El instinto okupa

La historia del terrorismo y de la izquierda abertzale es la historia de un magma social, minoritario pero extraordinariamente activo, que con su mera presencia acaba condicionando la vida política e incluso la cotidianidad en un país en el que la gente tiende a mostrarse entre aturdida e indiferente ante el enigma etarra.

El terrorismo de ETA ha gestado una sociedad dentro de la sociedad, una de cuyas características es su capacidad expansiva en lo simbólico. Su disposición a ocupar los vacíos y los silencios que se le brindan. A adueñarse de cada rincón que queda libre por desidia, despiste o desinterés de los demás. No se trata de una estrategia programada. Se trata de un instinto muy desarrollado del sentido del oportunismo. De forma que lo hacen con la mayor naturalidad. Si los demás se callan, es su voz la que se oye. Si los demás no se presentan, son ellos los que toman la plaza. Si la ley deja algún resquicio, ellos lo encontrarán. Si una frase pronunciada por otros puede ser retorcida hasta ponerla a su servicio, lo harán.

Lo ocurrido la semana pasada en Estrasburgo fue la muestra más elocuente del instinto okupa que comparten ETA y la izquierda abertzale. La resolución aprobada a duras penas por el Parlamento Europeo tenía un contenido imposible de asumir para la trama terrorista y para Batasuna. Pero llegaron poco menos que a apropiarse del texto. Necesitaban leer en él que la violencia ha sido el reflejo de un conflicto de naturaleza política; necesitaban leer que sin hallar la solución a ese conflicto es inútil pretender el final del terrorismo. Sus medios afines se encargaron de presentar la excursión a Estrasburgo como si se tratara de una conquista. Para dar a entender que ellos, los que violentan la paz, son los que la desean realmente. Es así como la ocupación induce un trueque de papeles. De forma que los verdugos aparecerían como las víctimas de quienes se resistan a encauzar el proceso de paz por donde ellos desean.

El activismo okupa de la izquierda abertzale resulta muy difícil de batir, porque es capaz de hallar resquicios evidentes o sutiles por donde filtrar sus mensajes o enraizarse para siempre. El dominio que durante tantos años ha ejercido en torno a la proyección más simbólica y a las actividades más voluntaristas en relación con el euskera así lo demuestra. No ha habido movimiento o iniciativa de contestación social en Euskadi que no haya acabado tocado y en ocasiones ocupado por la izquierda abertzale. Su afán totalizador le ha llevado a aprovecharse de todo cuanto se moviera y mostrara alguna señal que permitiera cuestionar la legitimidad del sistema.

Es cierto que la izquierda abertzale no está dando muestras del entusiasmo con el que se condujo cuando ETA declaró la anterior tregua, en septiembre de 1998. Pero tampoco el resto de las familias políticas están viviendo el alto el fuego de la banda terrorista con la efervescencia que se desató aquella vez. De ahí que la presencia de los okupas se haga notar más. Hoy como entonces la izquierda abertzale está tratando de darle la vuelta a la derrota sufrida y a su desplazamiento hacia los márgenes de la vida política para irrumpir en el centro del escenario. Mientras mantienen en alto sus demandas de autodeterminación y territorialidad, no ya como objetivos de llegada, sino como condiciones de partida, como referencia totémica e intocable, sus instintos les llevan a aprovecharse de los silencios gubernamentales para tratar de dictar la orientación y el ritmo del denominado proceso.O, cuando menos, aparentar que lo hacen.

El trazado de un camino cuyos entresijos se mantienen en reserva plantea una de las cuestiones más candentes en política: ¿qué es lo real? La realidad del llamado proceso de paz está tan difuminada, resulta tan opaca, ofrece tanto margen a la incertidumbre, que cualquier narración que avance una versión completa de la ruta acaba adueñándose del camino. Y hoy por hoy no existe un relato más completo y coherente que el de ETA-Batasuna. Los silencios del Gobierno y la insistencia del presidente en asomarse de vez en cuando con un discurso voluntarioso de frases breves y lugares comunes constituye toda una invitación para que los okupas se explayen un día tras otro exponiendo condiciones, advirtiendo que el alto el fuego no es necesariamente irreversible y tratando de forzar que su reconocimiento político anteceda a cualquier pronunciamiento de ETA que asegure la continuidad de la tregua. Es cierto que llevan más de tres años sin matar. Quizá les baste con poner la realidad del revés.

Kepa Aulestia