El independentismo que nos depreda

El pasado lunes visitó Madrid el expremier británico Gordon Brown, un escocés poderoso y político decisivo para que en Escocia no prosperase el referéndum de independencia en el 2014. Su mensaje fue conciso: los graves problemas para la economía los provocan los «riesgos políticos»: el nacionalismo y el populismo. Se explayó en la descripción de estos fenómenos en el Reino Unido y en EEUU, y dejó caer juicios poco complacientes con el proceso secesionista en Catalunya. Otro anglosajón de origen suizo, Raphael Minder, autor de un concesivo libro titulado 'The Struggle for Catalonia', corresponsal en España de 'The New York Times', ha declarado a la revista 'Ethic' que «el independentismo ya no puede defender un mensaje de prosperidad», un diagnóstico en toda regla sobre la impotencia del independentismo catalán, al que este periodista observa con una mirada poco severa.

Los hechos apoyan estas apreciaciones. Esta semana los datos del paro delataban que en Catalunya han sido los peores en un mes de noviembre desde el 2009, y los del CIS que los índices de pesimismo aumentaban y decaían los de confianza en los hogares del país. Todo lo contrario de lo que ocurre en el resto de España. Otros medidores de la actividad económica avisan en el mismo sentido: baja el consumo de las familias, descienden las reservas turísticas, se ralentizan las inversiones y la fuga de empresas continúa. Este fenómeno de contracción social y económica –también empresarial– no concierne solo a Catalunya sino a toda España, cuyo crecimiento anual se verá lastrado en tres o cuatro décimas, lo que traducido en millones de euros son miles.

Es exacto afirmar que el independentismo catalán, unilateral y, por lo tanto, infractor de las reglas de compromiso, es una iniciativa política que, sobre resultar presuntamente delictiva, es depredadora del bienestar general. Y ahora, en plena campaña electoral del 21-D, es preciso que la oposición constitucionalista alerte de la progresividad del deterioro socioeconómico al que se sometería a Catalunya –con graves repercusiones sobre el conjunto de España– si la comunidad queda bajo la responsabilidad, de nuevo, de los frívolos responsables de esta situación. Porque, como ha advertido Antón Costas ('El Confidencial' del pasado día 3), «el peor boicot ha sido el de los propios catalanes», de esos que llevados más por el sentimiento que por el pragmatismo –un comportamiento cíclico en la sociedad catalana– han secundado acríticamente a los que prometieron que no pasaría nada y siguen haciéndolo ahora que está pasando de todo.

¿Por qué este comportamiento colectivo que alguien ha definido como una especie de eutanasia activa? El economista Costas aduce, por una parte, que «Puigdemont ha perdido el oremus» y, por otra, que el 'expresident' «tiene algunas fobias, y una de ellas es la burguesía catalana. Desprecia a las élites, que es un elemento común del populismo». Eduardo Mendoza, en su imprescindible '¿Qué está pasando en Cataluña?', aporta apreciaciones muy valiosas para tratar de entender este sinsentido político. Para el escritor barcelonés, existe un factor de resentimiento en la propia burguesía catalana que la ha llevado a aliarse con los sectores revolucionarios (página 67), y abunda en la realidad histórica de que el independentismo germina en la menestralía del interior del país enfrentada a la ciudad de Barcelona y su área metropolitana.

Pero la depredación independentista –tan inflamada de emociones y que en los últimos tiempos no ha racionalizado las justas reivindicaciones catalanas– no es solo material sino que también es una depredación cívica. Los líderes secesionistas están erosionando gravemente la reputación de Catalunya y de España asemejando nuestro Estado con el franquista, lo que en opinión de Mendoza «es una aberración» (página 76), enfatizando que «no hay ninguna razón práctica que justifique el deseo de independizarse de España».

La denigración de nuestra democracia es una política perseverante de los independentistas, que se enfrentan a los índices de calidad democrática que sitúan a nuestro sistema entre los 20 con más libertades y derechos efectivos, razón por la que la comunidad internacional apoya al Gobierno español frente a la agitación y propaganda secesionista. Los independentistas están poseídos por el síndrome de Sansón, y sus líderes, dispuestos a sacrificar el futuro catalán y español antes que apearse del empeño imposible por el que están obsesivamente absorbidos. La oposición tiene un amplio guion para combatirles en esta campaña electoral. Será torpe si no es eficaz en el empeño.

José Antonio Zarzalejos, periodista.

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