El imperativo del crecimiento para China

A lo largo de todo el décimo octavo congreso del Partido Comunista Chino, recién concluido, pantallas de televisión omnipresentes en trenes y estaciones de metro transmitieron en directo las sesiones de la asamblea china. Sin embargo, la atareada población de Beijing no parecía prestar demasiada atención: para ella, no tenía nada de particular.

La indiferencia del público chino ante la ceremoniosa transición del poder de su país nada tiene de extraño. Todas las decisiones transcendentales estaban adoptadas mucho antes del congreso, a puerta cerrada, con muy pocas aportaciones del exterior. Sin embargo, se espera de forma generalizada que esa transición, aparentemente perfecta, dé paso a un decenio complejo y potencialmente difícil para China… y para el resto del mundo.

China se encuentra en un momento decisivo. Con más de 100 millones de personas que aún no superan el umbral oficial de la pobreza y una renta por habitante que apenas supera los 6.000 dólares en términos nominales, hay que mantener un crecimiento sólido. El Presidente saliente, Hu Jintao, indicó que el PIB total de China y la renta por habitante debía duplicarse de aquí a 2020, lo que requerirá un crecimiento anual del 7,5 por ciento por término medio. ¿Es viable?

Mejoras recientes en los datos relativos a la producción industrial, la inversión fija y las ventas minoristas indican que la economía china, cuyo ritmo de crecimiento se había aminorado en los últimos trimestres, puede estar ya recuperándose, pero las autoridades siguen mostrándose prudentes, en vista de que las perspectivas económicas de China dependen en gran medida de condiciones exteriores, lo que causa la mayor parte de la incertidumbre actual. Sin embargo, en la situación actual la mayoría de los economistas independientes esperan un crecimiento anual del PIB de entre 7 y 7,5 por ciento en el período 2013-2017, mientras que el Fondo Monetario Internacional pronostica una tasa más optimista de entre el 8,2 y el 8,5 por ciento durante dicho período.

Como oímos decir repetidas veces durante el congreso, las dirección de China considera que su mayor imperativo en materia de políticas en los próximos años será el paso de un crecimiento impulsado por la exportación a un modelo económico basado más firmemente en el consumo interno. Ese asunto ya ha llegado a ser urgente, pues no es probable que los Estados Unidos y Europa aporten demasiado apoyo a las exportaciones chinas. De hecho, ahora se prevé que China no alcanzará la meta del 10 por ciento en el caso del comercio en 2012, aun cuando las exportaciones destinadas a las economías con mercados en ascenso aumentaron más en los nueve primeros meses del año.

El aumento de los ingresos y una tasa menor de ahorro de los hogares son esenciales para el cambio de modelo de crecimiento de China y los dos presuponen reformas decisivas. Por ejemplo, la mejora de la prestación de atención de salud, educación y atención a los ancianos conforme a las necesidades y las aspiraciones de la clase media en ascenso debe alentar a la mayoría de las familias a asignar una parte mayor de sus ingresos al consumo. Asimismo, el aumento de los intereses pagados por los depósitos en los bancos permitiría que el ahorro se redujera sin pérdida de ingresos.

Al mismo tiempo, a medida que China avanza por la senda que conduce a una economía basada en el mercado establecida hace más de 30 años por Deng Xiaoping, la labor de las autoridades se ha vuelto más compleja. Es necesario encarrilar la economía en la dirección deseada sin provocar inestabilidad, con lo que un ritmo y una coordinación de las medidas normativas resultan esenciales. Como me dijeron algunos colegas chinos, el éxito de las reformas en el próximo decenio dependerá más que nunca de una buena concepción.

En particular, la nueva dirección tendrá que ocuparse de las vinculaciones entre la economía real y el sector financiero en expansión, al revisar las empresas de propiedad estatal y liberalizar los bancos. De los productos básicos a los activos financieros, la formación de precios debe ser más eficiente y se debe reducir el margen de captación de rentas y corrupción. Además, mientras la internacionalización del renminbi continúa a ritmo constante, la liberalización interna debería darse junto con una integración mundial más profunda.

En los próximos años, la cuestión fundamental, reflejada en el discurso inaugural del congreso por parte de Hu, será la relación entre el Estado y el mercado, pero las reformas continuarán yendo de la cumbre a la base y siendo graduales, en particular en el sector financiero, donde la mayor parte de las medidas se concentrarán en el próximo decenio.

Muchos chinos parecen creer que la disciplina del mercado aportará una competencia leal y contribuirá a colmar el desfase en aumento entre los ricos y los pobres. La distribución de la renta en china ha llegado a presentar una gran desigualdad: con 0,438 del coeficiente de Gini, que calibra la desigualdad, el país se sitúa más próximo a los Estados Unidos que a las sociedades igualitarias de la Europa septentrional (con la excepción del Reino Unido) y la injusta asignación de recursos, que ha enriquecido a tantos individuos y familias bien relacionados, ha llegado a ser más difícil de soportar.

Así, pues, una cuestión decisiva para el próximo decenio es la de si las metas de crecimiento fijadas por las autoridades chinas serán suficientes para preservar la cohesión social, mientras se apliquen gradualmente más reformas económicas y políticas. Al aumentar la tarta económica menos rápidamente, una mayor equidad será decisiva para la estabilidad social, cosa al menos que la nueva dirección ve con claridad. Está por ver si será capaz de idear los cambios institucionales necesarios.

Paola Subacchi is Research Director of International Economics, Chatham House, London.

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