El guardián de Tarantino

Publicaba hace unos días The Guardian un artículo —o así—, de un caballero titulado Roy Chacko, a quien uno imagina felizmente indignado por recibir en su correo una docena diaria de alertas de Google desde entonces. El titular rezaba: «End of the affair: why it’s time to cancel Quentin Tarantino». No estoy seguro de ser capaz de traducir «cancel» en este contexto, pero, asumiendo que nadie quiere acabar con Tarantino, sino sólo devolverlo al lado correcto de la vida, hagamos como que el texto dice: «Se acabó el romance: por qué es hora de cortar con Quentin Tarantino». Este es el titular, claro, el titular nunca es el texto, los titulares nacieron precisamente para ahogar el texto, para hacer gritar a cualquier frase y teñir con ella (bañar con ella en pintura) todo intento de lectura desprejuiciada del resto. Sucede, sin embargo, que en el artículo de The Guardian no hay mucho más que ese título, que ni siquiera recurre a la interrogación para hacer pasar por debate lo no es sino axioma. El artículo expone una tesis sin análisis que parte de la misma verdad indubitada a la que llega y apenas recurre a un par de ejemplos que parezcan, de lejos, sustentarla: hay que acabar con Tarantino (con su cine, deduzco) por el inadmisible despliegue de violencia que ejerce sobre la mujer. Para ello mezcla realidad (el accidente real que Uma Thurman sufrió en el rodaje de Kill Bill, presionada para hacer una toma sin la preparación debida) y ficción (las palizas que recibe su personaje en la pantalla), y selecciona como sólo un niño sabría hacerlo los dos o tres ejemplos que parecen darle la razón, no porque no haya más, sino por falta de estímulo para buscarlos: algunas verdades se demuestran solas.

Dice Roy Chacko que ya en Reservoir Dogs los dos únicos personajes femeninos aparecen acreditados como «Mujer disparada» y «Mujer zarandeada», descripciones, por lo demás, bastante exactas de cuanto les sucede en una pesadilla protagonizada, no lo olvidemos, por hombres. Estas dos mujeres cuyas vidas se cruzan brevísima e infelizmente con las de una banda criminal sólo aparecen en pantalla unos segundos, así que reciben la designación descriptiva que acostumbran a recibir los «Hombre que grita» y «Bandolero 2» que en el mundo han sido. Olvida el articulista que, de la jauría masculina que da título a la película, muere de forma violenta cada uno de sus miembros, del señor Naranja al Marrón, pasando por el Azul, con la improbable excepción del señor Rosa, Steve Buscemi. Olvida también decir que Michael Madsen le arranca de forma horrible la oreja a un policía (hombre) antes de morir acribillado a tiros por un malherido Tim Roth, que evita así, unos minutos antes de morir él mismo, que Madsen queme vivo al agente torturado. Se diría que las películas de Tarantino son violentas…

Roy Chacko no menciona Jackie Brown, película que comparte nombre con su irrefutable protagonista, que ya no es «Azafata 1», sino una mujer compleja, inteligente y fuerte, como suelen serlo, vaya por Dios, las heroínas de Tarantino. Menciona en cambio la violencia que en Pulp Fiction sufre Uma Thurman cuando alguien la rescata de una sobredosis letal clavándole en el corazón una jeringuilla de adrenalina (la violencia que ejerce el cirujano cuando sierra el miembro gangrenado del paciente para evitarle la muerte dulce que, por lo visto, merecía), aunque admite con deportividad que en Pulp Fiction también salen malparados algunos varones (que como salen es sodomizados, atravesados por espadas, acribillados a plomo en las posturas más diversas o con lo mejor y lo peor de sus sesos esparcidos por el interior de un coche con olor a testosterona y hamburguesa).

No tengo pretensión ni motivo para rebatir uno por uno los argumentos de Roy Chacko, que por otro lado son tres, quizá uno solo. Pero llama la atención el modo en que parece perturbarle la violencia que soporta de nuevo Uma Thurman en Kill Bill (eccehomo frecuente, es cierto, de chándal amarillo), pero no la que procuran las implacables asesinas que empapan de rojo la butaca para escarmiento general del respetable. Tampoco parece perturbarle la violencia que la propia Thurman inflige (su personaje, se entiende) a un buen puñado de semovientes, hombres y mujeres sin distingo (acaso sea esa la clave de todo), hasta madrugarse por fin al mismísimo Bill, que es lo que el título recomienda, no sin antes herir, asesinar y torturar a toda una pléyade de obstáculos humanos en su venganza definitiva.

Sin meternos en jardines semánticos, y mucho menos ideológicos, inevitablemente sembrados de trampas (para eso están): pocas filmografías recuerda este escribidor más innegociablemente feministas que la de Tarantino, sin la menor tentación aleccionadora o condescendiente, sin resabios paternalistas, sin doctrina, pocas carreras en el cine con mujeres más fuertes, poliédricas y activas, que sufran y hagan sufrir, odien y amen, den consuelo o lo arrebatan, vivan y mueran —y maten—, en radical igualdad de condiciones con cualquier personaje masculino. Ese mismo paternalismo que Tarantino en general elude es el que a Chacko (de corte a checa) le sobra cuando remata su tambaleante columna de la siguiente manera: «Su próxima película podría ser diferente, quizá nos encontremos a un Tarantino más contrito; aunque cabe preguntarse si debemos molestarnos en averiguarlo». Así imagina a Tarantino el columnista bueno: arrodillado y arrepentido. Arrepentido tarde, para que ni su contrición baste.

Uno ya no se cuestiona cómo ciertas interpretaciones son posibles, las propias merecen igual indulgencia. Como toda certeza. Uno se pregunta, sin embargo, si tales reprobaciones no deberían sostenerse en mejor andamio, para traspasar al menos el filtro que antes aseguraba exigir cualquier periódico.

Rodrigo Cortés es cineasta y escritor.

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