El jinete del Apocalipsis judío

El acuerdo nuclear alcanzado por Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (China, Francia, Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido), más Alemania, no supone la capitulación de Irán, como deseaba el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu. Y es casi tan imperfecto como puede serlo cualquier acuerdo negociado entre partes en disputa. Sin embargo, crea un marco sólido para impedir que Irán produzca armas nucleares en los próximos 10 a 15 años, y eso es un cambio muy positivo.

Netanyahu podría, si quisiera, declararse uno de los principales artífices de este avance. Si no hubiera alimentado la histeria mundial respecto de las ambiciones nucleares de Irán, es probable que el paralizante régimen internacional de sanciones que llevó a Irán a la mesa de negociaciones jamás se hubiera implementado.

Pero Netanyahu se empecinó en insistir con que el acuerdo es un fracaso estratégico, para lo que adujo sus ambigüedades en temas como el mecanismo de inspección, la cantidad de centrífugas que Irán podrá conservar y las condiciones para la reanudación de las sanciones si no cumple el acuerdo. Al hacerlo, Netanyahu no sólo se perdió la oportunidad de apropiarse una importante victoria diplomática, sino que además reforzó el aislamiento internacional de Israel.

Ahora Netanyahu está haciendo todo lo posible por convencer al Congreso de los Estados Unidos de que dicte una “resolución de desaprobación” para dejar sin efecto el acuerdo. Pero es muy improbable que ocurra, especialmente en un año de elecciones, ya que haría falta que 13 senadores y 48 diputados del Partido Demócrata se opongan al presidente Barack Obama. En realidad, lo único que está logrando Netanyahu es convertir a Israel en una cuestión de creciente división partidaria en la política estadounidense. Está jugando con fuego: aunque en otros tiempos Estados Unidos se enfrentó a la comunidad internacional para apoyar a Israel, hoy ya no está tan dispuesto a hacerlo.

Aun si Netanyahu lograra lo que pretende, no le serviría de nada. Puesto que dicha resolución solamente afectaría las sanciones de Estados Unidos, no aseguraría la anulación del acuerdo, y el levantamiento de las sanciones por parte de todas las demás potencias internacionales daría a Irán motivos suficientes para mantener su parte del trato. Para peor, Irán podría decidir acelerar el desarrollo de armas atómicas, ahora con el apoyo de países como China y Rusia, dentro de un sistema internacional cada vez más fragmentado.

Pero a pesar de los problemas obvios de la postura de Netanyahu, sería un error no prestarle atención. Contra lo que dicta la creencia popular, Netanyahu no es simplemente un político cínico en busca de una agenda que desvíe la atención de los crecientes problemas internos y del conflicto con Palestina. Su obsesión con Irán (por no hablar del cálculo aparentemente irracional que lo está llevando a una confrontación política suicida con Estados Unidos, el principal benefactor de su país) surge de convicciones hondamente arraigadas, un sistema de pensamiento político y su propia perspectiva de la historia judía.

Netanyahu es un ideólogo de la catástrofe judía. Su visión de la historia judía es un reflejo de la de su padre, el historiador Benzion Netanyahu, que en los años cuarenta fue a Estados Unidos a cuestionar la incapacidad de los Aliados para rescatar a los judíos europeos del Holocausto, y a movilizar así el apoyo al sionismo. Netanyahu incluso rememoró los esfuerzos de su padre en su discurso ante el Congreso de los Estados Unidos del pasado marzo.

Pero Netanyahu no se limita a recordar el pasado. Supuestamente, el sionismo era una posibilidad para los judíos de cortar con su historia. Pero Netanyahu impregnó la existencia del Estado israelí de todas las angustias, penas y luchas pasadas del pueblo judío. No importa que Israel posea (según fuentes extranjeras) un arsenal nuclear, además de una economía sólida y una firme alianza con el país más poderoso del mundo; para Netanyahu, no es en esencia sino un viejo gueto judío que resiste ante implacables amenazas externas.

En su visión hobbesiana del mundo, casi cualquier hecho (político, estratégico o lo que sea) puede ser fuente de amenazas que ponen en riesgo la existencia misma de la nación judía toda. El único modo de evitar una catástrofe es estar siempre alertas.

Según este razonamiento, los riesgos y los desafíos no son pasibles de resolución, sino recordatorios permanentes de que el pueblo judío no debe bajar la guardia. Para Netanyahu, la idea de que el acuerdo nuclear le da 10 o 15 años a la diplomacia creativa para remodelar la política regional es una locura política. Dirá que un sistema regional de paz y seguridad basado en un acuerdo con los países árabes y que incluya la no proliferación nuclear es un programa para soñadores ingenuos, no para un líder que recuerda las lecciones de la historia judía tan bien como él.

Desde ese punto de vista, Palestina no es diferente a Irán. El conflicto palestino tampoco es resoluble; a lo sumo es manejable. Y es una cuestión que galvaniza a la nación israelí‑judía, ya que el control de Gaza por Hamás refuerza la imagen de Palestina como amenaza.

Si Israel quiere revertir su deriva hacia el aislamiento internacional y ayudar a crear un entorno regional de seguridad estable, debe cambiar su actitud. La paranoia y el antagonismo deben dar paso a una política mesurada, donde los líderes israelíes analicen con Estados Unidos una posible compensación estratégica, colaboren con otras potencias para hacer frente al apoyo de Irán a Hizbulá y Hamás, y piensen en una reanudación creíble de las negociaciones de paz con el presidente palestino Mahmoud Abbas.

El Partido Laborista de Israel, que ahora debate la posibilidad de unirse al gobierno de Netanyahu, debe considerar cuidadosamente si podrá producir semejante cambio. Si no puede, y no aparecen otras fuerzas capaces de hacerlo, hay riesgo de que las profecías apocalípticas de Netanyahu terminen siendo autocumplidas.

Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción: Esteban Flamini.

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