El Islam contra el Islam

Por Pilar Rahola, periodista (EL PERIÓDICO, 13/07/06):

No. No se trata del islam. Pero se trata del islam. Y porque son muchos los terrenos resbaladizos, y muy sensibles las pieles de la convivencia, habrá que medir las palabras con la vara de la precisión. El matiz, en este tema, es categoría. Y el matiz me obliga a un preámbulo que, no por reiterativo, es menos necesario. El problema no es la religión que profesan millones de personas, o la cultura que los globaliza en tantos aspectos, desde la gastronomía hasta la lengua. El problema no es el niño que juega en Doha, la mujer que estudia en Yakarta o el vendedor de alfombras de Islamabad. El problema no es la pareja que se acaba de casar en Kuala Lumpur o en Jartum. Muy al contrario, la diversidad de religiones y culturas conforma lo mejor de la humanidad, y nunca va contra la libertad, sino que la garantiza. Criminalizar una religión, en este caso el islam, no solo simplifica hasta el maniqueísmo una compleja realidad, sino que atenta contra los principios del derecho y la convivencia.

No es, en cualquier caso, una mirada democrática. Sin embargo, es cierto que en nombre del islam se están cometiendo masacres terribles, y que son musulmanes convencidos aquellos que imploran a Alá, en su loca carrera hacia la muerte. Es cierto que la mayoría de los conflictos tienen una derivada islámica, y es cierto también que, hoy por hoy, el terrorismo de adscripción islámica ha declarado la guerra a Occidente. Como lo es que llevamos miles de muertos en nombre del islam. ¿Tiene la culpa el islam? También se usó el nombre de Dios para justificar las cruzadas, o el de Europa para masacrar a millones de personas en el Holocausto, y en nombre de la libertad y la justicia mató Stalin. El totalitarismo, en sus muchas naturalezas, siempre ha usado los grandes conceptos simbólicos, y Europa, cuna de las ideologías más sanguinarias, sabe mucho de ello. Partamos, pues, del principio fundamental: existe una ideología totalitaria, de inspiración religiosa, pero de base nihilista --contradicción sorprendente, pero cierta--, que vampiriza la historia, la fe y la cultura islá- micas para usarlas en su guerra destructiva. Su primera víctima es el propio ciudadano musulmán. Dicho lo cual, ¿el islam es del todo inocente en lo que pasa? Personalmente, creo que asistimos a la explosión de un fuego cuya dinamita ha bebido en múltiples y plácidas fuentes. Este es el análisis que planteo.

EMPECEMOS por la falta de libertad. El drama más terrible del islam es que la mayoría de los 1.300 millones de personas viven en dictaduras teocráticas, que alimentan el fanatismo para garantizar sus privilegios. Décadas de inmensa riqueza petrolífera no han sido usadas para crear sociedades libres y democráticas, sino para consolidar oligarquías enormemente ricas y tirá- nicas. Como escribí en su momento, a raíz del 11-M, dichas oligarquías usan tecnología móvil vía satélite, pero la conectan con la Edad Media.

Si durante décadas no se usa la riqueza para la cultura ni para la convivencia democrática ni para el avance de la modernidad, sino para enquistar una concepción antilibertaria y medievalizante de la sociedad, se consiguen masas humanas pobres, decepcionadas y desprotegidas ante el fanatismo. Por decirlo de un modo simplista, pero efectivo, es una anomalía significativa que décadas de riqueza petrolífera no hayan generado ni un premio Nobel. Muy al contrario, algunos países, con Arabia Saudí a la cabeza, han usado su potencial económico y político para consolidar una visión extremista del islam, financiando el wahabismo en todo el mundo y, con él, el desprecio a la democracia, el sexismo más furibundo y el odio a la modernidad. Algunos monstruos que ahora nos atacan se han alimentado en sus ubres.
Y, citado el sexismo, el tema no es menor. Sostengo, en línea con diversos pensadores europeos, que la opresión legal, política e ideológica de la mujer es la base del desprecio a los valores de la libertad, y que es en la educación en el sexismo donde los ciudadanos se educan en la opresión. Sin libertad, sin masa crí- tica, con un sexismo feroz y con gobiernos corruptos y opresivos que financian el fanatismo como garantía de dominio, no es difícil imaginar la seducción que el terrorismo genera en capas importantes de la población. Solo en Pakistán, son miles las madrazas co- ránicas donde los niños leen durante horas el Corán. Esos mismos niños nunca leerán a Voltaire. ¿Cuántos caerán en el fanatismo? Por supuesto, los conflictos locales no resueltos y los errores occidentales encienden mechas, pero no son la causa del terrorismo islámico, sino su excusa. La globalización de la comunicación, sus inagotables recursos económicos y una inteligente escenificación épica hacen el resto. Se lo preguntaba Sami Naïr hace tiempo: "¿Qué ha pasado para que una persona ideológicamente atrasada, sin pensamiento ni concepción de la complejidad, pueda convertirse en héroe?". Creo haber dado alguna respuesta.

DE NUEVO la muerte viaja en tren. Antes viajó en avión, en metro, en autobús, se escondió en una discoteca y hasta aprovechó la calma de un templo. Distintos fueron los escenarios, pero idéntica fue la ideología totalitaria que los inspiró. Aunque usa su nombre, el islam no es culpable de su locura. Pero sí es responsable de combatirla. Y combatirla pasa por abrirse a la democracia, acabar con el extremismo religioso y superar el sexismo criminal. Sin este cambio de paradigma, solo conseguiremos resultados en la superficie.