El invierno que se adelantó

La Primavera de Praga, en realidad, empezó un 5 de enero y acabó abruptamente un 20 de agosto, fechas que cabalgan sobre la primavera propiamente dicha de aquel convulso año de 1968. Es curioso que hoy, 50 años después, conservamos recuerdos más vivos de la guerra de Vietnam, del asesinato de Martin Luther King y Robert Kennedy, y por supuesto del famoso Mayo francés. La Primavera de Praga se ha ido esfumando en nuestras memorias, viajas a Praga y el tema puede salir sobre todo con algunos amigos y conocidos que vivieron aquel episodio, que vivieron el drama con 25 años y ahora tienen 75. Pero el Museo del Comunismo está en un destartalado primer piso de un… ¡Mc Donald’s!

El inicio del drama, el 5 de enero de 1968, coincide con el audaz nombramiento de Alexander Dubcek como secretario general del Partido Comunista checoslovaco, después de algunos meses de inquietud intelectual en la oficial Unión de Escritores. Buscas hoy en la lista de aquellos inquietos intelectuales y salen Milan Kundera, Jiri Pelikan, Pavel Kohout, Antonin Liem y, cómo no, Vaclav Havel. Quien ha tenido la suerte de haber conocido a alguno de estos personajes, en general cuando ya estaban exiliados en París, Roma o Berlín, ha vivido el privilegio de escuchar de primera mano eso que Timothy Garton Ash llamó 'Historia del presente'.

El propósito del líder comunista Dubcek, que leyó de modo algo optimista las posibilidades del "deshielo" del estalinismo puesto en marcha por el dirigente soviético Krushchev a partir de 1956, era instaurar lo que dio en llamar “socialismo de rostro humano”. Se pasó de optimista, pero entre enero y junio tiró adelante un programa de apertura nunca visto en un sistema de tipo soviético, de partido único, y control férreo del Estado y de la economía por el Partido Comunista.

En abril puso en marcha el llamado 'Programa de Acción' que se proponía liberalizar los medios de comunicación, las libertades de expresión y de asociación, a la par que criticaba -con un lenguaje que hoy mueve a risa pero entonces sonaba a dinamita- los “excesos cometidos por el centralismo y la burocracia”. Iba en serio, el 26 de junio se abolió la censura en los medios de comunicación y empezaron a florecer “grupos de debate” y fenómenos parecidos.

El programa sugería prudentemente, sin fecha, elecciones abiertas, es decir pluralistas, y lo más peligroso, proponía “mejorar las relaciones con los países de Europa occidental”. Dubcek se apoyaba en un sólido equipo de leales que cubrían los principales órganos del Estado, presidente de la república, primer ministro, presidente del Parlamento, y otros, pero hoy, los nombres de Svoboda, Cernik y Smrkovski no nos dicen ya gran cosa.

Los líderes soviéticos, atrincherados en su naftalina ideológica y en los tanques del Pacto de Varsovia, empezaron a inquietarse. No en vano se habían producido movimientos espontáneos de protesta en Berlín Este en 1953, en Polonia en 1956, y ese año de 1968 el invierno empezó el 5 de julio. Los soviéticos convocaron a la dirección checoslovaca ese día a una reunión en Cierna Tiou, en el lado soviético de la frontera, empezaron a plantear sus inquietudes, y a explicar con pocas metáforas que el bloque soviético se regía en sus relaciones internas por el principio de la “soberanía limitada”.

Ello vino acompañado, poco después, por indisimulados llamamientos a lo que en su jerga denominaban “los elementos sanos del partido” (checoslovaco), y en una inmediata reunión el 3 de agosto en Bratislava, los líderes de la Unión Soviética, Bulgaria, Hungría, Polonia y Alemania Democrática recordaron a Praga los “principios inquebrantables al marxismo-leninismo, la implacable lucha contra la ideología burguesa y la fidelidad al internacionalismo proletario”. Esto era la música, los tanques soviéticos pusieron la letra.

El 20 de agosto cayó el telón. Como en Hungría en 1956, de madrugada miles de tanques y soldados invaden el país, las fotos y películas de aquellos días inmediatos, en general en blanco y negro, estremecen todavía hoy. Y sin embargo, apenas 20 años más tarde, ese totalitarismo tan rancio como brutal se derrumbó en todo el bloque soviético. Nadie se acuerda ya de esos líderes muertos en vida. Pero todos recordamos a Vlacav Havel, que en 1968 fue a la cárcel y en 1991 fue el primer presidente electo de Checoslovaquia. Los sistemas políticos más totalitarios del siglo XX no pudieron congelar la Historia. Y deberíamos ser más cuidadosos con los nuestros, con todas sus imperfecciones.

Pere Vilanova, Catedrático de Ciencia Política (UB).

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