El imperio del sexo

¿El hombre que está en la barra del bar? ¿Ese del bigotito que toma café? ¿Quién debe de ser cliente habitual de un prostíbulo?, se pregunta, mientras desayuna en un bar, Giles Tremlett, el corresponsal de The Guardian en su magnífico España ante sus fantasmas. En este libro publicado recientemente ofrece una interesante visión de la transición española y se suma a la larga lista de prestigiosos hispanistas británicos que nos ayudan a entendernos mejor. Dedica el capítulo titulado Clubes y curas a uno de los temas que, según el periodista inglés, es distintivo de la sociedad española: la indiferencia generalizada que existe respecto a la pornografía y la prostitución.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, más de uno de cada cuatro hombres menores de 49 años han mantenido alguna relación con una prostituta en alguna ocasión. Esta es una cifra mucho más alta que la de otros países europeos. Sin embargo, Tremlett se pregunta: ¿a alguien le importa?, y va más allá: "Lo único que escandaliza realmente a un cierto tipo de español respecto al sexo es escandalizarse de él".

Es cierto que existe una indiferencia muy generalizada. Por la mayor parte de carreteras españolas hay macroprostíbulos con lucecitas de colores ostensivos en los que mujeres extranjeras sin permiso de trabajo, amenazadas por proxenetas y a menudo reducidas por el consumo de drogas, viven en condiciones infrahumanas y son tratadas como esclavas sexuales. Mujeres muy jóvenes, posiblemente incluso menores de edad, trabajan en las carreteras sin ninguna protección. Es normal que Tremlett se extrañe de que la gente y las instituciones den la espalda a estas mujeres y a la situación de explotación en la que se encuentran. Solo oímos a los vecinos cuando hay algún problema de ruido, y si alguien se refiere a ello lo hace con un chiste.

El propietario de un local de prostitución explica al corresponsal inglés que la naturaleza confusa de la ley, que prohibe a la gente lucrarse con la prostitución pero no ilegaliza el comercio del sexo, permite que prospere el negocio de la prostitución, lo que convierte a España en el país posiblemente más permisivo de Europa. Al haber mucha nebulosidad legal, existe una gran libertad y, como resultado de ello, un gran número de clubs están en manos de mafias y proxenetas que poseen a las chicas inmigrantes. El único pequeño inconveniente que tienen que sufrir estas mafias son las inspecciones que lleva a cabo el Ministerio de Trabajo. Les cierran el local durante un día o dos y les multan con 6.000 euros por mujer.

En la misma línea, otro escándalo de este país es la superabundancia de pornografía en la televisión en abierto con anuncios de líneas eróticas. Mientras en el pasado había unas salas de cine marginales que ofrecían películas X a una minoría de hombres pertenecientes también a un tipo de marginalidad, hoy la pornografía está al alcance de cualquier persona en la televisión. Estas imágenes son accesibles a tra- vés de internet, pero el acceso al medio televisivo es todavía más fácil. El más crudo tipo de pornografía está al alcance de cualquier crío, si tenemos en cuenta que muchos niños y jóvenes están solos cuando miran la televisión y que incluso los hay que tienen una en su habitación. Ante este hecho, inexplicablemente más silencio y pocas quejas de padres y educadores.

La pornografía ofrece una visión nociva de la sexualidad, en la que el sexo se practica sin ningún sentimiento positivo ni valoración hacia la otra persona, y menos hacia la mujer. De hecho, se trata de un juego de poder extraordinariamente machista, en el que a la mujer le toca desempeñar el papel de perdedora y humillada. Además de la ausencia del uso de preservativos, en la mayoría de películas pornográficas la mujer queda totalmente reducida a la condición de objeto destinado a proporcionar placer al hombre, que es el tirano y el poderoso protagonista indiscutible de la historia. Además, ofrecer una visión del sexo reducido a la penetración es muy negativo para las mujeres. Ninguna mujer podría creer que aquello puede ser agradable.

¿Es este el mundo que queremos para nuestros hijos? ¿Ni el Consell de l'Audiovisual de Catalunya ni nuestras instituciones pueden hacer nada? ¿Para qué sirven, si no es para proteger los derechos de su ciudadanía? Siguiendo también con esta indiferencia, gente con un cierto nivel intelectual y políticos aceptan ser entrevistados en programas que contienen materiales ofensivos, extraordinariamente frívolos e incluso pornográficos. Las pocas quejas de este secreto a voces quedan reducidas a algún miembro de la Iglesia católica y al feminismo. Más bien, si alguien se escandaliza por este tipo de sexo es acusado de ser un estrecho. Pero hay que tener en cuenta que este laissez-faire da una idea muy equivocada de las mujeres.

Ya pueden hacerse leyes para la igualdad, que si la población infantil sigue educándose con la pornografía televisiva poco amor reinará en sus vidas. En su inconsciente siempre les quedará que ridiculizar y abusar de las mujeres es algo normal, y que la prostitución es únicamente un oficio muy antiguo. Pero, como dice Tremlett, ¿le importa a alguien?

Irene Boada, periodista y filóloga.