El hombre que cambió Valencia bajo la sombra de la sospecha

El hombre que cambió Valencia llegó, contra pronóstico, de Cartagena. De temprana vocación política, Eduardo Zaplana Hernández-Soro (1956) recaló en las filas del PP después de la desintegración de UCD, donde había dado sus primeros pasos mientras cursaba la carrera de Derecho en Alicante.

Bien casado en Benidorm con Rosa Barceló, hija de un próspero empresario local con la que tuvo tres hijos, la mujer más famosa en su currículum político es sin embargo Maruja Sánchez, inventora del tamayazo avant la lettre. Sin la intervención de esta concejal socialista es probable que Zaplana no hubiera desarrollado su exitosa carrera política. No al menos a la velocidad en la que lo hizo. Es su pecado original.

Con treinta y pocos años y gracias al voto de esta tránsfuga, Zaplana llegó a la alcaldía de Benidorm, la capital turística de una Comunidad Valenciana que era feudo socialista desde las primeras elecciones democráticas, una década antes. De aquel primer Zaplana, blanquecino, tirando a rollizo y de verbo obtuso, pronto no quedó ni rastro. Su transformación es un ejemplo del poder de la voluntad.

Todo estuvo a punto de irse al traste por una grabación telefónica obtenida irregularmente en el caso Naseiro, que investigaba las finanzas de los populares. En las cintas salía Zaplana comentando de manera informal que gracias a la política podría cambiarse de coche. Sus rivales corrieron la voz de que sus palabras eran "estoy en política para forrarme", y aún hay quien así lo cree, por más que nunca pronunciase tal frase.

Meses después de suceder en el liderazgo del PP valenciano a Pedro Agramunt -famoso estos días por haber tenido que abandonar el Consejo de Europa al ser acusado de corruptelas varias- emergió un Zaplana absolutamente nuevo: moreno, fibroso, con carisma, desacomplejado, capaz de mitinear sin un solo papel y con todos los datos imprescindibles en la cabeza listos para desenfundar.

A lo grande

Los vientos, que ya soplaban en contra de un PSPV-PSOE y un Joan Lerma agotados y ninguneados continuamente por Felipe González, terminaron de impulsar a Zaplana, que ganó con autoridad las elecciones. Y ahí cambió la historia reciente de la Comunidad Valenciana, para bien y para mal.

Zaplana tuvo la audacia de pensar a lo grande y el coraje político de afrontar muchos de los problemas pendientes que tenían la sociedad y el propio PP valencianos. Sus enemigos siempre denunciaron que lo hacía en beneficio propio. Las dudas sobre su tren de vida y el supuesto incremento de su patrimonio estuvieron sobre la mesa desde los comienzos, pero sin pruebas... a expensas de lo que descubra ahora la operación que dirige el Juzgado 8 de Valencia.

Como presidente de la Generalidad desatascó infraestructuras clave para el desarrollo regional, caso de la construcción de la autovía con Madrid (A-3); puso la primera piedra de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, aliándose con Rita Barberá en la transformación de la capital; se sumó y alentó con gusto el boom de la construcción; entró a saco en Canal 9, la televisión autonómica, convertida durante años en azote del centro-derecha; apartó de la primera línea de la contienda política el conflicto lingüístico creando una Academia de filólogos y expertos; introdujo nuevas fórmulas de administración, como la gestión privada de hospitales; fagocitó a Unión Valenciana, el partido que amenazaba la hegemonía de los populares; centró ideológicamente a un PP que todavía olía a rancio y, en definitiva, en esta España de las autonomías, puso a la Comunidad Valenciana en el mapa, convirtiéndola en pieza clave de las futuras victorias electorales de Aznar.

Dice mucho de cómo era Zaplana su determinación de organizar en Mestalla el mitin previo a las generales de 1996, en contra de las advertencias de quienes en su entorno veían con absoluto pavor la posibilidad de un pinchazo ante los mismísimos bigotes de Aznar. El mitin resultó apoteósico.

No salió victorioso, ni mucho menos, de todos sus envites. Fracasó estrepitosamente en la creación del parque temático Terra Mítica, Canal 9 implosionó como consecuencia de la mala gestión, los sobrecostes de algunos megaproyectos dispararon la deuda de las arcas autonómicas...

La herencia de Zaplana

Su herencia la recogió Paco Camps, tras un pequeño interinaje de José Luis Olivas provocado por la llamada de Aznar al Gobierno de España, donde se estrenó como ministro de Trabajo en 2002. Ambos, Olivas y Camps, están siendo investigados en distintos sumarios por corrupción.

Zaplana aún tuvo tiempo de ser portavoz del Gobierno, y como tal vivió los atentados del 11-M. Tras la derrota de 2004 pasó a ser el portavoz del grupo popular en el Congreso. No congenió con Rajoy y en 2008 lo fichó Telefónica como representante para Europa, poniendo fin así a una carrera política de más de tres lustros plagada de luces y sombras.

Hace dos años se le detectó una grave enfermedad, por la que tuvo que ser sometido a un trasplante de médula. Precisamente ha sido detenido ahora en Valencia cuando acudía a una revisión. Se le investiga por tratar de repatriar dinero que habría sacado de España fruto de comisiones ilegales en su etapa de presidente valenciano. El PP le ha suspendido cautelarmente de militancia y Telefónica ha suspendido también su relación laboral con él, donde ahora se desempeñaba como adjunto al secretario general de la compañía.

Su nombre había salido en varias ocasiones relacionado con el del expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González en laoperación Lezo. Incluso se llegó a publicar que había sido imputado, pero el juez sólo le ha llamado a declarar como testigo. Sin embargo su capacidad política, su reconocimiento como fino analista, su reputación, en una palabra, seguía limpia hasta hoy. Viejos fantasmas del pasado han vuelto y amenazan con arruinar al hombre que se inventó a sí mismo y que cambió Valencia.

Ferrer Molina

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