El III Centenario de la Casa de Hannover en el Reino Unido

En los meses de 2014 que han conocido la postrera fase del frustrado proceso independentista de Escocia, se han conmemorado los trescientos años del fallecimiento, sin descendencia directa, de la Reina Ana (17021714), última representante en el gobierno de los estados pertenecientes a la Corona Británica, de la histórica dinastía Estuardo, que hunde sus raíces en tierras escocesas desde muchos siglos atrás. Así, rechazando los derechos de los infatigables pretendientes de tal estirpe, sucesores en el exilio, de Jacobo II (1685-1688), padre de esta soberana, expulsado de su reino por la Revolución de 1688, acaudillada por su otra hija, que sería María II (16891694), casada con un príncipe de la Casa de Orange, holandés y protestante, que pasaría a la historia como Guillermo III (16891702), se produjo el advenimiento al Trono de San Eduardo, de la Casa de Hannover, en la persona de Jorge I ( 1714-1727); en consecuencia, ello supuso la llegada de una familia tradicionalmente germánica, cuya denominación ha variado, por motivos matrimoniales o políticos, deviniendo en Casa de Windsor.

Los padres del recién llegado monarca eran el Elector de Hannover y la Princesa Sofía, quinta hija, y única protestante, de Isabel de Bohemia, nacida del matrimonio formado por el Rey Jacobo I ( 1603-¡625) y Ana de Dinamarca. El Parlamento, que reguló la sucesión desde 1701 ( Act of Settlement) fijó que ningún católico podía ser soberano de Inglaterra. Como Sofía de Hannover murió unos meses antes que la Reina Ana, su herencia política recayó en su hijo, Jorge Luis de Brunswick-Luneburgo, que ya era Elector de Hannover desde 1698.

En virtud de aquella decisión parlamentaria, el Príncipe alemán se convirtió en Rey de Inglaterra, a partir del 1º de agosto de 1714, obviando los derechos de los católicos Estuardo. Llegó a la isla con dos amantes y ninguna esposa, puesto que la suya legítima, Sofía de Zelle, estaba confinada, bajo sospecha de adulterio. Habían tenido dos hijos, el futuro Jorge II y Sofía Dorotea, que sería la madre de Federico «el Grande» de Prusia. Jorge I hablaba el inglés con dificultad, abandonó el gobierno en manos de sus ministros, vivía más tiempo en Alemania que en su reino británico y falleció en Osnabrück, a los sesenta y siete años, siendo enterrado en Hannover.

Jorge I inauguró la llamada «época de los Jorges» que se debió a la coincidencia en el nombre de los monarcas que se fueron sucediendo sin solución de continuidad: Jorge II (1727-1760); este, a su óbito, fue reemplazado por su nieto –vástago del Príncipe de Gales, Federico Luis, que había fallecido en 1751– Jorge III ( 1760- 1830), a cuya muerte le sustituiría Jorge IV ( 1820-1830). El siguiente, hermano del anterior, fue Guillermo IV, también de breve reinado (1830-1837); al término, comenzó la gloriosa «Era Victoriana», protagonizada por Victoria Alejandrina, sobrina de los dos anteriores, puesto que era hija de un hermano menor de ambos, el duque de Kent (quien la dejó huérfana con tan solo ocho meses de edad ) y de la Princesa Victoria de Sajonia–Coburgo.

Victoria I (1837-1901), que subió al trono a los dieciocho años de edad, después de un dilatado y prestigioso reinado, fue sucedida por su segundo hijo –el primer varón, de un considerable grupo de hermanos, compuesto por cuatro hombres y cinco mujeres– Eduardo VII ( 19011910), quien aportó de su padre, el Príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, la nueva denominación familiar, que no habría de durar mucho tiempo debido al estallido de la Primera Guerra Mundial. En 1917, el siguiente monarca, Jorge V (1910-1936), ante las acusaciones veladas o directas acerca de su indudable sangre germánica, consolidada desde 1714 –todos los reyes se casaron con princesas alemanas– y reforzada más recientemente por las circunstancias maternales y matrimoniales de su abuela Victoria, hija y esposa de alemanes, encontrándose en pleno conflicto bélico con Alemania y evaluando los hechos que habían provocado la caída del zar Nicolás II, su primo carnal, en Rusia, decidió «britanizar» el apellido y adoptó el inesperado de Windsor. Se escogió, por sugerencia de un cortesano, del nombre del célebre castillo medieval construido en el último tercio del siglo IX, después de la invasión de los normandos, que derrotaron al rey Harold en los campos de Hastings. Esta colosal fortaleza, así como la famosa «Torre de Londres», surgieron por orden del triunfante Guillermo «el Conquistador», para afianzar su dominio sobre el territorio y defender la capital desde el oeste y el este respectivamente. Windsor ha sido, y es, una residencia predilecta de reyes y reinas desde hace siglos, a la vez que panteón de algunos monarcas, lugar de variadas dependencias, monumento colmado de tesoros históricos y escenario de impresionantes recepciones oficiales y ceremonias de la corte.

Tal y como cabe observar, la actual familia reinante en Gran Bretaña, ha recibido tres denominaciones distintas, sin dejar de ser la misma dinastía. Los siguientes soberanos Eduardo VIII (1936), Jorge VI (1936-1952) e Isabel II (1952- ) han mantenido el mismo estado de cosas que su inmediato antepasado, sin que la boda de la presente soberana alterase tales supuestos, aunque sea su marido, titulado Duque de Edimburgo, príncipe griego por nacimiento. Felipe Mountbatten, de apellido germano –conocido antes como Battenberg– adoptado de su madre, pero traducido al inglés y cambiado por él mismo para no ser considerado como Felipe de Grecia, lo que implica formalmente ser un Schleswig–Holstein Sonderburg-Glucksburg, es de origen danés y, en puridad, de linaje alemán. Con todo, se ha especulado con el hecho de que la reina actual decretase que los hijos nacidos del matrimonio pudiesen ostentar la combinación nominal Windsor-Mountbatten, lo cual reafirma el inveterado germanismo hannoveriano de tres siglos, bajo correcta nomenclatura inglesa.

Juan J. Luna, conservador y jefe de departamento en el Museo del Prado.

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