El infantilismo político

Si algo le falta al momento político de la España actual es responsabilidad. Aquí nadie responde de nada. Rubalcaba y su entorno se pasean como si no tuviesen que ver con los casi ocho años de Gobierno de Zapatero, ni aún menos con sus consecuencias: quiebra de nuestra economía, de nuestra imagen exterior y de nuestra convivencia. Los ciudadanos también nos resistimos a asumir la cuota de obligación sensata que nos corresponde por vivir en una sociedad libre, abierta y democrática. Seguimos convencidos de que el Estado «padre» debe proveernos de todo. No queremos recuperar la madurez de asumir nuestras propias cargas y, como ciudadanos «hijos», queremos que quien tiene el poder nos lo resuelva todo. De ahí la crispación que hierve en algunos sectores de la sociedad. Consecuencia inevitable de unas expectativas frustradas, engordadas por la cómoda creencia de que el Estado es omnipresente, omnipotente y capaz de solventar hasta la última de nuestras dificultades. ¡Qué error! Sobre todo porque esa perspectiva representa renunciar a lo más valioso que, junto a la vida, tenemos: la libertad individual y el libre albedrío.

Que nadie entienda que desprecio el gran avance que ha representado en el último medio siglo la consolidación del Estado del bienestar en Europa. Al contrario, me parece uno de los estadios más memorables de la historia colectiva del hombre, que apenas está presente en la mayoría de los países, a excepción hecha de nuestro continente. Pero en el malestar en el que estamos instalados, cobra un peso significativo esa vivencia de inmadurez e infantilismo políticos, según la cual otros son los responsables de mis desgracias y nunca yo. Los valores de desarrollo personal, crecimiento y sacrificio están hoy totalmente desprovistos del aplauso y el reconocimiento público. Y, sin ellos, la sociedad de la que formamos parte crece débil, carente de iniciativa, pasiva, quejicosa pero a la vez acomodadiza, insatisfecha por necesidad.

El mayor problema actual de España no es ya la crisis económica, aun siendo lo grave que es. El mayor obstáculo para volver a levantarnos es la crisis de un proyecto común, donde todos tenemos que ser responsables. Ahí es donde se puede estar equivocando el presidente del Gobierno; no en otros asuntos, como algunos pretenden confundir con sus clamores individuales. Se equivoca Mariano Rajoy al no plantear la salida del amplio catálogo de dificultades que padecemos como una misión colectiva a la que estamos llamados cada uno; al no formular una propuesta a toda España de esfuerzo global como vía para recuperar nuestra autoestima y madurez. No puede ser el «padre» responsable de todo. Aquel a quien todo se le exige, igual que todo se le reprocha. El Gobierno debe ejercer de líder y catalizador. Si el proyecto es de todos, habremos ganado, y en particular quien haya tenido el talento de encabezarlo.

Escribí ya en otra ocasión, en estas mismas páginas de ABC, que los españoles debemos abandonar la épica de la Transición y ganar la dificultosa y aburrida normalidad democrática. Y en ese empeño, desde luego, se encuentra más el presidente Rajoy que otros muchos actores de la vida pública que, por unas u otras razones, están peor intencionados en el camino del logro de esa rutina democrática.

El pacto, en efecto, es una de las mejores expresiones de la democracia. Pero exige cesión, y a nadie se le escapa que el contexto no es el más propicio para ello. En pocas ocasiones la oposición ha sido más desleal con quien tiene la obligación de gobernar como en este momento de emergencia económica y social. Ese infantilismo político al que me refiero nos está llevando a un enfrentamiento donde vale casi todo. Y donde no se miden las consecuencias.

Apenas sí se han escuchado voces en la oposición, y en especial desde el socialismo, contra el acoso a políticos del PP. Vuelven la cara, ellos, que gobernaron en plena génesis de gran parte de los problemas que acucian a ese ciudadano ahora más debilitado y maleable que nunca. ¿Qué hizo el Gobierno de Zapatero cuando se insultó en una manifestación al entonces ministro de Defensa José Bono? Detener a los autores de gritos y empujones.

¿Qué hizo el diputado valenciano Joan Baldoví cuando era alcalde de Sueca y unos muchachos se presentaron en el pleno con una camiseta crítica con el Ejecutivo de Zapatero? Echarlos. Aunque a él parece que se le ha olvidado lo que hizo entonces, a juzgar por el número, bien parecido, que protagonizó la semana pasada en el Congreso de los Diputados.

¿Dónde se alzan en la oposición las voces críticas con los acosos, contra las ocupaciones de propiedades privadas, contra el cerco al Congreso o contra los intentos de romper España? ¿Dónde está la leal oposición? ¿Dónde se encuentran los que tienen que arrimar el hombro para que triunfe el bien común y pacten con quien ahora gobierna?

Están instalados en el infantilismo político. Confunden una actitud crítica y de fiscalización –que por supuesto deben ejercer– con un deterioro activo de la convivencia. Mientras, Rajoy preside el Gobierno de nuestra historia democrática que menos controla a la Policía, a la Fiscalía o a los medios de comunicación públicos. También el que más incomprensión y reproches ha recibido, incluido el fuego amigo, a veces más desleal y por tanto injustificable.

A Mariano Rajoy se le podrán criticar muchas cosas. Quizá buen número de ellas, derivadas del escaso aprovechamiento ventajista que podría estar haciendo de su condición de presidente. De momento, nos ha salvado del rescate de Europa que, no se nos olvide tan pronto, habría supuesto tanto como hipotecar a toda una generación de españoles. Cada día que pasa logramos financiarnos más barato cuando hace un año nadie daba un euro por nuestra economía. El martes tendremos un buen dato del paro. Las exportaciones crecen, a pesar de no haber devaluado el euro y, a diferencia de su antecesor, todos los organismos económicos internacionales reconocen al actual jefe del Ejecutivo sus esfuerzos reformadores. Tal vez los mayores desde la Transición hasta nuestros días.

Ya lo he apuntado. Rajoy sólo comete el error de no convertir su proyecto de transformación y puesta al día de España en una misión y esfuerzo colectivos. Si todos sus planes competen en exclusiva a su Gobierno, sus resultados vendrán siempre envueltos en ruidosos reproches y frustraciones, críticas fáciles e insatisfacciones que seguirán reforzando la inmadurez y debilidad de un pueblo que necesita recuperar orgullo y confianza. Si, por el contrario, elabora el ansiado relato que fija como horizonte de los próximos años una sociedad más adulta y mejor organizada, el éxito será de toda España. Pero, sobre todo, será de él. Habremos abandonado, entonces sí, el infantilismo político que hoy impera y que tantos desasosiegos nos da.

Bieito Rubido, director de ABC.

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