El hijo del 'crack'

Como estaba previsto, Barack Obama, el afroamericano de Harvard, ha derrotado a John McCain, el héroe de Vietnam. Cuando escribo estas líneas la ventaja del senador de Illinois es tan importante que hace prácticamente imposible el triunfo del viejo senador por Arizona. Ohio, el tradicional «pasaporte» republicano para la Casa Blanca, se ha decantado demócrata dándole la llave a Obama. Faltan todavía California y Florida, pero la suerte parece echada ante el triunfo de Obama en estados como Pensilvania, Nuevo México e Iowa. ¿Demasiado pronto para hacer un análisis de lo ocurrido? Tal vez, pero precisamente porque esta campaña ha resultado la más larga y la más emocionante de todas las presidenciales es la más proclive a un análisis instantáneo de lo ocurrido. Veamos.

Hace unas semanas las encuestas electorales favorecían el ticket McCain-Palin. La Convención Republicana de Saint Paul había demostrado que el senador por Arizona sabía tomar las riendas en momentos críticos. Lo que podía terminar como un desastre acabó lanzando a los republicanos en las encuestas. Con todo en contra: poder mediático, el lobby de Hollywood, un gobierno republicano bajo mínimos y los intentos demócratas de crear otros Katrinas, McCain salvó los muebles y plantó cara al vendaval demócrata. Pero la «sorpresa de octubre» (esta vez adelantada a finales de septiembre) en forma de recesión económica, acabó con las esperanzas republicanas. Obama se montó en el desastre del crack y voló hacia la estratosfera electoral. Mientras los demócratas denostaban la elite económica, los republicanos atacaban a la élite social. Para los demócratas, la bestia vivía en Washington. Para los republicanos, residía en Hollywood. A la postre resultó que el demonio estaba en Wall Street.

De este modo, el crak del 08 hizo cabalgar los jinetes del Apocalipsis abriendo paso a los demócratas. Ya nada pudo hacer McCain con su campaña, que se le desintegró entre las manos. Si Roosevelt fue el hijo del crak del 29, que destrozó a su rival republicano Herbert Hoover, Obama ha sido el hijo del crak del 2008, que ha aniquilado al candidato republicano.

Pero seamos justos: no sólo ha sido la economía la que ha podido con McCain, también ha contribuido la hábil explotación de las virtualidades mediáticas del nuevo presidente electo. Las presidenciales tienden a ser ejercicios de degeneración progresiva. El constante aumento de la excitación y la fatiga produce una excesiva dramatización de las alternativas, que requieren sangre fría para no cambiar el rumbo. A su vez, recorrer de costa a costa los estados de la Unión, trabajar 18 horas al día durante meses, con horarios brutales, sin sucumbir a la tentación del bandazo es una virtud que Obama ha mantenido mejor que McCain. Desde luego, con todo a tu favor es más fácil mantener la calma, pero McCain ha corrido demasiado por las cuatro esquinas del ring sin dominar su centro.

La clave de la victoria no ha sido sólo el candidato, están, además ese conjunto de hombres duros que le asesoran y «que pretenden saber- cómo triunfar». En esta campaña estos hombres han sido David Plouffe, director de la de Obama y Steve Schmidt, el gurú de McCain. El primero, ha montado una estrategia implacable, una verdadera máquina de ganar, que le ha permitido responder al instante y neutralizar uno tras otro los misiles negativos lanzados desde el campo republicano. Desde el punto de vista positivo, ha sabido poner en marcha una movilización masiva de colaboradores benévolos que han batido el terreno con operaciones de puerta a puerta, ha logrado la mayor recogida de pequeñas donaciones a través de internet que conoce la historia de las campañas presidenciales y ha explotado hasta la náusea esa bomba mediática que era su candidato afroamericano. El deseo de cambio, la suave ambigüedad de Obama, su pigmentación entre blanca y negra, la sensación de mano tendida que irradia y su endiablada buena suerte han sido factores que el tándem David Plouffe/David Axelrod han aprovechado a fondo.

Enfrente han tenido en los tramos finales de la campaña a Steve Schmidt, que con su cráneo rasurado en forma de bala, sus casi 100 kilos y su pinta de luchador de catch imponía un cierto pavor. Obra suya han sido los spots publicitarios comparando -y ridiculizando- la celebridad de Obama con la de Paris Hilton y Britney Spears, los intentos de enredar al senador por Illinois con el terrorista Bill Ayers (un antiguo militante anti-Vietnam), de radicalizar su figura agitando el fanatismo racial de su antiguo pastor, de aterrorizar a los americanos con el inquietante plan de impuestos de Obama o la peligrosa eventualidad de una supermayoría demócrata, que dejara a Obama como un dictador en la Casa Blanca sin oposición. Todo ha fracasado por dos razones: la crisis financiera y una rígida estrategia que, según sus críticos, «ha impedido a McCain ser el verdadero McCain».

En la lenta agonía republicana que siguió al crak financiero, algunos confiaban en el efecto Bradley, un fenómeno que, desde 1982, parecía indicar que las minorías raciales -no sólo la minoría negra- lograba mejores resultados en las encuestas que en las urnas. Pero esta esperanza republicana se ha demostrado ilusoria. Mucha agua ha pasado bajo los puentes del Potomac desde que en 1982 Tom Bradley, el alcalde afroamericano de Los Angeles, fuera derrotado -con todas las encuestas a su favor- en su carrera hacia el puesto de gobernador de California. En estos años de principios del XXI, no estaba nada claro que el racismo funcionara en contra de los negros. Al revés, parece que ha funcionado en contra del candidato blanco. Así como un 95% de afroamericanos han votado como un bloque por Obama, muchos blancos (casi un 45%) lo han hecho también por él. ¿Cuál ha sido la razón? Ocurre que Obama pertenece a la Gold Coast afroamericana, un segmento de la élite negra de clase media alta progresivamente aceptada por los blancos. Algo similar a lo que sucede con Condoleeza Rice o Colin Powell, que se ha apresurado a seguir la corriente «afroamericano vota afroamericano».

El factor económico ha sido vital. Esta campaña ha sido la madre de todas las campañas, la más cara, con muchos millones moviéndose de acá para allá (2.500 según el Center for Responsive Politics), de origen no siempre claro. Cuando un candidato es capaz de levantar en un sólo mes 150 millones de dólares -como ha hecho Obama entre la mitad de este septiembre y la mitad de octubre-, cuando el mismo candidato ha conseguido en 30 días tres cuartas partes de lo que gastó el candidato que más ha gastado nunca en una campaña, cuando ha duplicado en veinte días el dinero que su contrincante podrá gastar en dos meses de campaña o cuando emite en prime time simultáneamente por CBS, NBC y Fox, cuatro días antes de la votación un spot publicitario de 30 minutos que le ha costado cinco millones de dólares, ya se entiende que sólo un milagro podía descabalgar a Obama en la carrera hacia la Casa Blanca.

Ese milagro se creyó que podía ser la elección de Sarah Palin para la vicepresidencia. Desde que Sarah Barracuda apareció en las aguas de la campaña presidencial, recibió las dentelladas de escualos de toda clases: radicales feministas, un amplio espectro de los media que va desde el New York Times hasta las web porno de internet, cómicos e imitadores, rastreadores de escándalos, sus enemigos políticos de Alaska, grupos de presión pro-choice, el lobby gay y hasta algunos antiguos republicanos liberales. Llegaron a llamarla «la mujer más peligrosa de América». Esta desmesurada reacción ya sugiere que la elección fue un acierto. Así como Biden no aportó ni un voto a la campaña de Obama, la gobernadora de Alaska removió las masas evangélicas que estaban de morros con McCain. Pero nadie puede superar los dos pesos y medidas que han utilizado los media americanos: implacables con John McCain, despiadados con Sarah Palin, comprensivos con Obama (una especie de Matthew Santos de la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca) y benévolos con las pifias verbales de Biden. Sarah ha madurado en la competición y, aunque todavía esté verde para la presidencia, ya habla de 2012 como su momento para la Casa Blanca. Cuatro años aprendiendo dan para mucho.

Miremos ahora al futuro. El nuevo presidente electo habla de optimismo, esperanza y vigor. «No seré un presidente perfecto, pero prometo esto: os diré siempre lo que pienso y dónde me encuentro». Según él, lo que intenta es una plan de rescate de las clases medias para hacer frente a la crisis económica mundial. El último spot publicitario lo presenta como un buen padre de familia, defensor del Sueño Americano.Y la redacción del New York Times, en su editorial-apología, lo describe como el único candidato « con voluntad y capacidad de poner en marcha un amplio consensus político, único modo de encontrar soluciones para los problemas de América». También es verdad que otros lo ven como el perfecto epígono de Jimmy Carter, el presidente ideal para gestionar el declive americano, una especie de Gorvachov estadounidense al frente de un «mundo post-americano».

Mi punto de vista es menos radical. Siempre he pensado que el cargo de Presidente es demasiado grande para un hombre solo: jefe del Ejecutivo, jefe del Estado, comandante en jefe de los Ejércitos, el árbitro de las Cámaras en el Capitolio, el embajador de América en todo el mundo, el jefe de su partido... Obama- dice- quiere «cambiar no solo el pais, también el mundo». Pero Obama nada podrá hacer sin consejeros. Sin ellos será una tortuga patas arriba: se moverá mucho, pero sin llegar a ningun sitio. Hasta que veamos los que elige es difícil saber si sus promesas de cambio, sus brindis al sol y las esperanzas levantadas podrá llevarlas a efecto. Por ejemplo, si nombra a un republicano, Gates o Powell, -como se asegura- para Defensa ¿en qué términos resolverá el dilema que supone irse de Irak, pero aguantar el tipo en Afganistán ? Si persevera en su promesa de redistribuir la riqueza, ¿obligará al multimillonario inversor Warren Buffet -su candidato para el Tesoro- a utilizar fórmulas socialistas, una especie de herejía para los americanos?. En fin, «la restauración en el mundo de la reputación y autoridad moral de EEUU», objetivo básico del nuevo presidente, ¿se hará sustituyendo a través de su Secretario de Estado el poder fuerte de Bush por la utilización masiva de un poder blando multilateral, que debilite la constante política desde Truman: el establecimiento de un orden internacional estable favorable a los intereses y valores de EEUU?

El nuevo presidente tomará posesión del cargo el próximo 20 de enero. En ese momento, en el corto espacio de tiempo en que el Presidente del Supremo reciba su juramento, se producirá una transferencia de poder única en la historia del mundo. Esperemos que Barack Hussein Obama sepa administrarla.

Rafael Navarro-Valls, catedrático de la Universidad Complutense y autor del libro Del poder y de la gloria.