El gran sancocho, la receta del triunfo colombiano

Los jugadores de la selección colombiana se abrazan antes del comienzo del partido contra Polonia. Credit Sergei Grits/Associated Press
Los jugadores de la selección colombiana se abrazan antes del comienzo del partido contra Polonia. Credit Sergei Grits/Associated Press

Hay países donde es posible concertar esfuerzos y capacidades en busca del bien común. En otros impera una noción individualista de la vida que dificulta alcanzar logros colectivos. Yu Takeuchi, profesor japonés que laboraba en la Universidad Nacional de Colombia, lo planteó así: “Un colombiano promedio es más inteligente que un japonés promedio, pero esos dos japoneses juntos suelen actuar de modo más inteligente que dos colombianos juntos”.

En Colombia muchas selecciones de fútbol talentosísimas han fracasado por su incapacidad de trabajar en equipo. Lo mismo ha pasado en otros ámbitos. Es un rasgo de nuestro ADN. Entre nosotros abundan los grupos de trabajo compuestos por gente que confía a ciegas en sus propios planes y desconfía demasiado de los ajenos. Así se han ido al traste las mejores iniciativas.

Jaime Bateman Cayón, uno de los fundadores del antiguo movimiento guerrillero M-19, solía decir que para arreglar los problemas de Colombia había que organizar un gran sancocho nacional. Era su manera de advertir que sin un esfuerzo conjunto seguiríamos condenados al naufragio.

El sancocho es una sopa incluyente que lo mismo tolera una papa andina que una yuca Caribe. En él se zanja, por fin, la distancia que separa un condimento de la selva de una carne de las llanuras.

Ayer la selección de Colombia interpretó a cabalidad la vieja metáfora. Los jugadores, procedentes de regiones diversas, trabajaron hombro a hombro hasta lograr el mejor cocido posible, uno en que los ingredientes individuales —pimienta de los bogas del Pacífico, maíz de los arrieros antioqueños, arracacha de los labriegos santandereanos, pescados de los puertos caribeños—, fueran valiosos pero no más importantes que el gran sancocho final.

Hacía bastante tiempo que la selección de Colombia no organizaba un convite tan exquisito. Después del Mundial de 2014 comenzó un relevo generacional plagado de complicaciones. El equipo sufrió descalabros sucesivos en la Copa América y se vio en aprietos para clasificar al Mundial de Rusia. Parecía que el colectivo era incapaz de asimilar la renovación en varias de sus posiciones y, en consecuencia, habíamos regresado al tiempo en que cada jugador pretendía sazonar el caldo a su manera.

Hace tres meses, en un partido amistoso ante Francia, Colombia mostró destellos del fútbol lírico con el que maravilló a los expertos cuatro años atrás y, además, dio una exhibición de coraje: tras ir perdiendo por dos goles de diferencia, logró la victoria.

El equipo viajó al Mundial sin despertar entre sus conciudadanos el optimismo irracional de otras ocasiones. Acaso el clima de mesura es lo mejor que le puede suceder, pues los futbolistas colombianos suelen dejarse perturbar por las atmósferas triunfalistas.

Ayer, ante Polonia, Colombia multiplicó el talento porque sumó los esfuerzos individuales. Como en el cocinado que proponía Bateman, acopló sus gracias de manera certera, lo afro con lo indígena, lo blanco con lo mestizo, lo serrano con lo costeño. Así ganó el derecho a celebrar eso que Neruda llamaba “la justicia del almuerzo”. Terminado el banquete, Juan Guillermo Cuadrado soltó una conclusión pertinente: “El yo nunca será más importante que el nosotros”.

Si recuerdan tal sentencia el próximo jueves, cuando se enfrenten a Senegal, nuestros jugadores tendrán posibilidades de avanzar a la siguiente fase del Mundial Rusia 2018. Yerry Mina, zaguero central, acude en este punto a otra metáfora gastronómica para sellar la promesa de que se esforzarán:

“Vamos a jugar con papa y yuca, como dicen en mi pueblo”.

James, Falcao, Cuadrado, Quintero y el resto de la tropa parecen convencidos de que el gran sancocho nacional es una utopía que merece ser defendida por todos.

Alberto Salcedo Ramos.

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