Como el resto de Europa, Francia está atenazada por la guerra en Ucrania. A solo unos días de que se celebre aquí la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el actual presidente, Emmanuel Macron, espera ganar con una campaña —en silencio durante la mayor parte de los dos últimos meses— en la que se ha postulado como líder firme en tiempos de inestabilidad global.
Aunque se habla mucho de un Occidente unido, lo cierto es que una nociva mezcla de oligarquía, nostalgia y nacionalismo belicoso se está extendiendo cada vez más a este lado del nuevo Telón de Acero. En Francia, la encabeza una pujante y confiada nueva derecha, representada en estas elecciones por Marine Le Pen, líder de Agrupación Nacional, de extrema derecha; Valérie Pécresse, de Los Republicanos, un partido ostensiblemente moderado; y Éric Zemmour, el pugilístico y protofascista tertuliano transmutado en candidato.
Sin embargo, sus apariciones electorales durante este mes podrían ser meros actos secundarios respecto a su propósito general de rehacer la política francesa. Detrás de todos ellos, en mayor o menor grado, se encuentra alguien que ni siquiera figura en las papeletas: el magnate de los medios Vincent Bolloré. Vástago de una antigua familia industrial, Bolloré ejerce un temible poder de influencia en las agendas políticas. Sus medios, famosos por adoptar el instinto, los tics y el estilo de Fox News, tienen un desproporcionado papel en la dirección del debate nacional. Los tres candidatos de la derecha —y buena parte de la clase política, en realidad— reciclan, con diversos matices, los mensajes que aparecen en bucle en sus canales.
Aquellos que estén intentando discernir el rumbo de los acontecimientos en Francia —donde la suerte del nacionalismo revanchista podría no depender siquiera de que un candidato de extrema derecha llegue al poder— harían bien en observar a Bolloré, cuyo nombre es sinónimo del poder político de los oligarcas franceses. Bolloré es el barómetro de un peligroso estado de ánimo en la alta sociedad francesa, que se extiende mucho más allá de los sectores conservadores de la élite. Temiendo su declive, y nervioso por los movimientos e ideas que surgen desde abajo, el poder establecido francés en general está ansioso por capitalizar las divisiones del país para aferrarse al poder.
El propio Bolloré está conectado con los círculos más exclusivos de la élite parisina. Tras heredar y resucitar con su hermano el frágil negocio editorial de su familia a principios de la década de 1980, desarrolló un cuasi monopolio en el sector portuario y logístico de África Occidental, actividades de las que parece estar retirándose. A comienzos de la década de 2000, Bolloré empezó a construir su imperio mediático, que hoy comprende dos de las mayores editoriales de Francia, una importante agencia publicitaria, una serie de revistas y semanarios de sociedad, una cadena de radio nacional y el grupo de producción de TV prémium Canal+. Después está la joya de la corona: el ultraderechista canal de noticias 24 horas CNews.
Absorbido por la órbita de Bolloré a mediados de la década de 2010, y rápidamente remodelado como órgano de guerra cultural día y noche, CNews afianzó la prominencia de Zemmour, quien se unió a la cadena en 2019. Famoso desde hace tiempo por sus lamentos sobre la decadencia francesa y sus quejas por lo que la extrema derecha considera “el gran reemplazo” de la población blanca de Francia, Zemmour llevó su programa político a un nuevo nivel el año pasado. En noviembre, presentó su candidatura a la presidencia, con una de las campañas más ultras de la ultraderecha, pidiendo deportaciones masivas y la “asimilación” forzosa de las minorías étnicas.
La campaña de Zemmour ha estado en apuros las últimas semanas, ya que Le Pen ha consolidado su posición al frente de la facción de la extrema derecha. Sin embargo, valiéndose de sus apoyos entre la centroderecha tradicional, Zemmour ha provocado un cambio radical en la cultura del conservadurismo francés que incluso podría llevar a Le Pen a la victoria en las próximas semanas.
El sueño de Zemmour de una “unión” de las fuerzas conservadoras parece estar materializándose en el ámbito de la opinión pública y las intenciones de voto. De acuerdo con el sistema electoral francés, los dos candidatos más votados en la primera vuelta, que se celebrará el domingo, pasarán a la segunda vuelta, el 24 de abril. Suponiendo que el ascenso en las encuestas del izquierdista Jean-Luc Mélenchon no le dé la posibilidad real de competir, Le Pen parece posicionada para repetir la segunda vuelta de 2017 entre ella y Macron.
Le Pen solo estaría a 6 puntos porcentuales por detrás de Macron en una hipotética segunda vuelta, según una encuesta publicada el sábado pasado. Le Pen ha querido marcar una estratégica distancia de su padre, Jean-Marie Le Pen, más indecoroso; pero cualquier vestigio que pudiera quedar de los viejos tabúes respecto a votar a Le Pen ha quedado aún más relegado al pasado por la campaña de Zemmour, que ha sido una extensión, en realidad, de la ofensiva cultural de la derecha.
Esto era solo cuestión de tiempo. Los tres principales candidatos a la derecha de Macron han marinado una cultura común del agravio y la paranoia. La más moderada de los tres, Pécresse, ha hablado de la necesidad de “erradicar las zonas de la no Francia”, en parte un intento de remedar el lenguaje de la ultraderecha, como en un discurso del 13 de febrero, en el que también se quejó del “gran reemplazo”. Estos son los mimbres de una posible alianza entre los partidarios del populismo nacional de la familia Le Pen y el conservadurismo de Los Republicanos, más respetuoso.
Bolloré dice estar por encima de las refriegas partidistas, pero, al construir un aparato mediático integral para un conservadurismo histérico e inflamado, ha remodelado la vida política francesa. Francia, según CNews, está en el umbral de la ruptura del orden y la civilidad, a una chispa de la guerra civil. Los “wokistes”, inspirados en los estadounidenses, y los “islamoizquierdistas” —términos empleados como sinónimos de activistas, intelectuales y políticos progresistas— están urdiendo un complot para castrar a Francia y sus tradiciones republicanas. Los inmigrantes son la masa que abandera el colapso.
Es obviamente tentador ver a Bolloré como un Rupert Murdoch galo, un oligarca fuera de control que está arrastrando al abismo a un país entero por unas arraigadas convicciones ideológicas. Esto ha pasado a ser el relato común en la incesante cobertura mediática sobre el multimillonario.
Sin embargo, la realidad es más complicada, y tal vez aún más preocupante. Según los índices de audiencias, las cifras de espectadores de CNews y de radioyentes de Europe 1 son relativamente bajos: la influencia mediática de Bolloré no reside en las cifras, sino en la rapidez con que sus conglomerados articulan los temas de conversación que el resto de los medios y la clase política transmiten con demasiado entusiasmo.
Y el propio Bolloré es más un oportunista que un reaccionario. A lo largo de su trayectoria, se ha caracterizado por cultivar sus contactos en todo el espectro ideológico de Francia, una necesidad para quien ha invertido en el sector de alto riesgo del desarrollo y el comercio internacionales. Antes de CNews, las posesiones mediáticas de Bolloré eran apéndices de sus inversiones más importantes, y no piezas de un proyecto ideológico coherente. Su papel de patrocinador de la nueva derecha es bastante reciente.
En 2017, la victoria de Macron fue anunciada a bombo y platillo como el fin de la división entre izquierda y derecha de Francia. Y en un discurso del presidente ante sus simpatizantes en las afueras de París el fin de semana pasado, volvió a prometer que se opondría a “quienes intentan sembrar el veneno de la división, de la fragmentación, de la quiebra de los hombres”.
Sin embargo, que su gobierno, de forma oportunista, se haya apropiado de parte del discurso de la extrema derecha indica lo contrario. En enero, por citar solo un ejemplo reciente, el ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, pronunció el discurso inaugural de un coloquio de dos días en la Sorbona en el que habló de los peligros del wokismo y de la política identitaria progresista. A Blanquer —un representante del gobierno que afirma ser un baluarte contra el nacionalismo reaccionario— le siguió Mathieu Bock-Côté, un polemista que actualmente cubre la vacante de Zemmour en el horario de máxima audiencia de CNews.
En 2022, la cultura política de Francia se está convirtiendo en un círculo, cuya circunferencia está trazando Bolloré. Gane quien gane las elecciones, Bolloré lo considerará probablemente un trabajo bien hecho.
Harrison Stetler es profesor y periodista que escribe sobre política francesa.