El hombre que salvó al mundo

Habría sido demencial (por no pecar de sutil) que el presidente Obama no designase a Ben Bernanke para desempeñar un segundo mandato como presidente de la Reserva Federal. La situación económica lo exigía; la política lo imponía.

Imagine la que se habría montado si Obama hubiera elegido en su lugar al asesor económico de la Casa Blanca Lawrence Summers. Las cabeceras del día siguiente habrían sido predeciblemente críticas. ¿Intentaba Obama comprometer la independencia de la Reserva? Teniendo en cuenta la fama de cáustico que tiene Summers, ¿podría alcanzar un consenso por escrito entre los 12 miembros del Comité Federal de Política Monetaria? ¿Cómo respondería la economía, considerando el firme apoyo que tiene Bernanke entre economistas, altos ejecutivos y banqueros?

Incluso elegir a alguien menos polémico que Summers -por ejemplo Janet Yellen, presidenta del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, o el economista de Princeton Alan Blinder, ex vicepresidente de la Reserva-, habría «sacudido los mercados e inquietado a los inversores extranjeros», según The Wall Street Journal. Con la vista puesta en el futuro, Obama se anticipa así a lo que hubiera podido suceder si la situación económica se agravara inesperadamente. El relevo de Bernanke tendría entonces la culpa.

Francamente, sólo un idiota no habría mantenido a Bernanke. Por supuesto, Bernanke cuenta con sus críticos en el Congreso; pero ese es el sino de cualquier presidente de la Reserva en momentos económicos difíciles. Más allá de estos cálculos políticos, sin embargo, había una razón de mayor peso para reelegir a Bernanke: lo merece.

Nunca sabremos si el mundo habría sufrido una depresión si la Reserva, con Bernanke al frente, hubiera respondido menos agresivamente, pero es plausible. A principios de este año, Paul Krugman, economista distinguido con el Nobel y columnista de The New York Times, apuntaba señales de depresión. Bernanke admitía temores parecidos en una entrevista mantenida con David Wessel, editor de la sección económica del The Wall Street Journal y autor de In Fed We Trust. El hecho de que la economía global no esté empeorando incontrolablemente (para el año 2010, la Intelligence Unit de The Economist predice un crecimiento del 2,7% para el mundo y del 1,8% para EEUU) no era la conclusión inevitable. Tampoco era seguro que el pánico que cundía entre los mercados financieros apenas seis meses antes iba a ceder. Desde sus mínimos de marzo, el mercado estadounidense ha registrado avances de aproximadamente un 50% ya.

No es que la actuación de Bernanke fuera impecable. Cometió dos errores de bulto. En primer lugar, no vio venir la crisis. Ni siquiera después del colapso del banco de inversiones Bear Stearns, en marzo de 2008, pronosticó un episodio de pánico financiero extendido ni tampoco previó una recesión violenta. En el verano de 2008, la economía se debilitaba, pero parecía -para Bernanke y la mayor parte de los economistas- estar acusando sobretensiones inflacionarias. Los precios al consumo se incrementaban a un ritmo del 5% anual; el petróleo estaba en máximos de 147 dólares el barril.

El segundo error de Bernanke fue permitir, junto al entonces secretario del Tesoro, Hank Paulson, que Lehman Brothers se fuera a pique en septiembre. Ambos han afirmado que carecían de las competencias legales para rescatar a Lehman y que nadie quería comprarla. Muchos observadores (entre los que me incluyo) encuentran esta excusa poco convincente. Si Bernanke y Paulson hubieran anticipado por completo las consecuencias de la quiebra de Lehman, habrían encontrado seguramente la forma de reflotarlo. Una vez Lehman quebró, la crisis se agravó sustancialmente. Los bancos se abstuvieron de prestarse entre sí, los inversores dejaron de adquirir títulos nuevos y bancos, consumidores y empresas hicieron acopio de efectivo. La economía se contraía a un ritmo del 5% al 6% anual.

Aquí es donde Bernanke destacó sobre el resto. Estudiante de la Gran Depresión y especialmente de los desastrosos efectos de las quiebras bancarias, fue más allá de la respuesta estándar de rebajar los tipos de interés (los tipos de préstamo de la Reserva a corto plazo fueron recortados drásticamente hasta prácticamente cero hacia diciembre). La Reserva alumbró un vertiginoso abanico de «instancias de préstamo» que subrogaron más de un billón de dólares de crédito de la Reserva para reemplazar el crédito privado en retroceso. La Reserva apuntaló mercados de hipotecas, de capitales, de títulos comerciales, préstamos a la compra de automóviles y préstamos estudiantiles. La estrategia consistía, como dice Wessel, en hacer «lo que sea necesario» para evitar una congelación total del crédito y la confianza, una pérdida que provocaría descensos continuos del gasto y de los precios de títulos (acciones, deuda pública) desembocando en depresión.

Aunque hubo otros actores, las intervenciones de la Reserva fueron definitivas a la hora de detener en seco el pánico. Queda en el aire saber si algún otro presidente de la Reserva -alguien sin el detallado conocimiento de la Depresión que tiene Bernanke- hubiera sido igual de audaz a la hora de apuntalar los mercados de crédito. Además, el enfoque de Bernanke despertó maniobras parecidas en el extranjero.

Tras la crisis de los mercados asiáticos de 1997-1998, la revista Time dedicó su portada a Summers, al entonces presidente de la Reserva Alan Greenspan y al secretario del Tesoro Robert Rubin con este título: El Comité para salvar el mundo. Una versión actualizada sería Bernanke en la portada con el pie de foto: El hombre que salvó al mundo.

Pero ésta también es la cruz de Bernanke. Si la Reserva no retira de circulación todo el crédito extra con la suficiente celeridad, podría desatar una inflación. Si lo aparta con demasiada rapidez, podría retrasar la recuperación. El fallo, de cualquiera de las formas, significaría que la reelección de Bernanke ha marcado el apogeo de su prestigio.

Robert J. Samuelson, analista de The Washington Post.