El infierno de Moria

Las guías de viaje afirman que Lesbos es un paraíso en el mar Egeo. Y lo es. Pero dentro de ese paraíso existe un infierno: el campo de refugiados de Moria, un espacio previsto para unas 3.000 personas en el que malviven hacinados 9.000 hombres, mujeres y niños, esperando un visado que debería concederles el sistema judicial griego —actualmente bloqueado—. Muchos de ellos llevan más de dos años en ese limbo inhumano. La mayoría de los refugiados de Moria han llegado desde Siria, Irak o Afganistán y están heridos física o psicológicamente. Han perdido a sus padres o madres, a sus hijos... sus casas, sus vidas, lo han perdido todo.

Sucede aquí, dentro de nuestras flamantes fronteras europeas y, sin embargo, en Moria no hay ni siquiera suficientes mantas para combatir el frío. Las familias más afortunadas viven en contenedores, y las demás en tiendas de campaña que no son siquiera impermeables. Según los estándares humanitarios es necesario un servicio sanitario para cada 20 personas, pero en el infierno de Moria solo se dispone de un servicio o una ducha para cada 70 u 80 refugiados. Ratas y parásitos merodean alrededor... El olor nauseabundo de la basura que se acumula o de las aguas fecales mal canalizadas lo inunda e infecta todo.

Olvidados, enfermos, con muy escasa atención médica y sin esperanza, muchos niños y adolescentes encerrados en Moria intentan el suicidio o sufren graves alteraciones mentales: desean morir. Los adultos afirman que Moria, donde la violencia y los abusos son el pan de cada día, es mucho peor que el lugar del que han huido, peor que la guerra, peor incluso que la muerte. Lesbos está a 50 minutos de Atenas, a un paso de cientos de hospitales europeos, pero en Moria hay niños gravemente heridos o enfermos que no consiguen ser transferidos al continente para que les curen.

El acuerdo firmado entre Turquía y la Unión Europea —de cuestionable legalidad y de, aún mayor, dudosa moralidad— ha hecho descender enormemente el número de refugiados que entran a Grecia, pero ha colapsado islas como Lesbos, Samos o Quíos, donde han seguido llegando, en lo que va de año, más de 27.000 personas. Todos ellos comienzan ahora su particular vía crucis en suelo europeo. En Moria, las citas para la primera entrevista con las autoridades —que tan solo inicia un larguísimo procedimiento de asilo— se están dando, en este momento, para diciembre... de 2019.

Lo que sucede en Moria y en el resto de campos en Grecia es, en primer lugar, responsabilidad de las autoridades griegas, sin duda, pero lo es también del conjunto de la Unión Europea que no puede seguir desentendiéndose de una tragedia humanitaria de dimensiones y gravedad inconcebibles para nuestro Estado de derecho y para nuestros valores.

Alimentos escasos, frío y humedad, enfermedades propias del hacinamiento, traumas de quienes han sufrido todos los horrores de la violencia, la guerra y la persecución, y un bloqueo total de las vías legales para salir, esa es la realidad de Moria. Un tercio de los refugiados son niños pequeños. ¿Pueden los dirigentes europeos seguir cerrando los ojos? Hemos fracasado, no hemos sido capaces de organizar un sistema de inmigración y asilo mínimamente humano. Esto no es una “crisis de refugiados”. Estamos ante una crisis de solidaridad humana básica. Pero mantener a tanta gente vulnerable encerrada en el infierno de Moria es mucho más que irresponsable: roza el delito.

Es muy grave que veamos a los refugiados de Lesbos como un problema que atañe solo al país que recibe en primera línea las llegadas de inmigrantes o refugiados. Grecia no puede hacer frente por si sola a esta situación, como tampoco puede hacerlo en el largo plazo Italia o España —que soporta en la actualidad el grueso de las llegadas a Europa, con un aumento del 400% respecto a 2016 en la ruta del Estrecho—.

Y, sin embargo, nos encontramos cada vez más lejos de una respuesta común europea. Los Gobiernos de Hungría, Polonia, República Checa e incluso Austria —que preside actualmente la Unión—han anunciado su retirada del Pacto Mundial de Naciones Unidas, primer paso hacia una gestión global de las migraciones, que será formalmente adoptado el 11 de diciembre en Marrakech. Una decisión intolerable y vergonzante por parte de Gobiernos de los Estados miembros que va a debilitar ese pacto y que responde a la ola de ultranacionalismo xenófobo que está barriendo, también, gran parte de Europa

No podemos dejarnos arrastrar. La ciudadanía europea tiene que ser consciente de lo que está en juego, que no es otra cosa que el modelo de sociedad que defendemos para el futuro. Los Parlamentos nacionales, los Gobiernos decentes y la UE tienen que adoptar una reacción urgente y solidaria; en primer lugar, para las islas griegas. Y debemos conseguirlo antes de que los niños y niñas de Moria, junto a sus abuelas, se mueran de frío este invierno, aquí al lado, a 50 minutos de nuestras casas.

Elena Valenciano es vicepresidenta del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo.

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