El imperialismo de la economía

Es conocida la afirmación de Ortega de que el gran problema para la filosofía de su tiempo venía del imperialismo de la física. Ortega hablaba así en 1929: «La vida intelectual ha padecido durante casi cien años lo que pudiera llamarse el terrorismo de los laboratorios. Agobiado por tal predominio, el filósofo se avergonzó de no ser físico. Como los problemas genuinamente filosóficos no toleran ser resueltos según el modo del conocimiento físico, renunció a atacarlos, renunció a su filosofía contrayéndola a un mínimum, poniéndola humildemente al servicio de la física». Invito al lector a que sustituya Física por Economía y Filosofía por Ciencias Sociales y podrá observar hasta qué punto el Tema de nuestro tiempo (por seguir con Ortega) es el absoluto predominio de los economistas a la hora de analizar los problemas sociales. La diferencia entre la atención que la opinión pública y publicada dedican a la opinión de los expertos en política económica frente a las reflexiones de sociólogos, politólogos, o historiadores es impresionante. No se puede decir que los medios no dediquen atención a las consideraciones de los científicos sociales pero su aportación es minúscula en contraste con los juicios que emiten las distintas escuelas del pensamiento económico. No es extraño, pues, que la crisis económica vaya unida a una crisis de confianza que aumenta por momentos. No es ya que no se acabe de ver la fiabilidad científica de la economía, es que se ha perdido toda perspectiva a la hora de enjuiciar los problemas.

Dificultades. El lector de los medios asiste apabullado a una cantidad ingente de información sobre la competitividad económica, el déficit, la prima de riesgo, la deuda pública, la política fiscal, los eurobonos, la reserva federal, o el rescate. Pasada la avalancha económica, pasa a las páginas de sociedad donde se encuentra a menudo con un cantante o un novelista, al que se pregunta acerca del mundo actual y de los valores que lo rigen. De la avalancha económica pasamos a una efusión sentimental incontrolada donde los artistas más variopintos dan cuenta de sus buenos sentimientos, y muestran su repulsa al mundo existente, sin ofrecer ninguna salida a la situación.

Entre los economistas que imponen la doctrina y los artistas que dan rienda suelta a sus sentimientos se encuentran los políticos que ya no saben qué decir porque lo único claro es que lo que dijeron ayer ya no vale hoy. Entre el imperialismo «científico» de los primeros, la efusión sentimental de los segundos y la impotencia de los terceros se está produciendo un cambio de época donde día a día se está naturalizando el espanto. Como éste se va difundiendo por doquier, como ya no hay quien pueda negar las consecuencias sociales del paro, la pérdida de la cobertura de desempleo, el copago sanitario, la subida de las tasas académicas, el aumento de la pobreza o el incremento de la exclusión social, asistimos a una última forma de imperialismo: los mismos que no fueron capaces de predecir la crisis, los que se acomodaron al dictado de los mercados, se lanzan a hablar de todo lo que no saben, con absoluta alegría. Uno no sabe si admirar más su prepotencia o su ignorancia.

Así tenemos a sesudos economistas escribiendo que estamos a un paso de volver a los años 30; al día siguiente otros nos comunican que hay que despedirse del Estado nación y de la soberanía, para concluir con los que afirman que el sueño europeo se ha esfumado y hay que aceptar que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

Si el que hablara, en lugar del economista imperial, fuera un historiador, nos diría que hay grandes diferencias entre un mundo en el que el comunismo era una amenaza para el orden liberal y un mundo en el que el capitalismo se ha quedado sin enemigo. Por tanto, argüir que estamos en una situación como la de los años 30 sin tener en cuenta ese dato parece una afirmación arriesgada: ¿Cómo vamos a repetir el siglo de los extremos si uno de ellos ha desaparecido?

En relación al Estado y a la soberanía, cualquier politólogo nos diría que es difícil pensar que pueda subsistir la democracia si se transfieren la soberanía a un orden económico no democrático. La democracia dentro del Estado nación es limitada, escasa o reducida, pero fuera, hoy por hoy, es inexistente. Por ello asumir, sin más, el diagnóstico del economista imperial que nos habla de la necesidad de abandonar cualquier ilusión de autonomía en un mundo globalizado, significa llanamente cavar la propia tumba.

Vayamos con el tercer mensaje: «Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades». La pregunta de cualquier sociólogo es obvia: ¿Quién ha vivido de una forma desmesurada? ¿Todos? ¿Unos más que otros? Cualquier analista social trataría de contestar a esta pregunta contrastando la evolución de la riqueza y de la pobreza en el mundo actual. Estaría interesado por conocer el incremento patrimonial de grandes propietarios que lanzan al paro a empleados porque «tenían unos salarios que no eran competitivos». Cuando escucho esta retórica recuerdo a un ex ministro de Economía que afirmaba que, tal como estaban las cosas, al servicio público sólo se podrían dedicar los más tontos de la promoción ya que sus salarios eran muy inferiores a los del sector privado. Sin embargo, esos tontos forman parte de ese todo que ha vivido por encima de sus posibilidades.

Solvencia. Por ello es imprescindible revertir esta situación y recomiendo al lector que no acepte el imperialismo de una ciencia tan problemática como la economía y que combatan su hegemonía por pura salud mental. ¿Cómo? Exigiendo a los medios que consideren que la solvencia intelectual de los economistas para hablar del Estado, de la soberanía, de los años 30 o del futuro de la civilización es similar a la que tienen las otras ciencias sociales para hablar de los intrincados problemas económico-financieros. Nadie pregunta a un antropólogo por la Reserva Federal de EEUU. No se entiende por qué se permite hablar a muchos economistas de todo lo que ignoran.

Al revertir la situación ganaremos en profundidad y complejidad. Y evitaremos la lamentable situación de una vida política donde se repiten los dictados de los grandes expertos. Se pide a los políticos que lideren, pero ¿cómo van a tener capacidad de liderazgo si van perdiendo la conciencia histórica, al estar colonizados por la inmediatez?

Volvamos a Ortega. Él hablaba de la aurora de una nueva razón, de la razón histórica que permitiría ver que lo que hoy tenemos por eterno es mudable, ya que el hombre no tiene naturaleza, tiene historia. ¿No sería bueno pensar en qué momento histórico estamos y ubicarlo en un relato más complejo, matizado y profundo de lo que significó el siglo XX?

Si el terrorismo de los laboratorios había condicionado la ciencia y el pensamiento del siglo XIX y había hecho contraerse a la filosofía, la contracción que se está produciendo en las ciencias sociales es tan brutal que o luchamos contra este nuevo imperialismo o al final las peores predicciones se harán realidad y desaparecerán la democracia, el Estado nación y la soberanía, los derechos económico-sociales y las garantías laborales, las conquistas civilizatorias y los nuevos derechos de ciudadanía y todo ello ocurriría porque vamos naturalizando el espanto.

Es imposible que una reacción a este imperialismo de la economía pueda venir única ni principalmente del mundo de la política. Sólo con un nuevo saber científico-social será posible entender lo que nos pasa y salir de esta situación, de este drama donde estamos paralizados ante la eventualidad aciaga de lo que nos puede pasar.

Cuando uno no puede tomar directamente una colina debe dar un rodeo y comenzar dando la palabra a la filosofía y a las otras ciencias sociales.

Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.

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