El ideal, la historia y la identidad

En las escuelas de Cataluña dicen que se enseña catalán, inglés y castellano. El castellano es la lengua del enemigo, del dominador, a través de la cual pueden enseñarse contenidos que se opongan a los intereses nacionalistas. La gente normal aprende catalán e inglés. Los responsables de la enseñanza en catalán saben que una lengua se aprende por inmersión.

Los hijos del pueblo liso y llano salen de la escuela sabiendo catalán y ninguna lengua más. «Nuestro problema es enseñarles catalán para que interioricen bien nuestros mensajes», me dijo un político. Los hijos de los políticos aprenden catalán, castellano, ingles, alemán y chino; se van a aprender cada una de ellas al país original. «Para nosotros es muy importante remarcar todo aquello que nos haga diferentes de los españoles. La prohibición de los toros en Cataluña sólo tiene este sentido», me dijo otro político.

Entre las enseñanzas en manos de las autonomías está la historia a través de la cual se trasmite a los niños una visión del mundo porque se interpretan los acontecimientos que lo configuran. En «nuestras escuelas se enseña y se aprende la historia de Cataluña y la historia del resto del mundo como complemento de la historia de Cataluña. Como se hace en todos los países que tienen historiadores propios. Como hacía la España de Franco: todo giraba en torno a la Historia del Imperio español», me dijo un tercer político.

El hombre da sentido a su vida a través de acciones, referencias, símbolos. En la escuela se enseña que los símbolos propios expresan la liberación, la libertad. Y se han de utilizar en manifestaciones, en los campos de fútbol, en los mítines políticos, en el día de la nación. Al mismo tiempo se desprestigian y, dentro de ciertos límites, se dice que hay que atacar a quienes lleven y exhiban los símbolos del enemigo, los españoles, porque representan y favorecen la dominación, el atropello, el expolio, el robo del pueblo catalán.

Los símbolos por excelencia de Cataluña son la bandera, el Barça y Montserrat. El monasterio y el club de fútbol tienen su función natural, religiosa el uno y deportiva el otro. Pero los dos amplían su simbolismo al terreno político al ser manejados y manipulados por sus responsables y por los políticos. Para muchos llevar la camiseta del Barça es prueba de nacionalismo. Políticos que se declaran ateos o agnósticos visitan Montserrat en fechas de especial significado nacionalista.

Mas, envalentonado por la manifestación de la Diada, se fue a la capital convencido de que iba a arrancar al presidente un incondicional al pacto fiscal. Al volver frustrado y sin discurso, convocó elecciones para solucionar su problema. Ahora aprovecha que «España está contra las cuerdas, débil y desacreditada» para hacer creer que su frustración es la del pueblo y que sólo se puede solventar con la independencia. Los tres problemas más graves que tienen los españoles según la última encuesta del CIS son: el paro, la economía y los políticos; y pueden esperar.

Según los entendidos, Mas no atiende los intereses económicos y sociales de los ciudadanos sino sus intereses políticos. El pueblo catalán, a no ser unos cuantos devotos, no se planteó ninguno de los problemas que Mas pone como excusa para convocar elecciones: ni antes se había planteado el problema del estatuto ni ahora se planteó lo de la independencia ni lo del pacto fiscal. El pueblo es un instrumento en sus manos haciendo caso omiso de lo que le dice Kant: el hombre es un fin en sí mismo.

Los revolucionarios luchan por liberarse de quien creen les roba y les tiene sometidos al expolio constante; aún los pacíficos, nunca lograron lo que pretendían plegándose a las leyes porque éstas prohíben lo que ellos pretenden. Ven los otros problemas pero están convencidos de que la conquista de la soberanía está en la raíz de la solución de todos los demás. En conversaciones privadas, el ex presidente Pujol ha dicho: «Mas se equivoca con lo de la independencia». Habrá hecho elecciones, puede que las gane hasta por mayoría absoluta, y habrá satisfecho su ego, pero no habrá logrado ni el pacto fiscal ni la independencia. Pero los independentistas seguirán persiguiendo lo que creen es el remedio de todos los males que les aquejan. De momento consiguen despistar al personal.

Mas distrae a las multitudes con manifestaciones, con palabras, con conceptos, a veces abstractos, y trata de hacerles creer que el verdadero problema es la soberanía y que el Gobierno español, al no concederla ni dejar que el pueblo hable, es la causa del problema. Como España está contra las cuerdas hay que aprovechar su debilidad. Los nacionalistas predican verdades e identidades parciales, pero vividas con furor fundamentalista. Otro cantar será cuando el incitador tenga que gestionar las mentes enardecidas e insatisfechas. De momento, Mas ha hecho lo que hace el diablo en los Ejercicios: «Entra con la nuestra para salir con la suya».

El esperado Mesías ha llegado, ya hemos sido redimidos; el tiempo de las angustiosas expectativas, de lanzarse precipitadamente hacia el esperado alliberament ha terminado. Lo que tenía que suceder ya sucedió. «Estamos en el momento de recibir la revelación. Tenemos que aplicarnos a la difícil tarea de hacerla realidad. Es el momento de un nuevo comienzo y nos corresponde a los catalanes decidir su significación y obrar en consecuencia», piensan los independentistas. Un pueblo que busca la soberanía sólo tiene una lealtad: servir al ideal. La historia se interpreta según los intereses y la identidad se modela de acuerdo a la conveniencia del momento.

Los medios de comunicación oficiales son la voz de su amo. Los privados que reciben subvenciones, por aquello «de bien nacidos es ser agradecidos», están, salvo raras excepciones, al servicio de quien paga. Muchos intelectuales son antiindependentistas pero adoptan la misma postura, y seguramente por las mismas razones, que los medios de comunicación. Se les podría tildar de orgánicos y apesebrados.

Los constitucionalistas pueden hacer valer y cumplir la ley y castigar a los que la quebrantan y, en caso de independentismo, antes de que lo consigan porque después caerán fuera de su competencia.

Según el sentido común, la obligación del Gobierno de España no es la de españolizar a los catalanes sino la de obligar a la Generalitat a cumplir la ley y las sentencias sobre la enseñanza del castellano. Los diferentes gobiernos de España o no sabían lo que hacían, o lo hicieron a sabiendas para que los catalanes les prestaran su apoyo para mantenerse en el poder o porque pensaron que los catalanes eran idiotas y no iban a coger la sartén por el mango. El Gobierno ha entregado a las autonomías la enseñanza y otras competencias que son esenciales para la manipulación de las mentalidades.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor.

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