El hombre político, árbitro de la ciudadanía

Dentro de poco se abrirán las urnas electorales en España y a depositar su voto deberán acudir los ciudadanos. Con este motivo, es oportuno reflexionar sobre quiénes son los actores, los agentes y los autores de la actual vida política.

Los personajes se presentan en dos grandes categorías: los individuos y los grupos. Dentro de los primeros, en cuanto actores, hay que hacer distinciones. Existen lo que puede llamarse hombres políticos. Son los que dirigen los asuntos públicos, los que aspiran a asumir los puestos dirigentes, los que tienen cierta versión exterior.

El estudio y la caracterización del hombre político conduce a poder hacer algunas puntualizaciones. Adviértase, en primer lugar, que no suele poseer una preparación técnica concreta. Charles Celier nos recordaba que, a veces, un ministro de Educación, por ejemplo, tenía que pronunciarse en una crisis militar, a altas horas de la madrugada, sin tener preparación técnica alguna sobre la materia. Esta advertencia académica nos pone sobre aviso de algo importante. La vida política no es sólo resultado de la actuación de una determinada técnica ministerial o, si se quiere, de unos burócratas. La misión del hombre político no es conocer técnicamente la mejor solución de los asuntos que se plantean a su departamento. Su papel es muy diferente.

Frank J. Goodnow distinguía entre creación y ejecución de la política: «En todos los sistemas políticos hay dos funciones primordiales o últimas de gobierno, a saber: la expresión de la voluntad del Estado y la ejecución de esa voluntad. También hay en todos los estados órganos separados, cada uno de los cuales se ocupa de modo principal del desempeño de una de esas funciones. Esas funciones son, respectivamente, política y administración». Al hombre político corresponde establecer una articulación con la opinión pública. No es que política y administración queden como compartimentos estancos o distinciones absolutas. Pero entre la creación o programa (en ocasiones técnico) y su ejecución, entre uno y otro momento del mismo proceso, se interpone un espacio, un intervalo que es precisamente el que tiene que rellenar el hombre político.

La misión, pues, de este actor de la vida política tiene varias vertientes. Hemos dicho que opera a modo de articulación entre técnica (que concibe el programa) y el denominado cuerpo político o conjunto de ciudadanos (al que se destina el programa). En segundo lugar, el hombre político recoge las aspiraciones de las diversas clases sociales. Formula a la Administración las directivas políticas, marca sus fines y sus límites. El hombre político es, además, árbitro de las aspiraciones de la ciudadanía y conductor de estos anhelos apoyado, ciertamente, en las ruedas técnicas del Estado. Pero no se piense que con esto acaba su misión. No es que sólo escuche la opinión, sino que la impulsa. Inspira formas y expresa las tendencias más o menos confusas y las aspiraciones más o menos vagas de sus gobernados. Si la soberanía se ejerce por la adhesión, es el político quien propone la fórmula de adhesión de las masas. En otros términos: se nos aparece como un crisol de las aspiraciones del cuerpo político; como una articulación entre las ruedas técnicas del Estado y las aspiraciones de interés general de los gobernados.

Hemos advertido que en la escena política cuentan también los ciudadanos, en el sentido de componentes activos de una sociedad. El modo como estos ciudadanos ejercen realmente una función efectiva es muy variable. El derecho del voto se suele señalar en todos los manuales de ciencia política como un cauce importante de tal actividad. Pero aunque esto sea así, no es sólo mediante la expresión que supone el voto la forma en que el ciudadano participa en la vida del cuerpo político. Junto con el voto, la formación de la opinión. La importancia es tal que no es necesario subrayarlo expresamente.

Con los hombres políticos en sentido estricto y los ciudadanos, hay que considerar la actuación de determinados individuos especialmente caracterizados. Nos referimos ahora a los agentes y a los autores. En efecto: bien por la influencia personal que estos individuos ejercen sobre la organización política, bien por los grandes medios de que disponen en su acción, la ciencia política debe estimar estas conductas. En el primer caso se encuentran los intelectuales profesionales de gran prestigio, que de una manera decisiva contribuyen a aquella formación de opinión aludida. Son esencialmente los autores. Entre los poseedores de grandes medios, apuntemos como ejemplos característicos a los directores de una cadena importante de periódicos, y a los dueños de las televisiones.

La complejidad y potencia de los actuales medios de movilización de voluntades ponen en duda la capacidad del ser humano solitario, o de la persona actuando individualmente, para ejecutar actos políticos. Se disipan estas incógnitas si distinguimos las tres clases aludidas de sujetos políticos: los autores, los agentes y los actores.

Autor es la persona que causa o produce un efecto. El agente suele concebirse también como el productor, el causante o el realizador de algo. Las fronteras entre la labor del autor y la del agente, en suma, no son fáciles de trazar. Sin embargo, en el autor predomina el aspecto de creación, de invención, mientras que en el agente destaca la idea de realización, de producción. El actor se limita a representar la obra concebida y dirigida por otros.

Otro día me ocuparé de los grupos políticos. En filosofía nos costaría mucho -como decía mi maestro- terminar de pintar los cuadros del autor, del agente y del actor. En política no es tan difícil. Pronto se levantará el telón de las elecciones municipales y autonómicas. Los personajes de la escena deben ser bien identificados.

Manuel Jiménez de Parga, catedrático de Derecho Político y presidente emérito del Tribunal Constitucional.

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