hombre les expresó al primero y a los suyos su dolor, porque Malick había sido como un hijo para él y su esposa, agradeció lo dicho y recogió así el guante del vínculo ofrecido. El profundo respeto y la empatía que las palabras y gestos de ambos transmitieron dibujaron una escena rebosante de humanidad, ciega ante las diferencias de color, nacionalidad y credo.

Las parejas binacionales o mixtas son una realidad creciente en España y en el conjunto de Europa en las últimas décadas. Por ejemplo, según el INE, en un 16% de los matrimonios contraídos en España en 2015 uno de los cónyuges era extranjero. Las parejas mixtas son una inevitable y estupenda consecuencia de la dimensión humana de esta paradójica globalización. Principalmente, porque constituyen espacios sociales de multi, inter y hasta trans-culturalidad. Es decir, en ellas las culturas de cada uno de los miembros no solo coexisten, sino que a menudo se ponen en diálogo, interactúan e incluso se transgreden voluntariamente sus límites establecidos dando lugar a hibridaciones culturales.

Las parejas mixtas son con frecuencia, por tanto, espacios de entendimiento, intercambio y creación cultural. Además, su radio de acción no se limita al ámbito más íntimo, sino que a menudo se extiende también —en un nivel superior— al entorno social más inmediato. Así, la familia, las amistades, la vecindad, el barrio o el pueblo también pueden verse positivamente afectados, ayudando a combatir en ellos estereotipos y a normalizar situaciones de multiculturalidad. En los tiempos que corren, muchas parejas mixtas son, en definitiva, maravillosas lecciones en el nivel micro de cómo el origen nacional, cultural, social, la raza o la religión no tienen por qué ser barreras para la convivencia. Casos como el del Malick y Luna son un perfecto ejemplo de ello.

Alberto Álvarez de Sotomayor es doctor en Sociología y profesor en la Universidad de Córdoba.

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