El joven Javier Pradera

Me ha extrañado la escasa, o casi nula, repercusión en el debate público del libro sobre Javier Pradera que ha publicado el historiador Santos Juliá ( Camarada Pradera, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012). Se trata de un volumen sobre los años jóvenes, los de militancia en el PCE, de quien luego fue gran editor y analista político, encabezado por un brillante estudio de 150 páginas a cargo de Juliá, completado por otras 300 de recuerdos, memorias, documentos y escritos.

Para los interesados en conocer el ambiente intelectual y político de Madrid en los años cincuenta, en el giro del PCE hacia la reconciliación nacional tras la sustitución de la Pasionaria por Carrillo, en la acción política y el debate teórico que condujo a las expulsiones del partido de Claudín, Semprún y Vicens, así como en la formación de la personalidad de Javier Pradera en estos tiempos de su juventud, se trata de un libro de lectura obligatoria. También a los seducidos por la figura de Jorge Semprún cuando todavía no era escritor sino militante clandestino en Madrid, el libro les resultará revelador. Por todo ello me ha sorprendido que la aparición de tal volumen no haya suscitado todavía el debate político e intelectual que merece.

El Pradera estudiante de Derecho le sirve a Santos Juliá para detenerse en dar unas pinceladas sobre la universidad madrileña de la época y, en especial, describir la labor del Instituto de Estudios Políticos, en principio un simple foco de doctrina totalitaria pero que bajo la dirección de Javier Conde, y con los límites normales en la época, se convierte en lugar de encuentro, estudio y enseñanza de muchos solventes académicos en la materia que abrieron las mentes de jóvenes estudiosos que dejaron de comulgar con las ideas del régimen y pronto se rebelaron contra el establishment.

Igual que en otros campos –como la literatura, el arte, la filosofía o el cine –, los años cincuenta no fueron para ciertas élites dedicadas al estudio de las ideas políticas, el derecho, la historia, la sociología o la economía, un páramo intelectual completamente aislado del mundo sino un tiempo extraño en el cual determinados personajes, oficialmente franquistas, auspiciaron o toleraron una relativa apertura hacia las ideas y doctrinas liberales, demócratas y socialistas que circulaban en nuestro entorno cultural. Pradera y sus amigos –Múgica, Tamames, Auger, Muguerza, y tantos otros– se aprovecharon de estas espitas incontroladas para irse formando en doctrinas que, si bien eran diversas, convergían en un punto: todas demostraban que España constituía una anomalía en la Europa Occidental.

Buena parte del libro está dedicada a la evolución del PCE en aquellos años, un aspecto central en la recomposición de las fuerzas antifranquistas. En efecto, la oposición al régimen, diezmada en la posguerra por una durísima represión, hasta 1956 fue muy ineficaz, situada entre la nostalgia de la República y los conflictos personales del exilio. La política comunista de reconciliación nacional supuso una decisiva inflexión. No sólo planteaba la amnistía legal y moral de vencedores y vencidos como una forma de liquidar el duro lastre del pasado sino que también permitía el acercamiento de los comunistas al resto de fuerzas para así poderse constituir en su principal motor. Ahí el papel de Pradera en Madrid fue clave porque su figura encarnaba la reconciliación misma: su padre y su abuelo fueron fusilados por los republicanos en las primeras semanas de la guerra, procedía de familia vasca de clase alta, con un tío carnal diplomático y alto jefe del Movimiento, primero de su clase en la universidad, militar por oposición en el Cuerpo Jurídico, casado con una hija de Sánchez Mazas y… significado miembro del partido comunista. Encontró su álter ego en el clandestino Jorge Semprún, alias Federico Sánchez, nieto de don Antonio Maura y su jefe más directo en el partido, con quien mantuvo amistad y discrepancias notorias, muy bien documentadas en el libro.

La política de reconciliación nacional condujo al PCE a propugnar la unidad con las demás fuerzas políticas, una estrategia acertada, a mi parecer la única inteligente, que dio sus frutos desde los años sesenta hasta la transición pero que estaba basada en unos supuestos pretendidamente científicos, basados en el marxismo-leninismo y en las leyes de la dialéctica. La lectura del debate, tanto en el resumen que hace Juliá como en el cruce de cartas y documentos entre Pradera y Semprún, es testimonio de un profundo vacío conceptual. Dicen que Pradera aún se preguntaba al final de su vida qué era el capitalismo monopolista, uno de los puntos centrales de aquella política. Si uno al leer el debate aplica el sentido del humor puede pasar un rato extraordinariamente divertido. En estos años de juventud, Javier Pradera ya se muestra tal como fue hasta su final: una persona con libertad de criterio, estudioso y culto, realista en política, al que le gustaba más la influencia que el poder, moralmente íntegro tanto en el plano intelectual como personal. Los documentos de este libro así lo muestran y Santos Juliá lo destaca.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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