El Gran Latigazo

Gracias a la historia conocemos la devastación que causó la Gran Depresión en la década de 1930 y, gracias a nuestra propia experiencia, la mayoría de nosotros conocemos la Gran Recesión posterior a la crisis financiera de 2008. Pero nunca vimos algo como la crisis de la COVID-19. La pandemia dejará profundas cicatrices psicológicas, pero su característica más llamativa es la velocidad y ferocidad con que los esfuerzos por contenerla golpearon a la economía mundial. Llamémoslo el Gran Latigazo.

En Estados Unidos, más de 17 millones de personas solicitaron beneficios por desempleo en el último mes. En la semana del 28 de marzo se registró un récord cuando 6,9 millones de personas se inscribieron para recibirlos, un dato que hubiese resultado increíble tan solo unas semanas antes, cuando lo normal era medio millón por semana. El Banco de la Reserva Federal de St. Louis estima que para mediados de esta año, la tasa de desempleo en EE. UU. podría alcanzar el 32,1 % y superar su máximo anterior del 24,9 %, que tuvo lugar en 1933.

A partir de estas estadísticas poco sistemáticas del mundo desarrollado, queda claro que la situación es alarmante. En su reciente informe Africa’s Pulse (El Pulso de África), el Banco Mundial estima que la economía del África subsahariana podría contraerse el 5,1 % en 2020 —cuando el año pasado experimentó un crecimiento del 2,4 %—. Sudáfrica, Nigeria y Angola sufrirían golpes particularmente intensos. Sudáfrica —correctamente elogiada por sus tempranas y duras medidas de contención— también sufrió la salida de 175 000 millones de USD de capital en carteras de inversión, lo que causó una brusca depreciación del rand.

La preocupación más urgente del África, sin embargo, es la escasez de productos esenciales, especialmente de alimentos. En Banco Mundial prevé que la caída de la producción agrícola será al menos del 2,6 % y podría llegar al 7 %. Las importaciones de alimentos sufrirían una baja de entre el 13 % y el 25 %.

A pesar de estas lúgubres predicciones, hay motivos para mantener la esperanza. Gracias a los recursos científicos conseguidos en todo el mundo, que reflejan una comunión de objetivos rara vez presenciada en la historia humana, nuestra confusión inicial gradualmente está dando paso a cierta comprensión sobre la forma en que se difunde la COVID-19 y cómo podemos contenerla sin provocar hambre y pobreza generalizados.

Los gobiernos ya han reasignado recursos considerables para combatir la pandemia. En EE. UU., un buque hospital de la Marina fue destinado al puerto de Nueva York para aliviar la presión sobre los hospitales de esa ciudad. En China se construyeron hospitales especiales para la COVID-19 en tiempo récord. India está convirtiendo 5000 vagones de tren en salas de aislamiento y los famosos Hoteles Taj en Bombay son usados para alojar al personal sanitario en la primera línea de combate, que debe mantenerse en cuarentena entre sus turnos de trabajo.

Mientras tanto, con análisis de detección de COVID-19 financiados por el gobierno, que la gente puede hacer sin salir de sus automóviles, Corea del Sur logró la mayor tasa de pruebas de laboratorio. Aplicando esas lecciones, Sudáfrica se ha convertido en líder en análisis rápidos y asignó unidades móviles de análisis a las zonas densamente pobladas. El gobierno planea aumentar su capacidad a 30 000 pruebas por día para fines de abril.

Los análisis a gran escala son fundamentales para que los gobiernos puedan diseñar políticas que limiten los costos de la crisis y protejan, al mismo tiempo, la salud pública. En este caso, hay que prestar especial atención a lo que los epidemiólogos llaman el «ritmo básico de reproducción» o R0.

El R0 de una enfermedad infecciosa es la cantidad promedio de personas a quienes alguien ya infectado probablemente transmitirá la enfermedad. Actualmente se estima el R0 de la COVID-19 en aproximadamente 2,5. Para que los contagios disminuyan con el tiempo, ese número debe ser menor que uno.

Aunque no podemos hacer que la COVID-19 sea menos contagiosa, podemos reducir su R0 a través del comportamiento y las normas sociales, como el distanciamiento social. Dadas las dificultades de los confinamientos y cuarentenas indiscriminados, debiéramos limitar el acceso a las áreas donde se concentran los contagios —identificadas gracias a una mayor cantidad de análisis— y permitir que la economía continúe funcionando en otros lugares (implementando normas adecuadas de distanciamiento).

Se podría entonces hacer envíos de alimentos y servicios de salud hasta las puertas de quienes estén confinados. El distrito indio de Kerala, que según las evidencias iniciales está logrando mantener acotado su R0, ha distribuido alimentos ya preparados a quienes los necesitan, implementando al mismo tiempo agresivos protocolos de análisis, rastreo de contactos y cuarentenas.

Otros países están encontrando formas innovadoras para proteger a sus ciudadanos in anular la economía. Por ejemplo, en vez de cerrar Atikilit Tera, el gigantesco mercado de frutas y verduras en Adís Abeba, las autoridades etíopes lo reubicaron en un gran espacio abierto, donde se pueden cumplir las medidas de distanciamiento social.

Todavía desconocemos mucho sobre la COVID-19, una realidad que debiera inspirar tanto preocupación como esperanza. Continúa siendo un misterio por qué la incidencia de la enfermedad ha sido baja en África, el sur de Asia y grandes sectores de América Latina.

Los países con menores tasas de contagio no están más aislados. Bangladés (que ha registrado 1000 casos) tiene una de las poblaciones más itinerantes del mundo y Etiopía (con menos de 80 casos confirmados) mantiene profundos vínculos con China.

Por supuesto, las bajas cifras de contagios confirmados se pueden explicar en parte por la insuficiente cantidad de análisis. Pero estamos registrando las muertes con mayor precisión que los contagios y la cantidad de fallecimientos sugiere, al menos, que hasta el momento la COVID-19 puede tener una menor tasa de mortalidad en esas regiones.

Todavía puede ocurrir un repentino aumento de los contagios y debemos tomar todas las precauciones posibles para evitarlo, pero antes de embarcarnos en la histeria colectiva, debemos recordar que fue una estupidez confiarnos durante los primeros meses cuando apareció la COVID-19. Mareados por el latigazo, podemos cometer una estupidez semejante si suponemos que solo nos espera el desastre. En este sentido, nuestros malos antecedentes para los pronósticos pueden brindarnos algún consuelo.

Kaushik Basu, former Chief Economist of the World Bank and former Chief Economic Adviser to the Government of India, is Professor of Economics at Cornell University and Nonresident Senior Fellow at the Brookings Institution.

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