El Holocausto y el presidente iraní

Por Sultana Wahnón, catedrática de Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada (ABC, 03/05/06):

DESDE el punto de vista del secretario general de la Liga Árabe, Amer Musa, las amenazas que el presidente iraní ha dirigido a Israel son una simple cuestión de retórica que no debería ser tomada en cuenta a la hora de decidir si se debe o no conceder a Irán el derecho a producir energía nuclear. A su paso por Madrid, donde vino a presentar las conclusiones del Primer Encuentro sobre «Diálogo entre culturas y religiones», Amer Musa ha defendido este derecho de Irán, al tiempo que cuestionado el de la comunidad internacional para impedírselo. En su opinión, y puesto que hasta ahora nadie ha podido demostrar que Irán esté produciendo armas nucleares, no habría ningún motivo fundado para prohibirle nada, y las advertencias de Israel en el sentido de ver en el régimen presidido por Ahmadineyad una directa amenaza a su seguridad no merecerían ni siquiera un comentario: «Lo que Israel diga -ha dicho Musa con absoluta displicencia- es algo que sólo les concierne a ellos».

Sin embargo, que Mahmud Ahmadineyad haya proclamado a los cuatro vientos su convicción de que Israel debe ser destruida no es algo que pueda ser pasado por alto cuando se trata de determinar tanto la bondad de sus intenciones como, sobre todo, si este mandatario está de verdad capacitado para garantizar a la comunidad internacional un uso exclusivamente pacífico de la energía nuclear. Al fin y al cabo, los discursos del presidente Ahmadineyad son muy característicos de la ideología que lo ha llevado al poder, la misma que parece hoy mayoritaria en la sociedad iraní y en la que el antisemitismo se viene viendo como uno de sus componentes esenciales. La idea de que el Holocausto sería sólo un mito o una leyenda sionista, además de estar muy extendida entre la ciudadanía iraní, va hoy bastante más allá de lo que era habitual en los años ochenta, cuando autores como el actual presidente de la Autoridad Palestina, Abu Mazen, se limitaban a relativizar el Holocausto, reduciendo el número de sus víctimas, sugiriendo el colaboracionismo de los sionistas con los nazis o comparándolo con lo que estaba ocurriendo también en Palestina.

En el momento actual, y especialmente en Irán, el discurso negacionista parece haber tomado un nuevo impulso, lo que puede tener algo que ver con los cada vez más frecuentes contactos entre el islamismo y el negacionismo europeo, de extrema derecha o de extrema izquierda. Autores que, como Robert Faurisson, David Irving o Roger Garaudy, han sufrido condenas en sus respectivos países por delitos de negacionismo difunden libremente sus ideas en buena parte de los países del mundo arabo-musulmán, donde son percibidos como héroes de la libertad de expresión y donde sus libros se han convertido en verdaderos éxitos de venta. En las numerosas conferencias y debates televisivos a que son invitados, estos autores se presentan, además, como víctimas de la influencia judía en los media y en la política, e invitan a la ciudadanía y a la clase política árabe a denunciar la «mentira» del Holocausto, con lo que, argumentan, desaparecería el fundamento moral en que se apoya la existencia del Estado de Israel y se haría así más factible su anhelada desaparición. En esto consistiría, pues, básicamente, la «retórica» que Ahmadineyad viene cultivando desde que accedió al poder: en denunciar la supuesta mentira del Holocausto, usando todos los argumentos que a este fin se manejan a diario en los medios de comunicación iraníes, donde a los negacionistas europeos han venido a sumarse un sinfín de autóctonos, igualmente comprometidos en la tarea de desenmascarar el «mito» sionista. De la alta estima y consideración en que el propio presidente Ahmadineyad tiene a todos estos autores daba cuenta, por ejemplo, el contenido del discurso que, en plena crisis de las caricaturas, pronunció el pasado 11 de febrero y del que sólo trascendió una pequeña parte a la opinión pública occidental. En un momento en que, a raíz de la citada crisis, todo Occidente debatía sobre la libertad de expresión, el mandatario iraní creyó oportuno recordar aquí que los países europeos llevaban años impidiendo que un «grupo de investigadores honrados y neutrales» difundiera los «científicos» resultados de su investigación sobre el mito del Holocausto.

A decir del presidente iraní, esto sólo podía significar que Europa seguía teniendo una mentalidad medieval (sic), y que era incapaz de aceptar que, tal como habían «demostrado» estos estudiosos, el Holocausto era una mentira sionista y que el «verdadero Holocausto» estaba teniendo lugar en Palestina. Una tesis ésta con la que, enseguida, y como para contrarrestar las críticas occidentales, se solidarizaron públicamente, en televisión y otros medios de comunicación oficiales de Irán, varios líderes e intelectuales islamistas, entre ellos Hassan Nasrallah, líder del Hizbolá, o el profesor saudí de Ciencias Políticas Abdullah Muhammad Sindi, desde cuyo punto de vista lo que había dicho Adhmadineyad era cien por cien correcto, puesto que «nunca hubo tal cosa como el Holocausto».

A la vista de semejantes razonamientos, se comprende perfectamente que la comunidad internacional desconfíe del presidente de Irán y de su entorno. Hoy más que nunca parecen cobrar vigencia aquellas declaraciones que Primo Levi hizo en los años ochenta, cuando, coincidiendo con el triunfo de la revolución islámica en Irán, dijo que el ideario nazi no había muerto, sino sólo cambiado de escenario, y que, cada vez que oía hablar a Jomeini, le parecía estar reviviendo los momentos en que, durante su juventud en Italia y Alemania, escuchaba los incomprensibles discursos de Mussolini y Hitler. De seguir vivo y haber podido oír los de Ahmadineyad, el escritor italiano no hubiera albergado la menor duda en cuanto a la necesidad de seguir desconfiando de él y de permanecer alerta ante sus amenazas.