El islamista pragmático turco

El islamista pragmático turco
Burak Kara/Getty Images

¿Qué implica el tercer mandato, sin precedentes, del presidente Recep Tayyip Erdoğan para la política exterior turca? No mucho. De hecho, incluso si la oposición hubiera ganado, solo hubiera cambiado el estilo, pero no lo sustancial. Para Turquía, lograr un equilibrio pragmático entre sus obligaciones como miembro de la OTAN y las relaciones de trabajo con Rusia y China es un imperativo cultural y estratégico inevitable.

Erdoğan puede ser un autócrata islamista con mecha corta, pero en términos del papel de Turquía en el mundo es indudablemente práctico. Desde hace mucho se dirige a los votantes frustrados con ataques periódicos a Occidente, promocionando el «euroasianismo» que tradicionalmente ha sido el grito de guerra de la extrema izquierda en Turquía. Además, en una época de realineamiento mundial, decidió que lo mejor para Turquía es cubrir sus apuestas relacionándose con los antagonistas de Occidente.

Pero Erdoğan —quien a principios de su presidencia dio pasos significativos para cumplir con los criterios de ingreso a la Unión Europea— sabe que a su país también le conviene evitar alienar a Estados Unidos y Europa. Abandonar la OTAN, desconectarse de Europa y unirse a la facción «antiimperialista» liderada por Rusia y China nunca fue una opción para la Turquía posotomana.

Es cierto, Erdoğan flirteó con una especie de «neootomanismo». Quien fue su mentor en la política exterior, Ahmet Davutoğlu, creía que la posición del país en la intersección de continentes y civilizaciones debía convertirlo en un «estado pivote» y líder del mundo islámico. Fue Davutoğlu quien, en 2004, articuló la política de «evitar los problemas con los vecinos» que se convirtió en el pilar de la política exterior turca

Cuando las relaciones con la UE se agriaron —el proceso de ingreso era excesivamente lento para Erdoğan, y algunos estados miembros de la UE indicaron que no estaban entusiasmados con el ingreso de Turquía al club— las ideas de Davutoğlu ganaron terreno. Tras el desaire de Europa, Erdoğan había quedado a cargo de un país poderoso en busca de rol. Después de medio siglo de distanciamiento, entonces, Turquía comenzó a involucrarse nuevamente con Oriente Medio, ampliando sus vínculos comerciales, eliminando restricciones a las visas y hasta intermediando en las conversaciones entre Israel y Siria, Afganistán y Pakistán, y los dos principales partidos políticos palestinos Fatah y Hamás.

Las cosas empeoraron después de la primavera árabe en 2010, cuando Erdoğan comenzó a usar cada vez más al islamismo como herramienta de política exterior. En la guerra civil siria, Erdoğan apoyó al Ejército Libre Sirio, mayormente islamista. Llegó incluso a involucrarse con el Estado islámico, que compartía su visión de revisar el mapa político de Oriente Medio.

Pero Erdoğan pronto se vería obligado a reevaluar su política exterior islamista. En 2013 el general Abdel Fattah al-Sisi, jefe del ejército egipcio, lideró un golpe de Estado contra el presidente democráticamente electo del país, un representante de la Hermandad Musulmana islamista. El dictador sirio Bashar al-Assad también resultaría mucho más resiliente de lo esperado. Quedó claro que las fuerzas laicas lucharían con uñas y dientes para derrotar al islamismo y desbaratar las ambiciones hegemónicas de una potencia no árabe como Turquía en el Oriente Medio árabe.

Davutoğlu renunció al cargo de primer ministro en 2016, en medio de rumores sobre el deterioro de su relación con Erdoğan, quien luego consolidó su control del poder. Con eso comenzaron los cambios en la política exterior turca. En 2019, Erdoğan invadió el norte de Siria y fijó un «espacio de amortiguación», supuestamente para mantener al Estado Islámico lejos de la frontera turca, pero que en realidad buscaba desbaratar los esfuerzos de los kurdos para conseguir su autonomía. Dado que los kurdos eran los aliados más eficaces de los estadounidenses en la lucha contra el Estado Islámico, las acciones de Erdoğan alienaron aún más a EE. UU.

En términos más amplios, sin embargo, Erdoğan adoptó una política exterior mucho menos ideológica y más pragmática, que continúa en la actualidad. Para poner fin al aislamiento regional turco, intentó reconciliarse con los enemigos árabes de la Hermandad Musulmana y con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Erdoğan incluso está trabajando para acercarse a Assad (con intermediación rusa), aunque este proceso no se podrá completar mientras Turquía siga ocupando el norte de Siria.

Simultáneamente, Erdoğan comenzó a restar importancia a su apoyo a la causa palestina y a Hamás —el retoño palestino de la Hermandad Musulmana al que se permitió planear ataques contra los israelíes desde suelo turco— para apoyar la distensión de las relaciones con Israel. Después de todo, Israel es una nueva potencia energética en el Mediterráneo oriental. Turquía, que quedó excluida del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, espera convertirse en la ruta de las exportaciones israelíes de gas a Europa.

De manera similar, la política exterior de Erdoğan en el caso de Ucrania fue brillante: cumplió con la obligaciones turcas ante la OTAN ofreciendo asistencia militar fundamental a Ucrania, además de su apoyo retórico, como cualquier otro aliado occidental, pero también permitió que las entidades y personas rusas usen a Turquía para evitar las sanciones de Occidente. Esto le permitió asumir un papel diplomático en la guerra. En julio del año pasado intervino para lograr un acuerdo y establecer el «corredor cerealero» que permitió la exportación de la producción ucraniana, ayudando así a impulsar la seguridad alimentaria del Sur Global.

Occidente debe acostumbrarse a los malabares diplomáticos de Erdoğan. Hay un realineamiento político en curso y Turquía no es el único aliado estadounidense que ha decidido comportarse como estado clave, oscilando entre lealtades e intereses opuestos. Arabia Saudita y la India están actuando de manera similar.

El secretario de Estado de EE. UU. Antony Blinken estaba en lo cierto cuando describió a Turquía como «un aliado y también un desafío». Erdoğan está cómodo en esa situación y es poco probable que la cambie en su tercer mandato.

Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace and the author of Prophets without Honor: The 2000 Camp David Summit and the End of the Two-State Solution (Oxford University Press, 2022). Traducción al español por Ant-Translation.

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