El grano y la paja

Los estudiantes de Derecho de mi generación recordamos una célebre frase hecha del prestigioso civilista y temido profesor De Castro: «Se dice que el concepto de Derecho ha hecho correr ríos de tinta». La licencia retórica nos sumía en una gran angustia ante el presagio de una lista interminable de autores, escuelas y doctrinas. La angustia estaba justificada. Las avalanchas académicas de sabiduría, ya se sabe. Don Joaquin Garrigues, el «divino», con quien tuve el honor de trabajar, era autor de otra frase mítica para sus alumnos: «El Derecho Mercantil es un concepto bifronte». En una visita con mi abuelo Pemán a Miguel Delibes, en su despacho de director del «Norte de Castilla», recordó la frase como brillante y dijo que Garrigues había sido para él escuela de estilo en el escribir.

La pandemia de Covid-19 (nomenclatura burocrática de la OMS), virus chino (según Trump, con más intencionalidad política que precisión geográfica), o coronavirus a secas (para el común de los mortales), ha hecho fluir en un par de meses, a lo largo y ancho del planeta, cien veces más ríos de tinta que los que en muchos siglos hizo correr el concepto de Derecho. Ríos caudalosos acompañados de cataratas de horas de televisión y de mareas infinitas de radio. La cobertura de la pandemia supera la de cualquier otro acontecimiento en la historia, incluida la guerra. Los demás asuntos han quedados relegados al olvido. Todo se ha dicho y repetido hasta la saciedad. Es un fenómeno imparable sin visos de terminar, ya sea por sentido de responsabilidad de los medios, por puro afán de aumentar audiencias, o por arrimar el ascua a una determinada posición política. De todo hay.

El grano y la pajaEn este inmenso mar de información, entre los múltiples ángulos, cifras y datos del problema, pocos han centrado la esencia de la cuestión. No es fácil superar las limitaciones que conlleva toda simplificación. A mi modo de ver lo ha logrado plenamente, con mil palabras, el corresponsal de ABC en Pekín, Pablo M. Díez en su Tercera del pasado martes 12 de mayo. Tiene el aval de haber sido augur insistente del desastre en sus crónicas desde China, cuando la pandemia era solamente una epidemia local. Su lúcido análisis se puede sintetizar en una sola palabra: irresponsabilidad. No es concebible que se haya reaccionado con tanta tardanza e improvisación -es decir, irresponsablemente- ante un desastre anunciado.

El Covid-19 también recuerda la frase del divino Garrigues: es una crisis bifronte. Su frente más dramático es el sanitario, porque la salud y la vida son activos principales. El segundo es la recesión económica. Ya está aquí. Avanza inexorablemente. Con su secuela de paro también se convertirá en dramático. De nuevo hay atisbos de retraso irresponsable en la preparación de la defensa de esta segunda parte de la batalla.

Durante la fase sanitaria de la crisis se ha demostrado una capacidad de gestión claramente insuficiente. Las mismas deficiencias ya se apuntan en el comienzo de la recesión. Se insiste desde la derecha en atribuir a la ideología la causa de los graves fallos de gestión. Para mí, hasta ahora, lo ha sido solo en una pequeña parte. Hace ya muchos años que bajo derecha o izquierda vivimos en una socialdemocracia cuyo objetivo es básicamente el mismo: el llamado estado del bienestar. Las advocaciones desaforadas de la izquierda al feminismo, la ecología, el cambio climático, etc. etc. eran una cortina de humo para ocultar esa realidad. El chavismo de Podemos es otra cosa. Las arengas demagógicas, el «exprópiese» y el gastar lo que no se tiene, no conducen a otro lugar que al caos. Si a Sánchez se le desembrida Podemos, el desastre en esta segunda fase -económica- de la crisis está garantizado.

Gestionar algo tan complejo como un Estado moderno en una grave situación de pandemia y de recesión económica no es un problema ideológico, o lo es limitadamente. La capacidad de gestión no se suple con ideología. Requiere formación y experiencia. No la hay. La ideología es terreno que admite llamadas a la unidad, aplausos, discursos y transacciones. La capacidad de gestión, por desgracia, no se improvisa ni se apuntala fácilmente desde fuera del Gobierno, si no es con el concurso de los hombres de negro de Bruselas, que añaden sufrimiento a la nación.

En los países democráticos, los gobiernos están sometidos a responsabilidad política en el ejercicio de sus funciones. La responsabilidad política es de naturaleza objetiva: se invierte la carga de la prueba; se diluye la intencionalidad y se prima el resultado; se excluye la aplicación de muchas tecnologías legales destinadas a salvaguardar culpabilidades dudosas cuando se trata de la responsabilidad ordinaria, civil o penal, de los ciudadanos de a pie. Algunos medios anuncian acciones judiciales contra los responsables políticos por la gestión de la crisis. Quienes las promueven sabrán lo que hacen; el Estado de Derecho, formalmente, les ampara. Pero los tribunales no son el foro adecuado para la exigencia de la responsabilidad política. Ésta se dilucida en el Parlamento y en la Prensa libre. La última instancia son los ciudadanos en las elecciones. Ahí es donde el pueblo tiene que instruir, juzgar, y condenar o absolver. Las elecciones son el Tribunal Supremo del juicio por responsabilidad política.

La izquierda, cerrando los ojos ante la evidencia del riesgo, ha promovido un gobierno con Podemos e independentistas. El centro-derecha ha coadyuvado con su absurda y miope división. Todo era esperable. El pueblo español ha votado lo que hay. Ha fallado temporalmente, con absolución, el juicio de responsabilidad al Gobierno Sánchez. Si el Parlamento no lo remedia -no parece probable- habrá que esperar a las próximas elecciones. Entre tanto, quejarse es legítimo pero poco eficaz.

Fui escéptico inicialmente. Rectifiqué cuando vi lo de Italia. En estas paginas escribí entonces lo siguiente: la primera reacción en el mundo civilizado ante la pandemia fue la sorpresa. A la sorpresa siguió la incredulidad, después vino el miedo y al miedo, cuando comience la recesión, le seguirá la ira.

Me ratifico en el pronóstico.

Daniel García-Pita Pemán es miembro correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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