El gran eje iberoamericano

“Si hubiera que empezar de nuevo, empezaría por la educación”. Esta afirmación, que se atribuye comúnmente a Jean Monnet, uno de los padres de la Unión Europea, quizá premonitoria de actuales dificultades, puede ser útil para reflexionar sobre el momento que vive Iberoamérica como consecuencia de los cambios políticos recientes, las indeseables presiones ajenas que hoy sufre y la necesidad de llevar a cabo un nuevo proceso de integración regional que le permita competir en un mundo cada vez más tecnológico, globalizado y cambiante, para con ello lograr mejores niveles de seguridad y cohesión interna que aporten más bienestar a la región y a sus ciudadanos.

No obstante los recientes esfuerzos realizados a favor de la educación, las evaluaciones internacionales más solventes ponen de manifiesto que la educación de la región es deficiente en calidad y equidad. Sus estudiantes sufren un desfase promedio, con respecto a sus colegas de los países de la OCDE, de dos cursos escolares y el origen social llega a producir un retraso de hasta tres o cuatro cursos en alumnos de la misma edad. La brecha, en cuanto a aprendizajes y competencias, con otras regiones del mundo con las que debe competir es grande, así como insoportables desigualdades educativas existentes entre países y entre ciudadanos: en opinión de los expresidentes de Chile y de México, Ricardo Lagos y Ernesto Zedillo, mejorar la calidad de la educación iberoamericana representa la diferencia entre estancamiento y desarrollo.

Ante situaciones como la descrita, Andreas Schleicher, director de Educación y Competencias de la OCDE, afirma que el empleo, la riqueza, y el bienestar individual dependen solo de lo que las personas saben y de lo que pueden hacer con ello, así como que sin competencias adecuadas las personas terminan en los márgenes de la sociedad, los avances tecnológicos no se traducirán en crecimiento económico y, entre otros efectos negativos, los países perderán el aglutinante que mantiene cohesionadas a las sociedades democráticas.

El incremento de la cobertura es el avance cuantitativo más notable logrado recientemente en Iberoamérica: es ya casi total en educación primaria y básica y se han producido importantes mejoras de escolarización en educación infantil y secundaria. También ha ocurrido algo similar en la educación superior, nivel en el que en breve plazo de tiempo se ha llegado al impresionante número de veinticinco millones de alumnos, con más de tres millones de egresados por año de las miles de instituciones de educación superior existentes en la región.

Logros que se convierten en retos al comprobar que, no obstante mejoras recientes, nuestros países ocupan las últimas posiciones del mundo en las evaluaciones externas estandarizadas de la educación, que persiste una insuficiente cobertura y calidad de la oferta en una etapa crítica como es la primera infancia, y que la expansión de la educación superior se debe en buena medida al incremento desmesurado de una oferta privada que registra un crecimiento líder a nivel mundial, a la que acceden mayoritariamente los hijos de los sectores sociales más favorecidos: los que superan en una alta proporción la educación secundaria, alumnos procedentes de las familias con más recursos económicos quienes, además, también se benefician en mayor medida de la oferta gratuita o semigratuita de las universidades públicas financiadas gracias al esfuerzo fiscal de todos.

En consecuencia, la educación puede ser el eje articulador a través del cual se impulse un nuevo proceso que dé continuidad a una histórica y perseverante vocación integradora subregional y regional iberoamericana y que sea capaz de aportar cohesión y fortaleza a la región, en un contexto mundial cada vez más competitivo e incierto.

Para ello, como defiende un reciente informe del Diálogo Interamericano, es preciso alcanzar un amplio pacto social por la educación cuyas prioridades sean la extensión y mejora de la educación infantil, contar con profesores más competentes, desarrollar sistemas de evaluación de aprendizajes y competencias más creíbles y orientados a la mejora de la gestión, aprovechar la tecnología para mejorar la calidad, hacer que la educación secundaria y terciaria sean más relevantes, es decir acordes con las actuales necesidades de competitividad y empleo, promover un ambicioso programa que combine la internacionalización de nuestras universidades y la movilidad regional de sus estudiantes y contar con sistemas de financiamiento mixtos sustentables y equitativos.

Un pacto construido en el Marco Global de Acción 2030 para el Desarrollo aprobado por Naciones Unidas, a partir de necesidades y expectativas bien identificadas y compartidas de acuerdo con la abundante y rigurosa información disponible, en el que los poderes públicos regionales y nacionales ejerzan las competencias reguladoras que habitualmente han desempeñado y, además, asuman competencias inversoras y evaluadoras comunes. No hay soluciones mágicas ni necesidad de raros inventos: hoy todos sabemos que existen variados precedentes en otros lugares del mundo, válidos para cada contexto, citados con frecuencia como políticas exitosas, que demuestran la posibilidad de tener sociedades más fuertes y desarrolladas con la aplicación de políticas educativas eficaces y eficientes, construidas desde el consenso, que pueden llevarse a cabo en plazos razonables de tiempo.

Mariano Jabonero es director de Educación de la Fundación Santillana.

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