El hombre del Fórum

Por Xavier Pericay, periodista y escritor (ABC, 31/08/06):

EN otoño de 1996, Pasqual Maragall hizo dos cosas trascendentes para su ciudad. En primer lugar, anunciar que Barcelona iba a celebrar en 2004 una Exposición Universal y, a las pocas horas, tras reparar en que semejante pretensión era imposible, rectificar y anunciar la celebración de un acontecimiento de nueva planta, al que pronto se empezó a denominar Fórum Universal de las Culturas. Lo segundo que hizo Maragall por entonces fue comunicar que pensaba abandonar el Ayuntamiento al cabo de un año, y que el nuevo alcalde de la ciudad iba a ser su mano derecha en el Consistorio, Joan Clos. Así como la primera decisión dejó indiferente a casi todo el mundo -y así siguió gran parte de este mundo hasta el propio 2004-, la segunda, aun cuando tampoco quitara el sueño a los barceloneses, sí levantó algún recelo en el Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), y en particular entre los llamados «capitanes» -una de cuyas cabezas más notorias era ya el cordobés José Montilla-, que no veían con muy buenos ojos la ascensión de aquel médico anestesista nacido en Parets del Vallès, cerca de Barcelona, de quien sólo se sabía en el partido que llevaba más de tres lustros entregado a la gestión municipal y que contaba, por supuesto, con el apoyo de Maragall. En lo sucesivo, la carrera política de Joan Clos iba a estar marcada, muy precisamente, por estos tres factores: el Fórum Universal de las Culturas, su vinculación a la figura de Maragall y su marginalidad dentro del propio PSC.

Clos ha sido el hombre del Fórum. Era su gran proyecto, la herencia que le dejó su antecesor para que siguiera construyendo la gran Barcelona y convirtiera la ciudad de los Juegos en la ciudad del diálogo, la paz y la sostenibilidad, eso es, en la ciudad destinada a cambiar el mundo, como rezaba uno de los eslóganes acuñados para la ocasión. Es evidente que no lo logró. En su descargo cabe decir que no tuvo opción. Antes que su elección como alcalde, fue la «maragallada» de inventar un evento internacional que nadie pedía, que nadie alcanzó jamás a comprender en qué consistía y que iba a hipotecar por mucho tiempo las finanzas municipales. Pero bien es cierto que Clos también puso de su parte en el fracaso. Quiso creer que entendía lo que nadie entendía. Se empapó de «buenismo» y empezó a cultivar una imagen que, aunque respondía sin duda a su forma de pensar, no casaba en absoluto con sus aptitudes y su carácter. En otras palabras, se empeñó en trocar un perfil de gestor eficaz por uno de político brillante. Y, claro, se olvidó de la ciudad y naufragó. Primero fue el Fórum, con su nulo impacto social, dentro y fuera de España, y su déficit millonario. Y luego, casi en cascada, todo lo demás: la crisis del Carmelo, el incremento de la inseguridad ciudadana, la degradación del espacio público, la carestía de la vivienda o los problemas relacionados con la inmigración. Poco a poco, muchos barceloneses fueron dándose cuenta de que aquel alcalde al que ni siquiera habían prestado atención en los primeros años de su mandato se había ido convirtiendo, con el paso del tiempo, en alguien incapaz de solucionar sus problemas. O sea, en un problema.

Hasta hace un par de días, en que este problema ha entrado en vías de solución. Y por la puerta grande, dado que la salida política que le han ofrecido al todavía alcalde de Barcelona ha sido ni más ni menos que la asignación de un Ministerio, el de Industria, Turismo y Comercio. De Montilla a Clos, pues. O, lo que es lo mismo, de hombre a hombre, por aquello de la paridad, y de catalán a catalán, por aquello de los compromisos adquiridos. A partir de ahora, habrá que ver si la gestión de Clos es también equiparable a la de Montilla. Aunque casi me atrevo a asegurar, visto el balance dejado por el actual candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, que el sucesor no puede sino mejorar la cuenta de resultados. Eso sí, siempre y cuando recupere aquel perfil gris que le llevó a la Alcaldía, sepa lidiar con el legado de su predecesor y se olvide, en fin, de los devaneos «buenistas» que han provocado la caída en picado de su popularidad y la consiguiente decisión de su propio partido -lo que hoy en día es como decir de José Montilla- de cesarlo como alcalde a cambio de proponerlo como ministro.

Sea como sea, con Clos en el Gobierno de la Nación y Maragall lejos del palacio de la Generalitat, el maragallismo ya no tiene quien lo represente en Cataluña. Cuando menos, en un primer nivel. Sólo falta que se confirme la candidatura a la Alcaldía de Jordi Hereu, actual portavoz municipal y hombre del «aparato» del partido, para cerrar el círculo. En este sentido, el dominio de Montilla y de sus huestes en el PSC empieza a ser apabullante. Lo cual, si bien se mira, no deja de ser una mala noticia. Por un lado, porque los Montilla, Zaragoza y compañía practican el grado cero de la política, el todo vale con tal de lograr el poder o de amarrarlo si ya lo poseen. Tanto les da tener que recurrir para ello al infundio, al insulto o a la coacción; no se paran en barras. Y, por otro lado, porque este sector dominante dentro del socialismo catalán es también el que marca hoy en día los tiempos en el socialismo español y, en consecuencia, en el propio Gobierno. Y quien dice los tiempos dice, por desgracia y demasiado a menudo, las formas.