El insostenible sueño de Sharón del «gran Israel», en espera

Por William Ppaff, periodista (ABC, 15/01/06):

ARIEL Sharón siempre ha parecido un hombre del destino, ya sea por cálculo o por naturaleza; pero puede que Oriente Próximo tenga ahora la suerte de escapar de ese destino. Resulta cruel decirlo, pero casi con seguridad el destino que Sharón preparaba para Israel y los palestinos era una versión remodelada del gran Israel al que ha dedicado toda su vida. Muchos confiaban en que podría alcanzar, y alcanzaría, un acuerdo con los palestinos que concediera a éstos un Estado verdaderamente autónomo. Hay indicios de que sus condiciones los habrían excluido de la presencia política en Jerusalén. Eso habría sido inaceptable en el mundo islámico, y habría perpetuado el conflicto, con lo que la inseguridad se mantendría en Israel.

Sus principios rectores siempre han sido la seguridad y la expansión territorial de Israel. Él mismo lanzó el movimiento de los colonos tras la guerra de 1967. Ganó las elecciones por su aura de hombre del destino, obtenida gracias a sus éxitos militares en la guerra de 1948, en la que Israel consiguió la condición de nación, y en las guerras que siguieron con los árabes. Hizo creer a la mayoría de los israelíes que, sucediera lo que sucediera, él podría garantizar en último término su seguridad. No parecía importar que su expediente militar constara de brillantes éxitos tácticos seguidos de catastróficos fracasos estratégicos. Como comandante de unidad en 1948 y en guerras posteriores, fue innovador, decisivo, valiente, despiadado y salió victorioso. Su carrera militar culminó con la invasión de Líbano en 1982, motivada por su creencia de que podía eliminar de golpe la amenaza terrorista y militar palestina y convertir a Líbano en un Estado cliente.

Fue un craso error de cálculo político. La invasión expulsó a la Organización para la Liberación Palestina (OLP) de Líbano, donde había encontrado refugio después de su expulsión de Jordania en 1970. Sin embargo, la OLP estableció una nueva base en Túnez, donde se reagrupó y siguió acosando a Israel con acciones terroristas. Se esperaba que la invasión instalara en Beirut un nuevo gobierno basado en las milicias derechistas de la comunidad cristiana libanesa. Ello desembocó en las monstruosas atrocidades cometidas contra los refugiados palestinos por esas milicias cristianas, con la complicidad de Sharón, algo por lo que posteriormente se le condenó en Israel. En Líbano siguieron ocho años de guerra civil, así como un conflicto fronterizo entre Israel y la milicia musulmana de Hezbolá que duró hasta 2000 y terminó en una humillante retirada israelí.

La salida de escena de Sharón cambia esencialmente la situación política del país, porque él dominaba el Israel actual y no hay una figura importante que le sustituya. Como primer ministro, Sharón combinó el realismo con la fantasía geopolítica. Reconoció que Israel no podía mantener para siempre el dominio militar y político de los territorios palestinos ocupados, cuya población pronto sería más numerosa que la del propio Israel. Eso era el realismo. La fantasía era que podía acordarse una nueva estructura política que dejara a Israel el control efectivo de una entidad política palestina aislada de Jerusalén Este, así como de importantes sectores de los territorios conquistados durante la guerra de 1967. La retirada de Gaza ordenada por Sharón el pasado otoño fue el repliegue de un estratega militar desde una posición vulnerable de escaso interés estratégico, cedida a cambio de ventaja estratégica. La ventaja estratégica perseguida era la aquiescencia internacional con una nueva partición de los territorios palestinos que incorporara Jerusalén Este a Israel mediante el muro de seguridad.

Tras la retirada de Gaza se negó a negociar sobre lo que ahora es en realidad la difunta «Hoja de Ruta» hacia una solución de dos Estados, alegando que la Autoridad Palestina no ha desarmado a Hamás ni aplastado la resistencia a su propia autoridad. El hundimiento de la Autoridad redundaría en interés de Israel, desde el punto de vista de Sharón: evidencia para el mundo de que Palestina es ingobernable, y de que negociar con los palestinos es inútil. Sharón planeaba que su legado fuera un «gran Israel» defendible, incluido Jerusalén. No estaba dispuesto a reconocer que este nuevo Israel, no reconciliado con los palestinos, no haría sino perpetuar su inseguridad esencial.

La salida de escena de Sharón deja a Israel sin un hombre del destino. El país tiene a un marginado y empequeñecido Benjamin Netanyahu como líder de la derecha expansionista del Likud. Tiene un nuevo líder del Partido Laborista, Amir Peretz, que se ha forjado un historial en asuntos internos y sindicales. Sin embargo, Peretz se ha mantenido cercano al denominado campo de la paz, y a Yossi Belin, coautor israelí del plan de Ginebra para un acuerdo de dos naciones, que establece una Palestina autónoma y una Jerusalén compartida. La opinión pública israelí -de acuerdo con casi todas las encuestas- quiere un sistema de dos Estados y está dispuesta a dividir Jerusalén. Hasta ahora ha apoyado a Sharón por sus inseguridades, y por la aparente promesa de éste de ofrecerle seguridad militar.

Puede que ahora se les presente a los israelíes la elección entre una estrategia de paz y lo que equivale a una estrategia de conflicto perpetuo. En ésta, los israelíes vivirían tras el muro de acero y cemento que están levantando, pareciéndose cada vez más a los estadounidenses que se encuentran tras el muro de la Zona Verde en Bagdad, y que intentan, pero sin conseguirlo, dominar los acontecimientos que suceden al otro lado del muro.