El incierto futuro político de Israel

La situación política que atraviesa Israel tras la victoria de la ministra de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, en las primarias del Kadima y la dimisión del primer ministro, Ehud Olmert, deja abiertas muchas incógnitas sobre el futuro político más inmediato.
El Kadima (Adelante, en hebreo) fue fundado por el entonces primer ministro Ariel Sharon --que sigue en coma irreversible-- en noviembre del 2005 para librarse del lastre del sector más derechista del Likud, representado entonces y ahora por el exprimer ministro Binyamin Netanyahu. Después de la desconexión unilateral de Gaza (verano del 2005), la creación del Kadima permitía avanzar las elecciones a marzo del 2006 e intentar un Gobierno de coalición con el partido laborista basado en lograr un acuerdo de paz definitivo con la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Pero la victoria de Hamás en enero del 2006, la desaparición polí- tica de Sharon y el sistema electoral israelí (lista única para todo el país y acceso al Parlamento de 120 escaños a partir del 2% de los votos) dieron una precaria victoria al Kadima (29 escaños), que tuvo que formar Gobierno con el Partido Laborista (19 escaños), el partido ultraortodoxo del Shas (12) y el Partido de los Jubilados (4). En total, 64 escaños, mientras el Likud se quedaba con 12 y el ultraderechista partido de Lieberman (Israel Nuestra Casa) con 11.

Sin embargo, tras el fracaso político de la guerra del Líbano en verano del 2006, la pérdida del apoyo de una parte del laborismo y el ascenso de Netanyahu como líder del Likud dejaban muy poco margen político a Olmert. No obstante, la victoria del exprimer ministro Ehud Barak --actual ministro de Defensa-- en las primarias del partido laborista (mayo del 2007) y la cumbre de Annápolis (noviembre del 2007), con el compromiso de cerrar un acuerdo con la ANP antes de que termine el mandato del presidente George Bush, dieron un frágil recorrido político a Olmert. Frágil porque ni el presidente Bush, en su último año de mandato, ni el primer ministro israelí estaban en condiciones de hacer cumplir ese compromiso, de ahí que en estos últimos días Olmert haya intentado impulsar el acuerdo --incluso aceptando el retorno de un 94% del territorio de Cisjordania a la ANP y un intercambio de superficie equivalente al otro 6%--. Pero las acusaciones de corrupción le han obligado a presentar la dimisión.

El presidente Shimon Peres ha encargado a Tzipi Livni --abogada, exagente del Mossad e hija de Eitan Livni, toda una referencia para los conservadores israelís-- la formación de un nuevo Gobierno en el plazo máximo de seis semanas. No lo tendrá fácil. En primer lugar, el líder del Likud, Netanyahu, aboga por la celebración de elecciones anticipadas y, dentro del actual Gobierno en funciones, Barak también. Además, Saul Mofaz, su contrincante en las primarias y exministro de Defensa se ha retirado de la política, con lo que Livni pierde el principal representante del sector duro del partido y, quizá, el único que podía contrarrestar la imagen de seguridad que proyecta Netanyahu, opuesto a cualquier acuerdo con los palestinos.

En segundo lugar, no le será fácil formar una nueva mayoría, ya que las exigencias del Shas (ayudas a las familias numerosas, exenciones fiscales para los ultraortodoxos y no inclusión de Jerusalén Este en las negociaciones con los palestinos) dejan muy poco margen de maniobra a Livni, teniendo en cuenta que el Partido Laborista prefiere avanzar las elecciones antes que someterse a las exigencias del Shas. Y otras posibles opciones, como la de incluir el partido religioso Unión del Judaísmo de la Torà (6 escaños) o el Meretz, la izquierda israelí (5), no parecen viables y, en cualquier caso, resultan insuficientes para compensar una salida del laborismo del Gobierno.

Por último, cualquier coalición de Gobierno deberá afrontar la cuestión de un acuerdo con la ANP. Pero es una negociación imposible, porque un acuerdo suscrito por la ANP sin el consenso de Hamás sería papel mojado, aunque incluyera el desmantelamiento o la reagrupación de algunos asentamientos de Cisjordania, como lo sería también para un Gobierno en precario en Israel que no podría garantizar que, de avanzarse las elecciones, el nuevo Gobierno --probablemente configurado alrededor de una mayoría del Likud-- respetara este acuerdo. Para acabarlo de arreglar, no podría incluir ninguna referencia a Jerusalén Este ni al derecho al retorno de los refugiados palestinos.

En definitiva, Tzipi Livni necesita ganar tiempo para configurar una mayoría suficiente y, si lo logra, alejar lo máximo posible las elecciones y poder hacer una acción de gobierno que frene la tendencia a la alza del Likud. Y precisamente de lo que no dispone es de tiempo. Aunque, en el trasfondo, las negociaciones secretas --aunque en boca de todo el mundo-- con Damasco, los rumores sobre una posible intervención en Irán y una crisis económica difícil de encarar por un país que depende energéticamente del exterior, militarmente de EEUU y con una polarización social cada vez más acusada. En resumen, un futuro inmediato lleno de incertidumbres en el que cualquier deriva es posible, incluso, ha advertido la propia Livni, la que parecía imposible: que la comunidad internacional, cansada del conflicto, apueste en un futuro por la formación de un estado binacional.

Antoni Segura, catedrático de Historia Contemp de la UB.