El histórico secuestrador de la India

Al caldearse la temperatura política en la India, donde este mes se celebrarán elecciones a las asambleas de cinco estados y para el próximo mes de abril están previstas unas elecciones generales, sería de esperar que los dirigentes indios estuvieran debatiendo sobre visiones del futuro. En cambio, llevan semanas inmersos en una trifulca sobre el pasado.

El principal dirigente de la oposición, Narendra Modi, del Partido Bharatiya Janata (BJP), ha adoptado la agresiva iniciativa de reivindicar el legado de uno de los más respetados fundadores de la India, Sardar Vallabhbhai Patel, quien, como Modi, era originario de Gujarat, donde éste es ahora Ministro Principal, y fue un nacionalista resuelto, un dirigente principal de la lucha por la independencia y un lugarteniente de Mahatma Gandhi.

Como primer Primer Ministro Adjunto y ministro de Interior de la India independiente, a Patel se debió la integración de unos 600 estados gobernados por príncipes, unas veces mediante la persuasión y otras por la fuerza. Patel, administrador firme, duro y eficaz que murió en 1950 a la edad de 75 años, es reverenciado como el “hombre de hierro” de la India.

En un desarrollo normal de los acontecimientos, la ilustre vida de Patel podría haber quedado reservada para los libros de historia, pero Modi, con la intención de revestirse con un linaje más distinguido que el del BJP, ha pedido a agricultores de toda la India que donen hierro de sus arados para construir una gigantesca estatua de 168 metros de altura del Hombre de Hierro en Gujarat. Cuando esté acabada, será con mucha diferencia la mayor estatua del mundo, pues en comparación con ella la Estatua de la Libertad de la ciudad de Nueva York y el Cristo Redentor de Río de Janeiro parecerán enanos, pero no será un monumento que honre ostensiblemente al modesto seguidor de Gandhi sino a las desmedidas ambiciones de su promotor.

La identificación de Modi con Patel es un intento de encumbrarse por asociación. Su prestigio ha quedado empañado por su inacción (o algo peor) durante la matanza en 2002 de más de mil musulmanes gujaratíes en un pogromo en su jurisdicción. Modi preferiría que se lo considerara la encarnación de la firmeza de Patel y no, como lo califican sus enemigos, un intolerante destructivo.

Según Modi, la India habría estado en mejor situación con Patel, que forjó la identidad nacional, defendió a los hindúes durante los horrores de la Partición y se mostró firme respecto de cuestiones como la de Cachemira, frente a la supuesta indecisión de Jawaharlal Nehru, su primer Primer Ministro. La insinuación es clara: un voto a Modi es un voto a un Patel actual.

Ese mensaje tiene aceptación entre muchos gujaratíes, que, al evocárseles a un nativo de su estado que cuenta con la admiración nacional, se sienten orgullosos, y entre gran parte de la clase media urbana de la India, cuyos miembros anhelan un dirigente fuerte para que se abra paso por entre la confusión y la indecisión de la complicada democracia de un país muy extenso.

Pero el gobernante Partido del Congreso no está dispuesto a renunciar a uno de sus mayores dirigentes. Los políticos del Partido del Congreso han reaccionado con enérgica indignación ante el intento por parte de Modi de apropiarse del legado de Patel. Los dos hombres afrontaron un grave episodio de violación de la ley y alteración del orden en sus respectivos ámbitos, con actos de violencia y disturbios contra musulmanes, pero la conducta de Patel durante el período de violencia que acompañó a la Partición contrasta claramente con el comportamiento de Modi en el desempeño de su cargo.

En Delhi en 1947, Patel se apresuró a actuar con eficacia para proteger a los musulmanes trasladando a 10.000 de ellos desde las zonas más vulnerables hasta el histórico Fuerte Rojo de Delhi, donde estarían seguros. Como temía que las pasiones de comunidades diferentes podían haber contagiado a las fuerzas de seguridad locales, trasladó tropas del ejército de Madrás y Pune a Delhi para garantizar la calma. Participó en plegarias en el famoso santuario de Nizamuddin Dargah para manifestar a los musulmanes que ellos y su fe eran parte indiscutible de la India. Fue incluso a la ciudad fronteriza de Amritsar y suplicó a las muchedumbres hindúes y sijs que dejaran de maltratar a los refugiados musulmanes que huían al nuevo Estado Islámico del Pakistán.

En todos los casos, Patel lo consiguió. Decenas de miles de personas están vivas actualmente gracias a sus intervenciones.

El contraste con lo que ocurrió en Gujarat en 2002 es doloroso. Tenga o no Modi responsabilidad directa por el pogromo, lo que es seguro es que no puede afirmar que actuara como Patel. No adoptó medidas inmediatas y directas, como jefe ejecutivo del estado, para proteger a los musulmanes. Tampoco condenó públicamente los ataques y menos aún visitó un masjid o un barrio musulmán para tranquilizar a sus habitantes. Al contrario, muchos creen que protegió y animó a los causantes de los disturbios.

Resulta particularmente irónico que un autoproclamado “nacionalista hindú” como Modi, cuyos discursos revelan un desprecio apenas velado por los musulmanes, reivindique el legado de un dirigente gandhiano que nunca habría calificado su nacionalismo indio con una etiqueta religiosa. Patel se habría sentido indignado no sólo por la conducta de Modi en el desempeño de su cargo, sino también por la clase de comentarios que éste ha hecho repetidas veces contra minorías.

La Historia ha sido con frecuencia un terreno disputado en la India. Al fin y al cabo, los disturbios de Gujarat de 2002 estuvieron directamente vinculados con la destrucción en 1992 de la mezquita Babri del siglo XVI, supuestamente construida en el emplazamiento de un antiguo templo hindú.

Desde luego, Modi sabe perfectamente que el pasado conserva un gran ascendiente sobre el presente de la India. El juicio que los votantes indios emitan sobre su intento de reinventarse como un Patel actual podría tener importantes repercusiones para el futuro del país, pero una cosa es segura: emitirán su veredicto mucho antes de que se haya colocado en su pedestal su enorme avatar.

Shashi Tharoor is India’s Minister of State for Human Resource Development. His most recent book is Pax Indica: India and the World of the 21st Century. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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