El hombre con nueve dedos

Por Henry Kamen, historiador. Ha publicado recientemente Bocetos para la Historia, una recopilación de sus artículos para EL MUNDO (EL MUNDO, 07/06/06):

Nada es sorprendente ya en los informes sobre más atrocidades militares en Irak. Todas las guerras engendran atrocidades, y todos los participantes las cometen, unas veces por equivocación, otras por rabia. Lo malo para Estados Unidos es que todo el mundo señalará con el dedo a las tropas americanas, que se supone están en Irak en misión de paz. Todas las naciones que pretenden un papel imperial tienen que aceptar que sus soldados cometerán atrocidades. La España imperial no fue una excepción. ¿Podría haber peor atrocidad que la cometida por los hombres de Francisco Pizarro, cuando masacraron a 8.000 desarmados y pacíficos peruanos en la ladera de Los Andes en el año 1533? ¿Se disculpó España alguna vez por la masacre? ¿Hubo alguna investigación judicial? Estados Unidos, por supuesto, se disculpará y mantendrá una investigación, que es más de lo que Carlos V hizo nunca.

Sin embargo, el problema de los Estados Unidos y del Gobierno Bush es que se ven empujados constantemente hacia una situación donde cada día acumulan más críticas y hostilidad. A muchos americanos la hostilidad les deja indiferentes, aún más, les convence de que ellos tienen la razón. Mientras conducía esta semana por la autopista hacia Atlanta, los automóviles y camiones que me adelantaban lucían en la parte posterior una pegatina bien visible: «Apoyad a nuestras tropas ¡No deis tregua al enemigo!». Asentí con la cabeza con simpatía. Sí, verdaderamente doy mi apoyo a las tropas, pero para que regresen a casa. Y por supuesto no podemos dar tregua al enemigo. Pero, la gran pregunta es: ¿Quién es el enemigo?

La Administración Bush parece creer que todo el mundo es el enemigo, incluyendo amigos, aliados, e incluso los propios ciudadanos americanos. Esta es la conclusión a la que muchos de nosotros llegamos después de la reciente política del Departamento de Seguridad Nacional, el departamento que Bush ha establecido para coordinar la seguridad y sobre todo, para controlar los procedimientos de inmigración. Bush declara en sus discursos que «América da la bienvenida a sus visitantes», pero nadie lo diría por la manera como las autoridades de inmigración llevan sus asuntos. Una encuesta llevada a cabo entre ciudadanos británicos que habían estado de vacaciones, revela que el país donde fueron peor tratados por las autoridades de inmigración era Estados Unidos. Muchos juraron no volver jamás allí, por la forma hostil de recibirlos.

Hace una semana, el Tribunal de Justicia Europeo decidió que era ilegal que el Gobierno americano exigiera de las compañías aéreas los detalles personales de los pasajeros que embarcaban en sus vuelos hacia Estados Unidos. El reglamento norteamericano, redactado después del 11-S, señala que las líneas aéreas deben dar información personal de los pasajeros a las autoridades americanas 15 minutos después del despegue del avión. La decisión europea tendrá la consecuencia de que si las líneas aéreas no ofrecen la información, tendrán que hacer frente a multas en Estados Unidos, de unos 5.000 euros por pasajero. Si no se llega a un acuerdo antes de octubre, los vuelos se suspenderán y los pasajeros no podrán pasar por inmigración. El apetito de la administración estadounidense por la información personal se basa claramente en la premisa de que si lo saben todo de todos, el riesgo de terrorismo disminuirá. Ocurre que soy uno de los que, y espero que seamos la mayoría, cree que este apetito por datos es absurdo y, sobre todo, inútil. Dejen que les cite una curiosa experiencia personal.

La semana pasada, mi esposa tomó el vuelo desde Barcelona hacia el aeropuerto de Atlanta. Había estado en Barcelona por asuntos familiares y regresaba hacia Estados Unidos para reunirse con mi hija y conmigo. Viajaba sola, y no se encontraba en absoluto preparada para la hostil recepción con que fue recibida por un joven oficial hispano de inmigración. Cuando le preguntaron cuál era el motivo de su visita a Estados Unidos, ella dio una respuesta neutra: «Estoy visitando amigos». La fórmula amigos es normalmente una forma útil para evitar entrar en preguntas sobre la propia familia. Sin embargo, esta vez la respuesta fue altamente sospechosa, porque la Administración Bush cree que amigos puede significar terroristas. El oficial de inmigración obviamente pensó que esta era su oportunidad. Le preguntó: «¿Quiénes son esos amigos? ¿Qué dirección es esta que me ha dado? ¿Por qué regresa si acaba de salir del país? (parece que al oficial no le gusta la gente que entra y sale del país) ¿Está usted casada? ¿Dónde está su marido?». Parecía como si el oficial creyera que ella no tenía derecho a viajar sola, y finalmente la dirigió a un despacho donde siguió el interrogatorio. En aquel momento, mi esposa estaba convencida de que iba a ser deportada de Estados Unidos por visitar a unos amigos y no estar con su marido. Cuando finalmente le devolvieron el pasaporte después de media hora de preguntas y pudo reunirse conmigo fuera del aeropuerto, no podía creer lo que le había pasado.

Le he asegurado que su experiencia no es nada. El New York Times publicaba esta semana un artículo informativo explicando cómo las autoridades de inmigración interrogan y maltratan incluso a los ciudadanos americanos. Cita el caso de un americano que fue llevado esposado por el aeropuerto de Las Vegas porque iba vestido como un musulmán. Cita otro que es un médico en un hospital de Estados Unidos, pero que todavía tiene a su esposa en Canadá. Cada vez que regresa a Estados Unidos después de visitarla es acosado e interrogado. Cada una de estas personas ha escrito cartas de queja al Departamento de Seguridad Nacional. Ninguno de los casos ha recibido respuesta. Se dan cientos de situaciones como éstas, pero en ninguna ocasión se ha reprendido al oficial.

Hacer valer la seguridad mediante interrogatorios agresivos, en los que los visitantes a menudo son tratados como criminales, toma prioridad sobre el sentido común, la cortesía y la conducta civilizada. Entre los que han sufrido más están los periodistas extranjeros, que en algunos casos han sido esposados y deportados. Los oficiales del Gobierno siguen afirmando que Estados Unidos es «la tierra de los libres» y da la bienvenida a todos sus visitantes. Muchos dudan de la frase «la tierra de los libres».

La situación ahora es que el Departamento de Seguridad Nacional no tiene suficiente información sobre los visitantes. Han tenido el problema de mi esposa, que obró sospechosamente y se negó a dar información personal. El Gobierno ahora quiere información sobre cualquier aspecto de los visitantes potenciales. Ante todo, no están contentos con la regulación actual que obliga a los visitantes a dejar la huella fotográfica de dos dedos. Sólo dos huellas, significa que quedan otros ocho dedos que podrían estar conectados con actividades sospechosas. Esta semana, las autoridades de Estados Unidos han anunciado que planean arreglos para que todos los visitantes den las huellas de los 10 dedos. «A medida que el número de huellas aumenta, se hace más difícil diferenciar entre ellas. Para asegurar que podemos mantener la exactitud, necesitamos introducir el plan de las 10 huellas», declaraba una portavoz. Ya que hay 279 millones de extranjeros que entran y salen de Estados Unidos cada año, uno puede imaginarse la cantidad de huellas que el Gobierno desea acumular en su base de datos. Que le perdonen a uno por pensar que el Gobierno de Estados Unidos va poco a poco enloqueciendo. Por otro lado, mi simpatía estará siempre con el visitante al que le falta un dedo. Si el Gobierno le exige 10 huellas y él sólo puede dar nueve, ¿qué le pasará a este desdichado hombre con nueve dedos? ¿Será deportado en nombre de la seguridad nacional?