El juego de la gallina con Europa

El juego de la gallina es fácil de describir, pero peligroso de jugar. Se basa en la teoría evolutiva de juegos y a veces se usa para describir la arriesgada política nuclear de la Guerra Fría.

Bertrand Russell, el gran filósofo británico y activista contra las armas nucleares, nos recordaba que los que él llamaba “jóvenes degenerados” solían jugarlo. Para ello, conducían coches a gran velocidad en curso de colisión; el primero en apartarse de un choque frontal –o, en algunas variantes, de saltar desde el asiento del conductor antes de caer por el borde de un despeñadero- es el “gallina”. Russell creía que esto describía bien la supuesta habilidad política de las potencias nucleares en la Guerra Fría. Un error de cálculo, una falla en el desvío, y el resultado podía ser el Armagedón: cientos de millones de muertos, ciudades arrasadas y el fin de la civilización.

Theresa May, la obstinada hija de vicario que es la actual primera ministra del Reino Unido, está jugando una versión menos arriesgada de este juego. Si su diplomacia no se aparta pronto de la colisión, la economía y el bienestar del Reino Unido serán las víctimas.

El acuerdo negociado por May para la salida del Reino Unido de la Unión Europea dejaría al país más pobre (según algunos de sus exministros) y con menor influencia, pero al menos no enfrentado a un choque letal. Su acuerdo de salida de la UE es justo eso: no fijaría la relación futura de su país con Europa. ¿Cómo serán las relaciones comerciales? ¿Cómo protegerá el Reino Unido sus universidades de talla mundial y su acervo científico? ¿Qué forma tendrán sus acuerdos económicos con otros países?

Hay por delante años de discusiones con los 27 estados miembros de la UE. Pero al menos podríamos evitar salir de la UE sin ningún acuerdo, limitando así el shock inmediato de la salida en la forma de un largo y molesto periodo de transición.

Por supuesto, el problema es que en enero la Cámara de los Comunes británica rechazó la propuesta de May por un margen de más de 200 votos, en la mayor derrota sufrida por un gobierno británico de la que se tenga memoria. Hubo tres objeciones principales al acuerdo.

Algunos creían que ningún acuerdo podía ser mejor que cancelar el Brexit y permanecer en la UE, idea que muchos de este grupo querían poner a prueba en un segundo referendo. Otros observaron que había demasiado pocos detalles acerca de la relación futura con los vecinos más cercanos del Reino Unido. Y otros, los nacionalistas ingleses del ala derecha del Partido Conservador, se opusieron a las disposiciones alcanzadas para la frontera terrestre entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda.

El tema de la frontera irlandesa –un símbolo práctico de la destructividad potencialmente violenta de la política identitaria de Irlanda- plantea interrogantes tanto de índole de seguridad como comercial. May misma considera que está estrechamente vinculado al Acuerdo del Viernes Santo de 1998, que puso fin a la violencia fratricida en Irlanda del Norte. Nadie quiere arriesgar el retorno de “the Troubles”.

El problema económico y comercial que plantea la frontera irlandesa es sencillo. Una de las principales razones de que Gran Bretaña no quisiera unirse a la Comunidad Económica Europea en las décadas de los 50 y 60 fue su deseo de establecer acuerdos de libre comercio con los países europeos. Querían una unión aduanera con un arancel externo que protegiera a los países miembros de importaciones desde terceros países. Sin eso, ¿cómo podría un granjero de los países del Benelux o Francia estar seguro de que un cordero importado desde el Reino Unido había venido efectivamente de allí y no, digamos, de Nueva Zelanda?

No existe ningún lugar en el mundo en que dos países o grupos de países con regímenes comerciales y normativos diferentes no tengan una frontera dura entre ellos. Es más, no hay tecnología alguna que haga posible el manejo de una frontera sin detener y controlar los bienes que la crucen. Este es un tema fundamental para la UE, que debe velar por la coherencia y la integridad de su mercado único.

La propuesta de May propone una salvaguarda o backstop para tratar el asunto hasta que Gran Bretaña, en un futuro lejano, llegue a un acuerdo comercial completo con Europa. Hasta entonces, seguiría formando parte de la unión aduanera de la UE. No debería representar ningún problema, porque la idea de que podemos llevar con éxito una política comercial propia está demostrando ser ilusoria, como se había predicho.

Pero los oponentes de derechas de May argumentan que la salvaguarda mantendría al Reino Unido en la unión aduanera para siempre, y que ella se niega a enfrentárseles. Así que May está tratando de negociar algún tipo de acuerdo legalmente vinculante con la UE para garantizar una fecha de término de la salvaguarda. Sin embargo, una salvaguarda sin respaldo sería como una póliza de seguros que se pagara siempre que el Reino Unido decidiera dejar de pagar la prima.

Entonces, ¿cuál exactamente es el juego de la gallina? En primer lugar, May amenaza a sus críticos en el Parlamento con hacer correr el asunto contra reloj hasta el 29 de marzo, el plazo para que el Reino Unido abandone la UE, con o sin acuerdo. Si hasta aquí ninguno de los conductores se aparta, se produciría un devastador choque para el Reino Unido que ningún primer ministro debería contemplar. Pero May se niega a permitir que el Parlamento vote para descartar un Brexit “sin acuerdo” o postergar la fecha de salida para dar más tiempo de negociación al Reino Unido.

Los otros oponentes en el juego de la gallina de May son los 27 miembros de la UE. No quieren un choque, pero tampoco abandonar a la República de Irlanda o sabotear su propio mercado único.

Si esta política de ver quién es más valiente sale mal, la víctima sería la economía, los empleos, el comercio y la reputación internacional del Reino Unido. Supongo que la UE teme también grandes perturbaciones, pero piensa que May va de farol. ¿Cómo un líder democrático podría ser tan irresponsable para aplacar a una camarilla de nacionalistas de derechas cuya fiabilidad y honradez son cuestionables, en el mejor de los casos?

Por otra parte, y adaptando una cita del escritor inglés Saki, sabemos que nuestros líderes políticos están casados con la razón y la verdad pero, como otros matrimonios, a veces viven separados. Mientras tanto, los coches aceleran, la distancia que los separa se acorta y nadie se ha apartado todavía.

Chris Patten, the last British governor of Hong Kong and a former EU commissioner for external affairs, is Chancellor of the University of Oxford. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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