El holocausto olvidado

HE visitado hace unos días en Kiev el memorial a las víctimas del Holodomor -la hambruna, en ucraniano- que recuerda el asesinato por hambre de aproximadamente cuatro millones de ucranianos, provocada fríamente por Stalin en 1932 y 1933 para aplastar toda capacidad de resistencia al régimen comunista por muchas generaciones y hacer de este país una fortaleza bolchevique. Las fotografías impresionantes allí exhibidas, los textos de las órdenes de requisa de cereales y alimentos, las penas impuestas a los que los ocultaran o los datos de aldeas enteras con todos sus habitantes fallecidos por hambre, me produjeron una gran impresión y me han impulsado a conocer más a fondo esta página espantosa de la maldad del comunismo que tan a menudo olvidamos.

Después de haber leído la historia de Ucrania de Plokhy y el libro de la historiadora y premio Pulitzer americana Anne Applebaum, «La hambruna roja, la guerra de Stalin con Ucrania», me he animado a hacer este breve resumen de un genocidio que, por haberse realizado por el comunismo, pasa por nuestra memoria colectiva casi de puntillas, en comparación con el otro gran holocausto de judíos ejecutado por el Nacional Socialismo alemán.

A finales de 1929 Stalin decide implantar la colectivización del campo en toda la Unión Soviética y obliga a los campesinos a entregar sus tierras, caballos y medios de producción. Esto provocó una resistencia natural que se reflejó en múltiples revueltas y protestas, sobre todo en Ucrania que pronto se extendieron a otras partes de la Unión Soviética. Stalin no había olvidado que en 1920 el Partido Socialista Ucraniano se unió para luchar por la independencia de su país al Ejército polaco, que avanzaba sobre Kiev. Así, mandó requisar el grano a los campesinos ucranianos hasta completar unos cupos imposibles de cumplir y purgar a los miembros del Partido Comunista Ucraniano que se habían mostrado débiles con los famélicos agricultores, fusilando o deportando a más de la mitad de los secretarios de distrito comunistas.

Realiza una persecución simultánea de la cultura de Ucrania en todas sus manifestaciones, incluida la lengua. El miedo a las represalias contra ellos mismos y sus familias hizo que los miembros del Partido Comunista de Ucrania ejecutaran sin piedad las ordenes de Moscú y confiscaran a las familias campesinas todo el grano y todos los alimentos que tuvieran. Los primeros muertos por hambre se producen en diciembre de 1932 ,y para mayo de 1933 la muerte por inanición era masiva, calculando 25.000 fallecimientos diarios solo en la región de Kiev. Las cifras de fallecidos por hambruna varían según las fuentes, oscilando entre un millón y medio y diez millones, y la dificultad de establecer la cifra real estriba en la destrucción de datos y censos de población realizada por la Unión Soviética para que no se supiera la realidad, pero los estudios más recientes nos dan una cifra aproximada de cuatro millones. El Gobierno de Moscú se negó a solicitar ayuda a otros países del mundo para que no se conociera dentro y fuera de la URSS el fracaso de la colectivización, que se había presentado como un gran éxito, y porque buscaba una masacre en Ucrania para evitar futuras resistencias. Prueba de ello es que se requisaban todo tipo de alimentos, no solo cereales, para provocar el mayor número de víctimas, y que confiscaran también los envíos de alimentos de familiares que vivían fuera de Ucrania.

En la controversia de si fue genocidio o solo el trágico resultado de la colectivización de la agricultura, se escribe por los defensores de esta segunda tesis que la hambruna provocó también un millón y medio de muertos en Kazajistán y centenares de miles de víctimas en el Cáucaso Norte y en las regiones del Don y del Volga, sumando en total no menos de seis millones de víctimas.

A este argumento hay que contestar que las medidas de represión en Ucrania fueron muy singulares y que sus cosechas de cereal de 1930 a 1932 fueron casi normales y más que suficientes para no provocar una carestía de alimentos. La hambruna fue provocada artificialmente con la intención de dar una lección a los campesinos ucranianos, diezmándolos brutalmente. Otra prueba de esto es que la cosecha de 1922 se vendió en el mercado internacional a precios irrisorios para agotar las existencias.

Que el comunismo subsista hoy en día en el mundo occidental, que no haya pedido nunca perdón por los millones de víctimas que produjo y que la simpatía que sienten las izquierdas por él silencie este holocausto para que no se recuerde como el judío es incompresible, y es por ello que me he sentido impelido a escribir estas líneas, por respeto a la verdad, por justicia y en recuerdo de esos millones de víctimas que fallecieron en Europa de una forma tan espantosa y a los que sobrevivieron viendo morir de hambre a sus compatriotas, hombres, mujeres y niños, familiares y amigos, sacrificados por un sistema perverso y totalitario. El Parlamento de España debería reconocer este genocidio.

Alejandro Royo-Villanova fue senador constituyente por Valladolid.

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