El islamismo mata en Túnez

Hace tres días, se disparó y mató a Chokri Belaid, abogado y presidente del Partido de los Patriotas Demócratas Unificados (PPDU). Era un hombre afable, muy generoso, que había luchado durante años en contra de la dictadura policíaca del exdictador Ben Ali. Cuando los integristas llegaron al poder, rechazó tajantemente la alianza que hicieron dos partidos, supuestamente modernos, para gobernar con ellos, pues los integristas de Ennahda no podían gobernar solos. Era, en opinión de Belaid, una trampa muy peligrosa, cuyo motivo era sobre todo la ambición desmedida de los dirigentes de estos partidos (Ettakatol y Congreso por la República), que vendieron su alma para volverse, uno, presidente de la República y, el otro, presidente de la Asamblea Nacional. Ambos fantoches, pues el poder está en manos del primer ministro islamista: Hamadi Jebali.

Desde las elecciones a la Asamblea Constituyente, el 23 de octubre de 2011, Chokri Belaid denunciaba este acuerdo y el peligro que representaban los islamistas para los derechos humanos. Atacaba duramente a la coalición gubernamental y, en especial, al ideólogo de Ennahda, Rachid Ghannuchi, tachándolo de “facha” por haber justificado la violación de una joven por dos policías (Ghannuchi se burló de la victima preguntando “¿Qué hacía esta chica de noche en la calle?”).

Los acontecimientos de estos últimos meses confirman desgraciadamente las advertencias de Belaid. El partido Ennahda justificaba sistemáticamente las agresiones contra los laicos: artistas, intelectuales, miembros de asociaciones civiles, mujeres… Los salafistas provocan disturbios, atacan los símbolos de la nación, destrozan, tal y como hicieran los talibanes en Afganistán o los terroristas islamistas de Al Qaeda en el norte de Malí, los santuarios religiosos populares de los tunecinos: ya han borrado del mapa cultural del país 40 santuarios sagrados en nombre de la “limpieza” religiosa. Es más, disponen de grupos armados, listos para el ataque. En cuanto a Ennahda, ha creado una milicia civil que está sustituyendo poco a poco a la policía en los barrios. Se habla ahora abiertamente, en este país pacífico y muy civilizado, de “guerra civil”.

El Gobierno condena formalmente estos actos, pero Rachid Ghannuchi siempre los excusa. El sur del país se encuentra, desde hace meses, en situación de rebeldía abierta contra el Gobierno. En octubre de 2012, en la ciudad sureña de Tataouine, militantes de Ennahda apalearon a Lotfi Naguedh, representante del partido laico Nidá Tunis, hasta matarlo.

El país parece paralizado por la incompetencia de los islamistas, cuyo trabajo esencial ha consistido estos últimos meses en repartirse los despojos del antiguo poder (casas, terrenos, coches…) mientras la crisis económica destroza cada día centenares de empleos, la inflación se dispara, la corrupción se generaliza en todas partes. El Gobierno, como tal, no existe, salvo en un campo: ha desatado la guerra contra los periodistas independientes. Frente a la crisis insurreccional provocada por el asesinato de Belaid, el primer ministro Hamadi Jebali ha decidido disolver este Gobierno. Pretende reemplazarlo por un nuevo equipo de personalidades cualificadas, sin filiación partidista.

No va a lograr nada. Es demasiado tarde. Todo apunta, por ahora, a que los islamistas han perdido el apoyo de la mayoría del pueblo. El mismo partido Ennahda sufre una crisis interna muy grave entre los partidarios de Jebali, considerados como “moderados”, y los de Rachid Ghannuchi, integristas disfrazados de islamistas conservadores. Esta ala quiere un enfrentamiento directo con las fuerzas democráticas y, sobre todo, la alianza con los salafistas partidarios de un Estado teocrático. Este debate, que comenzó en el último Congreso del partido islamista, dejó rastros de rencor y resentimiento en el bando de Ghannuchi. Desde junio de 2012, este no ha dejado pasar una sola oportunidad para criticar implícitamente a Jebali.

Chokri Belaid pertenecía al Frente Popular, un conjunto de partidos de la izquierda laica. Estos últimos meses, frente al auge de Nidá Tunis —del ex primer ministro Beji Caid Esebsi, liberal laico— que quita margen a la izquierda, la estrategia del Frente Nacional consistía en poner en el mismo plano a este partido y a los islamistas. Era obviamente un error. En un país sin tradición democrática la tensión finalmente desembocó en el asesinato político de Belaid. Los tunecinos, que habían iniciado la primera revolución pacífica del mundo árabe, sufren ahora el nacimiento de un movimiento islamista de tipo fascista. Y muchos ya miran hacia el Ejército.

Sami Naïr

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