El hombre de ningún lugar

Por Pío García-Escudero, portavoz del Grupo Popular en el Senado (EL MUNDO, 26/02/05):

Estoy seguro de que, al igual que a tantas personas entre las que me incluyo, a nuestro presidente del Gobierno también le gustará la música de John Lennon y que muchas veces, de manera inopinada, le vendrán a la mente compases de All you need is love, Imagine o Give peace a chance. De hecho, si atendemos al tono de muchas de sus intervenciones públicas, da la impresión de que el señor Rodríguez Zapatero disfruta dejándose llevar por éstas o parecidas melodías.

Sin duda, eso está muy bien: la música, además de actuar como un bálsamo para los espíritus agitados, puede servir para consolidar un estado de ánimo positivo, un -al decir de nuestro presidente- «optimismo antropológico» muy adecuado para orientar las decisiones en una dirección acertada. La música, efectivamente, ayuda; pero no basta por sí sola. Es más, cuando esperamos obras y compromisos concretos, pero sólo oímos hermosas melodías, empezamos a sospechar que la música no sea otra cosa que una maniobra de engaño, un canto de sirenas que pretende encandilarnos para que veamos islas paradisíacas allí donde en realidad nos esperan amenazantes escollos.

Por segunda vez en esta legislatura, Rodríguez Zapatero compareció hace pocos días en la sesión de control al Gobierno del Senado.Si en su primera visita interpelé al jefe del Ejecutivo sobre su concepto de Nación -aunque sólo lograra que me tildase de «fundamentalista» por ello-, en esta ocasión, en el Grupo Popular nos pareció que el vago anuncio de «un nuevo proyecto para Euskadi y el resto de España» formulado por Rodríguez Zapatero en el debate sobre el plan Ibarretxe, es decir, en un momento político especialmente complicado, contribuía más a la inquietud que a la tranquilidad de los ciudadanos y que, por tanto, debíamos trasladarle la preocupación existente en la calle y darle la oportunidad de explicarse con más detalle. Después de todo, no sólo el señor Rodríguez Zapatero es optimista: yo también lo soy.

Sin embargo, nuestras esperanzas acabaron siendo vanas. Porque, cuando esperábamos escuchar propuestas sólidas, intenciones concretas, sustancia conceptual, Rodríguez Zapatero volvió a darnos un nuevo recital de su probada habilidad para hablar mucho sin decir prácticamente nada. Como los malos estudiantes, el presidente del Gobierno es insuperable a la hora de saber camuflar el desolador erial de su proyecto político mediante un auténtico alarde de hojarasca verbal, de palabras vacías que -al decir del príncipe de Dinamarca- «no suben al cielo», porque, aunque la música con que las adorna suene estupendamente, su auténtico valor siempre se anula al multiplicarse por el cero absoluto de su debilidad frente a sus socios de Gobierno.

Como muestra, repasemos algunas de las expresiones favoritas del breviario político de Rodríguez Zapatero.

«Amplio consenso» para las reformas estatutarias. Sin embargo, no debe ser tan amplio cuando, según indicios cada día más inquietantes, el actual presidente del Gobierno pretende, en lo que supone un ejercicio de sectarismo sin precedentes, marginar al principal partido de la oposición de tales acuerdos. De este modo, el consenso no sólo es que se adelgace, es que desaparece por completo, al menos tal como entendemos en España desde 1978.

«Decidir juntos». El lema, indudablemente, es atractivo. Pero pasemos a la letra pequeña. ¿Quiénes deciden juntos y qué rango tiene cada uno? Por lo que hemos podido escucharle en alguna ocasión, Rodríguez Zapatero equipara la legitimidad de las Cortes Generales con la del Parlamento Vasco; de acuerdo con la visión presidencial, solamente por eso el Congreso de los Diputados está obligado a tramitar el plan Ibarretxe, con independencia de que éste sea flagrantemente anticonstitucional y haya sido aprobado gracias a los votos de un partido político ilegalizado.Sin embargo, las acrobacias constitucionales del jefe del Ejecutivo no terminan aquí, sino que aún se atreven con un nuevo giro mortal.A juzgar por su reiterado criterio de que las Cortes Generales deben acatar sin discusión cualquier reforma estatutaria aprobada por el Parlamento de Cataluña, debemos entender que la dosis de legitimidad del Legislativo autonómico catalán es, no ya equiparable, sino superior incluso a la que ostentan las Cortes Generales.Pues bien, por decirlo en términos castizos, si estos son los mimbres para hacer juntos los cestos, apañados vamos.

Finalmente, no podía faltar lo del «diálogo abierto», posiblemente la joya de la corona dentro del discurso político de nuestro presidente. En primer lugar, ¿cómo se mide el grado de apertura del diálogo? En otras palabras, ¿debemos entender como ejercicios de «diálogo abierto» los encuentros discretos/secretos, para no se sabe qué, de Rodríguez Zapatero con Imaz y Carod-Rovira? Antes al contrario, puestos a hablar de apertura y transparencia, considero que estos calificativos convienen mucho más a reuniones públicas como la que el presidente mantuvo hace algunas fechas con Mariano Rajoy. Y, desde luego, aún más transparente y abierto sería que el Partido Socialista se decidiera a poner efectivamente en marcha, junto con el Partido Popular, la anunciada comisión para -esta vez, sí- buscar «amplios consensos», para «decidir juntos» todo lo referente al futuro de nuestro modelo de Estado.

Pero nos falta hablar del «diálogo», es decir, según define el Diccionario de la Real Academia, de la «discusión o trato en busca de avenencia». De tanto repetir el término, Rodríguez Zapatero parece haber conseguido que la opinión pública acabe por creer que el diálogo es un bien en sí mismo, algo parecido a lo del famoso «talante». Pues no, no es verdad en ninguno de los dos casos. De la misma manera que el talante sólo es virtuoso cuando se orienta al bien, el diálogo sólo tiene razón de ser si efectivamente se orienta a la consecución de la avenencia, del entendimiento, entre quienes lo practican. Se trata, pues, de la búsqueda de un espacio intermedio de acuerdo, de un ejercicio de transacción en el que todos ceden algo, sin por ello renunciar a la esencia de su ser individual ni traicionar los propios principios.

Ahora bien, lo que resulta un sarcasmo es calificar como diálogo lo que no pasa de ser, o bien el mero regateo dentro de un sistemático ejercicio de claudicación a cualquier precio, o bien una mera escenificación mediática cuando en realidad no existe voluntad de ceder ni un ápice. Por eso, trayendo a colación la famosa fábula, le pedí públicamente al presidente del Gobierno que obrara con sentido de la responsabilidad y que, en este momento en que es preciso aunar energías para atravesar un río revuelto, dejara de comportarse como un escorpión con la oposición y como una rana con sus socios parlamentarios; porque, en cualquier caso, la historia termina mal para todos: el escorpión siempre acaba por picar a la rana y ambos se ahogan.

Hoy se lo reitero y volveré a recordárselo cuantas veces sean necesarias, porque esa es mi obligación y porque estoy convencido de que ese es el deseo de la inmensa mayoría de los españoles: cuando alguien amenaza frontalmente nuestro modelo de Estado y nuestra Constitución, los ciudadanos esperan de los dos grandes partidos nacionales que sumemos nuestras fuerzas frente a este envite, y no que el presidente del Gobierno anteponga su estrategia partidista para obtener réditos electorales mediante el sonriente coqueteo con quienes precisamente buscan, no mejorar, sino quebrar un fructífero sistema de convivencia nacional, un patrimonio que es común y cuyo saldo, por ello mismo, en ningún caso puede ser materia negociable.

Empecé refiriéndome a las canciones de John Lennon. Yo, por mi parte, la composición que últimamente recuerdo más, especialmente cuando escucho al presidente del Gobierno, es Nowhere man, la historia del hombre de ningún sitio, sentado en ninguna parte y haciendo planes para nadie en ningún lugar. No se me ocurre una actitud peor para hacer frente a los vientos que ahora soplan .