El ideal revolucionario de Mercedes Formica

Conocí a Mercedes Formica y fui, por la gracia de Dios, ferviente admirador suyo. Mercedes tenía un talento inigualable, conoció bien el mundo, sus fondos oscuros y sus mañanas luminosas y a la especie humana en sus vicios, sus glorias y en sus procesos de inmortalización. Nadie puede negar el talento excepcional de Mercedes, que correspondía a una personalidad indiscutible, fina y bella, nada presuntuosa y, sobre todo, dotada de un capítulo de feminidad inextinguible.

En las breves ocasiones en que tuve para hablar con ella, me ganó la admiración y el fervor, que son las dos notas que siempre anoto en mi cuaderno cuando agradezco a Dios haber leído algún libro que tuviera la virtud de conmoverme. Pero hoy no quiero hablar sólo de su personalidad. Mercedes fue falangista convencida desde la primera hora, porque comprendió intelectual y apasionadamente el estilo, el alcance y la profundidad social y revolucionaria del mensaje que lanzaba José Antonio Primo de Rivera. Pero tengo que disentir –y lo hago con respeto– de Miguel Soler, que en su reciente artículo en ABC parece situarla en una línea de oposición sistemática al régimen del 18 de julio.

Una cosa es que Mercedes se mostrara crítica con determinados aspectos de lo que representaba el Movimiento nacional –más de naturaleza social que política– y otra cosa es que se situase frente al mismo. Sus brillantes alegatos jurídicos, dirigidos fundamentalmente a la defensa de la dignidad de la mujer y sobre todo a la eliminación de limitaciones desfasadas e injustas de la capacidad jurídica de la mujer, nos muestran a una mujer valiente y rompedora que actuó dentro del sistema para mejorar la situación de la mujer desde una crítica siempre constructiva y revolucionaria. Pocos saben hoy que las importantes reformas del Código Civil de 1958 y 1975 que eliminaron tutelas maritales ahora inimaginables tuvieron en Mercedes a su principal valedora.

No le oí jamás ninguna frase atentatoria a lo que significaba el Estado del 18 de julio, aunque sé que tenía no pocas diferencias sustanciales con él. No todo lo que se hacía en el régimen acaudillado por Franco era loable, y entre los muchos políticos que medraron en aquel tiempo no faltaron arribistas e indeseables. Pero hubo algunos, como Mercedes, que lejos de optar por la adulación y el silencio acomodaticio o por la crítica destructiva pusieron su afán fervoroso en el sueño de elevar a realidad aquellos valores y derechos que habían sido negados y de romper con una secular postración de la mujer, incompatible con su ideal revolucionario. Conocí y admiré la lucha de Mercedes en este sentido y la sigo viendo, desde mi lejanía, experta y bella, valiente, llena de estilo y de esperanza.

Mujeres así pueden contarse con los dedos de una mano en la historia de España. Mercedes era un amor, un espíritu transparente y lúcido, un talento y una personalidad singular que no conoció nunca la soberbia, y yo estoy seguro de que tampoco la vanidad. Hoy, cuando veo que algunos borran su nombre por falangista y otros la utilizan de forma torticera para borrar el homenaje a 5.000 falangistas y soldados caídos en Rusia –que es otra forma más refinada de agredirla–, yo quiero proclamar en alta voz mi admiración por ella, por su estilo y su coraje.

A Mercedes Formica, falangista de la primera hora, rindo hoy, cuando han pasado tantos años, el homenaje de mi fervorosa admiración y doy gracias a Dios por haberme permitido, al cabo de mis noventa años, encontrar un hueco para expresar el calor de mi fervor ante el temblor de la injusticia.

José Utrera Molina, abogado.

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