El Islam y Occidente

Allá por los años sesenta del pasado siglo, el funcionario español de más alto rango en Naciones Unidas era Antonio Pradas, catedrático de Filosofía, adscrito a la Cuarta Comisión, encargada de los territorios por descolonizar. Solíamos tomar café en el bar de delegados, al compartir gustos e intereses, la Filosofía entre ellos, tan ajenos a los temas que se discutían en la sala adjunta de la Asamblea General. Los años y los jefes -casi todos ex ministros de Asuntos Exteriores despachados a la ONU por sus presidentes para que no les hicieran sombra- habían hecho de Pradas un estoico con vetas de cinismo, que él destilaba en rasgos de humor.

-Si un día tuviera una casa con jardín -me dijo una tarde-, levantaría en él una estatua a Don Pelayo.
-¿Por qué?- le pregunté, aún barruntando por donde me iba a salir.
-Por lo de Covadonga. Aunque algún historiador dice que fue sólo una escaramuza, nos libró de ser musulmanes.

La frase ha vuelto a mi memoria en plena ofensiva de Obama para reconciliar el Oeste y el Islam. Afán sin duda loable, pero difícil dado el grado de confrontación al que han llegado, con varias guerras abiertas y mucho terrorismo por medio. ¿Es posible la reconciliación? Nada más escribirlo me doy cuenta de la barbaridad: entre el Oeste y el Islam no puede haber re-conciliación porque no han estado nunca conciliados. Siempre han estado en guerra. El Islam se propagó como una llamarada por el norte de África e inició el asalto a Europa por España. Occidente respondió con las Cruzadas. Los turcos asumirían luego el liderato musulmán, campeando por el Mediterráneo, conquistando buena parte de los Balcanes y llegando a amenazar la misma Viena. Pero su mayor capacidad tecnológica permitió a Occidente rechazarlos e imponer un dominio colonial sobre los países árabes, que se mantendría hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la creación de un Estado israelí en su epicentro representó el último motivo de agravio, guerras, guerrillas y atentados, que aún duran. Esa es, a grandes rasgos, la historia de Occidente y el Islam. Una historia de confrontación ininterrumpida.

Nada de ello resta un ápice a las glorias del Islam. En el siglo VIII, era más avanzado, más fuerte e innovador que Europa, gracias al impulso que le dio Mahoma. Pues Mahoma, a diferencia de Jesús, no fue sólo un enviado de Dios para predicar el más allá. Fue también un estadista, un legislador y un jefe militar, como demostró en sus batallas contra la Meca. Como el Corán no es sólo un libro sagrado, es también un código civil e incluso penal. Junto a lo que hay que creer, señala a sus fieles lo que deben hacer, comer, ejercitar y vestir. Es una religión «práctica», que para las tribus nómadas de Arabia y el norte de África representaba un salto enorme, lo que explica su avance, sólo detenido en Poitiers, al que llegaron sin aliento tras la galopada, pues estaban dispuestos a comerse una Europa que, sobre las ruinas dejadas por las invasiones bárbaras, empezaban a reconstruir el Cristianismo, Carlomagno y el Sacro Imperio Romano Germánico, mientras en España trataban de hacerlo los reyes cristianos.

Y es aquí donde encaja la «boutade» de Pradas. Seguro que a muchos les habrá parecido antiislámica y, desde luego, políticamente incorrecta. Pero contéstenme honestamente: ¿les gustaría que no hubiese habido Reconquista, que el mundo islámico se extendiera hasta los Pirineos, que España perteneciese más al Norte de África que a Europa? ¿Les gustaría? Independientemente de que los embajadores cristianos se quedaran maravillados ante el lujo y sofisticación de la Córdoba musulmana.

Pues las ventajas iniciales del Islam -unión del Estado y la fe, tener respuestas para todas las situaciones de la vida, unidad de la justicia religiosa y humana-, se tornaron a la larga desventajas, al condenar a su sociedad al inmovilismo. Y cuando Europa redescubre al hombre como medida de todas las cosas en su pasado greco-latino, establece la relación directa del creyente con Dios a través de la Reforma luterana, hace de la duda cartesiana la principal arma del conocimiento y somete éste a la implacable crítica kantiana, emerge al mundo moderno, que el Islam no conoce, por haberse perdido Renacimiento, Reforma e Ilustración. Ese enorme foso sigue sin salvarse y ha venido siendo la causa, por una parte, del retraso del mundo islámico y, por la otra, de su rechazo a todo intento de occidentalización, como han comprobado los misioneros con la cruz, y los políticos con sus ejércitos. Con lo que llegamos al meollo del asunto: ¿son el Islam y Occidente incompatibles? En las circunstancias actuales, sí. No olvidemos que el Islam no es sólo una religión, sino también una forma de vida, irreconciliable con los valores occidentales. Sólo si el Islam tiene un Renacimiento, una Reforma y una Ilustración al estilo de los que Occidente ha tenido y el Cristianismo ha admitido, serían compatibles.

Pero esa revolución islámica no se ha dado ni hay indicios de ella. Al revés, el Islam se fundamentaliza por una razón muy sencilla: toda revolución necesita una masa crítica ciudadana dispuesta a dar el vuelco, que en el Islam aún no existe. No sólo los clérigos y los creyentes más fervorosos, sino los hombres en general, independientemente de su clase y condición, se oponen a ella, ya que, en caso de occidentalizarse, se verían desposeídos de los enormes privilegios que les otorga su fe. Es lo que hace que los musulmanes que han abandonado sus países huyendo de la miseria, para vivir en un gueto de Berlín, París o Londres, se aferren a sus valores, que les garantizan un estatus social más alto y un poder omnímodo sobre su mujer e hijos. Por no hablar ya de imanes y clases dirigentes.

En estas condiciones, y visto el desastroso efecto de promover la modernización del Islam por la fuerza, sólo cabe esperar que surja por el impulso de aquellos segmentos de población menos favorecidos, las mujeres, o más alejados de la teocracia, jóvenes universitarios y militares. Estos últimos ya lo intentaron en Turquía, pero la introducción de la democracia ha vuelto a dar el poder a los fundamentalistas. Pues la más triste de las paradojas es que las elecciones, ese mascarón de proa de la democracia occidental, dan el triunfo a los antioccidentales en los países islámicos -como acaba de ocurrir en Irán-, al ser más los hombres que votan, mientras las mujeres están todavía lejos de gozar de todos los derechos civiles e incluso humanos, aunque los fundamentalistas se presentan como defensores de ellas. Es algo que los presidentes norteamericanos aún no han aprendido, siendo clave para su tarea y razón de sus fracasos.
Pero esta Tercera página no da para más. He pintado, un poco a brochazos, el conflicto Islam-Occidente a día de hoy. La pretensión de Bush de occidentalizar el Islam por la fuerza y la de Obama de establecer una convivencia pacífica con él están condenadas al fracaso mientras Islam y Occidente tengan valores antagónicos. El Islam se siente más amenazado por los valores que por las armas occidentales. La convivencia pacífica sólo podrá llegar cuando llegue un Lutero islámico. O una Lutera. Pero hasta eso queda mucho tiempo. Y muchas lágrimas.

José María Carrascal