El hombre es lo que desecha

La población mundial supera los seis mil millones de personas, que cada año generan aproximadamente entre 800 y 1.300 millones de toneladas de basura. Las estadísticas sobre los desechos son de difícil lectura, debido a las dificultades de recolección y estimación de datos, pero a lo largo de las últimas décadas, la cantidad de basura generada en nuestras ciudades ha seguido incrementándose a un ritmo sostenido. Distintos estudios señalan que en el año 2020, Europa estará generando un 45% más de desechos que en 1995.

La basura se gestiona, tramita y administra. Ello puede representar al mismo tiempo un problema, un bien económico, un recurso productivo y una fuente de supervivencia, tal como atestigua el aumento de cartoneros en algunas metrópolis del mundo. De puertas adentro, cada ciudadano gestiona en su casa sus propios desechos. De puertas afuera, son las instituciones públicas, básicamente las administraciones locales, quienes tienen la compleja tarea de definir un modelo de gestión para el manejo sostenible de los desechos urbanos.

Los residuos sólidos urbanos no representan más que una parte del total de los residuos producidos por el hombre. No están incluidos en esta categoría, por definición, los componentes cloacales, los gases que se emiten a la atmósfera, ni muchos de los residuos peligrosos. La disposición final y el tratamiento de los residuos sólidos urbanos representan hoy más de un tercio del gasto público dedicado a acabar y controlar la contaminación de nuestras ciudades.

A mayor riqueza suele corresponder una mayor cantidad de desechos producidos. Un ciudadano (hombre, mujer o niño) de la recién ampliada UE-27 produce de media 518 kilogramos de desechos al año, si bien existen amplias variaciones internas: un español produce unos 650 kg/ año mientras que un polaco se queda en 250 kg/ año. Tal correlación es aún más pronunciada al otro lado del Atlántico, donde un ciudadano norteamericano puede alcanzar los 740 kg/ año frente a los apenas 350 kg/ año que genera de media un latinoamericano.

Hace más de 150 años, el filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872) - en una conocida y a menudo malinterpretada cita- nos advertía de que "el hombre es lo que come". Años más tarde, antropólogos, arqueólogos y basurólogos añadieron que el hombre es lo que desecha (la basurología ofrece análisis de las conductas sociales y de las pautas de consumo; surgió en la Universidad de Arizona en 1975 de la mano del arqueólogo y antropólogo William Rathje). El arquitecto y arqueólogo argentino Daniel Schavelzon ha sido capaz de reconstruir parte de las costumbres del Buenos Aires colonial a partir de los residuos encontrados en pozos de basura de casas particulares del casco histórico. Hablar de los desechos es, pues, hablar del hombre. Es decir: "Dime qué residuos generas y te diré quién eres". Y es que los desechos hablan. Simplemente abriendo una bolsa de basura se puede adivinar con una cierta precisión su origen. Si esa bolsa pesa un poco menos de 1 kg y contiene entre un 50% y un 75% de fracción orgánica es probable que su propietario sea un ciudadano de cualquiera de las grandes metrópolis de Latinoamérica. Si, por el contrario, la bolsa pesa más de 2 kg y está mayoritariamente compuesta por papel, envases y material plástico, es probable que haya sido depositada en una ciudad rica del Occidente industrializado. Sabemos que la basura de nuestras ciudades está compuesta por materia orgánica (restos de la preparación de los alimentos junto a la comida que sobra), papel y cartón (periódicos, embalajes, etcétera), plásticos (botellas, bolsas, etcétera), vidrio (botellas, frascos, etcétera) y metales (latas, etcétera). Su composición varía al variar los niveles de riqueza de las comunidades. En las zonas más desarrolladas, la cantidad de papel y cartón es más alta; en cambio, en las zonas más pobres, la cantidad relativa de materia orgánica es mayor.

Residuo y desecho explican dos conceptos distintos. El primero hace referencia a cualquier proceso de transformación. El segundo se refiere únicamente a aquel componente residual que no es susceptible de ser reutilizado bajo ninguna condición y, por tanto, destinado a la deposición final (en vertederos controlados sanitariamente o, en muchos casos, en basureros a cielo abierto). En esta distinción semántica se sustancia el salto cualitativo que la visión de los residuos según los conocidos principios de las 4R (reducir, reutilizar, reemplazar, reciclar) parece suponer. Esta nueva perspectiva es muy ambiciosa y pide el mismo esfuerzo a ambos componentes (oferta y demanda) de nuestros sistemas económicos y sociales. Sólo reduciendo en origen (la idea de producción limpia)la cantidad de residuos generados y conteniendo nuestros estilos de consumo será posible encaminarse hacia una gestión ecológicamente sostenible de los residuos generados en nuestras ciudades. Por lo visto, estamos simplemente al comienzo, pero algunas señales parecen ser positivas. Actualmente estamos más concienciados sobre algunos aspectos clave. En primer lugar, sabemos que los vertederos y la incineración no representan ninguna solución definitiva. Ambos sistemas son imperfectos y generan nueva contaminación. En segundo lugar, sabemos también que las nuevas formas de tratamiento (como las biomasas), así como el reciclaje y la reutilización de los materiales inertes, pagan aún hoy la ausencia de mercados finales suficientemente desarrollados.

A lo largo de todo el siglo XX, los estilos de producción y consumo de nuestras variedades de capitalismo se han dado caza ávidamente el uno al otro. Como resultado hemos obtenido un crecimiento desmesurado de la cantidad y del volumen de productos generados; sin pensar demasiado dónde y cómo deshacerse de tales productos cuando ya no nos sirven. A largo plazo, ciudades limpias y sostenibles dependerán de un cambio radical en nuestros estilos de vida. Cualquier otra solución ha de leerse como complementaria a este complejo cambio.

Andrea Noferini, doctor en Política y Economía de los Países en Vías de Desarrollo por la Università degli Studi di Firenze.