El Japón y la política de la culpabilidad

El Japón está provocando de nuevo el distanciamiento de sus vecinos y desesperando a sus amigos por la cuestión de la aceptación de la responsabilidad por su agresión y sus atrocidades durante la guerra. Con la elección del nuevo gobierno, vuelven a oírse las voces negacionistas en los niveles más altos y resuenan entre el público, incluidos los jóvenes, de modos que serian inconcebibles, en cambio, en la Alemania moderna. Todo ello está alimentando el sentimiento nacionalista en China y Corea del Sur y volviendo aún más peligrosas las ya inestables disputas territoriales en el mar de la China Oriental y en el mar del Japón.

Puede ser que, como me han dicho algunos colegas japoneses, el recién elegido Primer Ministro, Shinzo Abe, pese a sus profundos antecedentes e instintos nacionalistas, sea en última instancia un realista que haga lo necesario –con ayuda, sin lugar a dudas, de las presiones de los Estados Unidos– para desactivar esas tensiones, pero hay tres cuestiones concretas que pueden hacer las veces de talismán y sobre las cuales sus colegas y él han adoptado posiciones preocupantes y que ponen los nervios de punta a los demás países de la región.

La primera es la larga historia relativa a la necesidad de que el Japón se disculpe adecuadamente por la agresiva provocación y su conducta durante los años de la segunda guerra mundial y los que la precedieron. Durante muchos años, los países afectados pidieron que se disculpara completa y inequívocamente; como ministro de Asuntos Exteriores de Australia que fui a partir de finales del decenio de 1980, presioné intensamente al respecto en Tokio como forma moralmente apropiada y provechosa para el Japón de poner fin a esa historia. Más adelante, en el quincuagésimo aniversario de la derrota del Japón en 1995, el Primer Ministro Tomiichi Murayama dio una respuesta personal, al expresar su “sincero remordimiento y disculpas”.

La mayoría de los dirigentes posteriores han repetido esos sentimientos en grados diversos, si bien nunca han dado completa satisfacción a China o a Corea del Sur, pero, después de su abrumadora victoria electoral del mes pasado, Abe dijo al periódico Sankei que procuraría substituir la histórica declaración de 1995 –“hecha pública por un Primer Ministro socialista”– por otra orientada hacia el futuro, cuyo contenido no describió.

La segunda cuestión es la de una disculpa específica a la “mujeres de solaz” –procedentes de muchos países, incluido el mío, pero en particular de Corea del Sur– sexualmente esclavizadas en burdeles del ejército. El entonces Secretario del Jefe del Gabinete, Yohei Kono, rompió el hielo en 1993, al expresar su “sincero remordimiento y disculpas” a todos cuantos habían “padecido un sufrimiento inconmensurable”.

Pero Abe y varios de sus colegas han declarado a lo largo de los años –incluso durante el primer mandato de Abe como Primer Ministro, en el período 2006-2007– que no hubo coerción. En 2007, su asesor de seguridad nacional dijo a un colega mío: “Todo esto es cosa de izquierdistas coreanos: es una invención”. Ahora, en enero de 2013, el secretario del jefe del gabinete de Abe, Yoshihide Suga, ha dicho que se invitará a expertos para que estudien las bases de la declaración de Kono.

Por último, está la cuestión del Monumento de Yasukuni a los caídos japoneses en la guerra, que registra en el “Libro de las almas” a catorce criminales de guerra de clase A y en el que hay un museo que ensalza las conquistas del Japón como “guerras justas reñidas por la supervivencia y la autodefensa” o por la “liberación de Asia”.

Abe ha sido un visitante asiduo a Yasukuni. Volvió a visitarlo el pasado mes de octubre, después de ser elegido dirigente del Partido Liberal Democrático (PLD), y expresó un “profundo pesar” durante la campaña electoral por no haberlo hecho durante su mandato anterior como Primer Ministro. Se ha sabido de fuentes bien informadas que quiere visitar el monumento durante su presente mandato. Al parecer, catorce de los diecinueve miembros de su gabinete pertenecen a un grupo que promueve las excursiones de peregrinación a ese monumento.

Lo que agrava esos motivos de preocupación es la evidencia de que la opinión pública japonesa siente simpatía por esas posiciones que Abe ha adoptado o de las que parece partidario. En una encuesta de opinión de Jiji Press hecha en este mes de enero, el 56,7 por ciento de los encuestados consideraba que Abe debería visitar Yasukuni ahora, más que en 2006, cuando el 43 por ciento expresó una opinión similar.

Naturalmente, esas historias siempre tienen dos caras. Se puede sostener –como muchos japoneses– que gran parte de la reacción negativa de los vecinos del Japón se ha debido a cínicas consideraciones nacionalistas. Quienes han hecho campañas en pro de las “mujeres de solaz” surcoreanas, por ejemplo, con frecuencia se han abstenido de reconocer el número y la intensidad de las declaraciones que se han hecho a ese respecto en los dos últimos decenios y la cantidad de indemnizaciones ofrecidas. Asimismo, China puede haber colocado demasiado alto el listón en relación con las expresiones exigidas en toda disculpa general.

Pero, incluso antes de la más reciente oscilación de Abe, hace mucho que el Japón podría haber hecho –y debe hacer aún– mucho más para que su posición no sea objeto de crítica razonable. La disculpa expresada en 1995 por Murayama, que sirve de punto de referencia, sigue siendo personal, porque entonces y después la Dieta japonesa no se puso de acuerdo para expresar algo más contundente: un “profundo remordimiento” fue lo máximo que tuvieron el valor de declarar e incluso en aquella ocasión 241 diputados se abstuvieron. Además, la declaración de Murayama se refirió vagamente a “cierto período de un pasado no demasiado lejano”, en lugar de a los años concretos de la guerra, y otros se han resistido a pronunciar frases –por ejemplo, “guerra de agresión” o “dominio colonial” – que los vecinos del Japón pidieron razonablemente.

El problema fundamental es el de que el Japón parece incapaz, como nación, de emprender el cambio psicológico colectivo que ha transformado a Alemania, con la que resulta inevitable compararla. Disculparse sinceramente por los pecados y omisiones de generaciones anteriores nunca es fácil. Australia celebró un largo debate nacional antes de poder decir que lamentábamos el horrible maltrato infligido en el pasado a nuestros aborígenes, en particular las “generaciones robadas” de niños aborígenes que los gobiernos arrebataban periódicamente a sus padres hasta el decenio de 1970.

Pero los estadistas, para merecer ese nombre, a veces deben adoptar una actitud elevada y políticamente incómoda y después hacer que su público los acompañe. Esa capacidad de dirección de calidad está tardando mucho en hacerse realidad en el Japón.

Gareth Evans, Australia’s foreign minister for eight years and President Emeritus of the International Crisis Group, is currently Chancellor of the Australian National University and co-chair of the Global Center for the Responsibility to Protect. As Foreign Minister, he was at the forefront of recasting Australia’s relationship with China, India, and Indonesia, while deepening its alliance with the US, and helped found the APEC and ASEAN security forums. He also played a leading role in bringing peace to Cambodia and negotiating the International Convention on Chemical Weapons, and is the principal framer of the United Nations’ “responsibility to protect” doctrine. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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