El juego de Rusia en Siria apunta a Europa

Una cosa está clara en Siria: ya no quedan soluciones buenas.

Y no las hay desde aquel aciago miércoles de agosto de 2013 en que la maquinaria bélica del presidente sirio Bashar al-Assad usó armas químicas y así cruzó la “línea roja” que, según la advertencia del presidente de los Estados Unidos Barack Obama, provocaría una respuesta militar estadounidense. Entonces la oposición moderada todavía estaba en pie y Estado Islámico aún no había salido de las sombras. Pero a último minuto, Obama dio marcha atrás y se abstuvo de intervenir.

De ese lapsus ya no hay vuelta. Pero en el infierno de malas soluciones que aún quedan en Siria, algunas son peores que otras. Y la que ideó el presidente ruso Vladímir Putin es, probablemente, la más infernal de todas.

Los bombardeos rusos se han concentrado en blancos situados alrededor de las ciudades de Idlib, Homs y Hama; áreas que, según observadores independientes, grupos de seguimiento de la yihad y otros que analizan los videos publicados en Internet por las mismas autoridades rusas, no son bases de Estado Islámico. Es decir: el objetivo principal de los ataques rusos es debilitar a toda la oposición, incluida la oposición democrática que combate al régimen de Assad.

De modo que lo que busca la intervención rusa no es colaborar con la “lucha contra el terrorismo”, como proclaman los propagandistas del Kremlin, sino devolver a como dé lugar el control político al régimen que engendró el terrorismo para empezar. Más precisamente, el objetivo de Rusia es salvar (tras un largo período de apoyo a distancia) una dictadura que las autoridades estadounidenses y francesas describen como responsable de más de 250 000 muertes desde 2011. Un régimen que además, contribuyó con sus acciones al terrorífico ascenso de Estado Islámico, que le da a Assad un argumento triunfal en su búsqueda de apoyo internacional (y una excusa a Rusia).

Habrá quien diga que “lo pasado, pasado” y que en vista del desastre general en Siria, la intervención rusa al menos servirá para frenar la caída libre del país. Pero la primera consecuencia de la ofensiva de Putin (en la que se emplean métodos probados en las dos guerras de Chechenia y sin el “obstáculo”, por decirlo suavemente, de las precauciones que respetan las fuerzas armadas occidentales) será aumentar, en vez de disminuir, la cantidad de bajas civiles.

El mundo se horrorizó, y con razón, cuando hace unos días Estados Unidos bombardeó por error el hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz (Afganistán). Pero ¿cuántos Kunduz dejarán en Siria los ataques rusos si el Kremlin insiste en usar bombas no guiadas en vez de misiles dirigidos? (Es sólo un ejemplo de las tácticas de Rusia, pero dice mucho sobre el modo en que Putin pretende llevar adelante su nueva aventura en el extranjero.)

¿Y puede alguien creer, incluso por un momento, que la intervención de Rusia reducirá, en vez de agravar, la crisis de refugiados sirios? Los métodos de Putin obligan a decenas de miles de civiles a huir de bombardeos indiscriminados, dan vía libre a los escuadrones de la muerte de un régimen que los últimos meses comenzaba a mostrar signos de agotamiento y aniquilan cualquier última esperanza de crear zonas seguras efectivas en el norte de Jordania y el sur de Turquía.

Ahora, incluso los últimos opositores del régimen que resistían comenzarán a aparecer por los caminos de Europa. Léase bien: no aparecerán por los caminos de Rusia, porque a diferencia de Alemania o Francia, Putin no vacilará (a la vez que aterroriza a los futuros refugiados sirios) en cerrarles la puerta en las narices.

Putin tampoco se molesta en ocultar sus intenciones en Siria. En medios rusos se difundió una noticia que, curiosamente, pasó inadvertida en Occidente: el envío a Latakia del crucero misilístico Moskva, fuertemente provisto de armamento antiaéreo.

A menos que Putin sepa algo que el resto del mundo ignora, Estado Islámico no se ha hecho de una fuerza aérea que haya que neutralizar. No; es evidente que el Kremlin considerará blanco legítimo cualquier avión que pase sobre un territorio que en opinión de Rusia esté bajo su control. Y como ese avión necesariamente ha de llevar bandera de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Turquía u otro miembro de la coalición que combate a Estado Islámico, no es difícil imaginar cómo la intervención rusa puede llevar a una escalada internacional de la guerra civil siria.

Felizmente, todavía no llegamos a ese punto. Pero no nos engañemos pensando que las operaciones militares de Rusia (que hasta ahora no han tenido otro objetivo que darle el dominio del espacio aéreo sirio y proteger sus intereses en el terreno) buscan contribuir a la derrota de Estado Islámico.

Putin no sólo es un bombero incendiario, también es un imperialista de la vieja escuela. Su operación en Siria está pensada en parte para distraer la atención del desmembramiento que promueve en Ucrania. Y sus amenazas apenas veladas contra los estados bálticos, Polonia, Finlandia y ahora Turquía (cuyo espacio aéreo y sus relaciones con la OTAN acaban de ser puestas a prueba por la aviación rusa) revelan una estrategia de agresión cuyo objetivo principal es el debilitamiento de Europa.

Los europeos deben darse cuenta del plan de Putin antes de que sea demasiado tarde. En Francia, el canto de sirena de los promotores del aplacamiento se está convirtiendo en una causa nacional, que comparten desde el ultraderechista Frente Nacional hasta elementos de la extrema izquierda (y cada vez más políticos de todas las vertientes más ortodoxas). De hecho, el Kremlin se ha ocupado en congraciarse con secretariados de partido en toda Europa. Una red de vínculos invisibles ha creado lo que podríamos denominar el “Partido Putinista” europeo.

Ya con que el Partido Putinista solamente convocara a los habituales demagogos populistas europeos (desde Nigel Farage en el Reino Unido hasta Viktor Órban en Hungría) bastante malo sería. Pero cuando hasta líderes normalmente considerados estadistas responsables, como el primer ministro italiano Matteo Renzi, comienzan a justificar las acciones de Putin, Europa corre riesgo de hacer trizas la seguridad misma de la que depende su prosperidad.

Bernard-Henri Lévy is one of the founders of the “Nouveaux Philosophes” (New Philosophers) movement. His books include Left in Dark Times: A Stand Against the New Barbarism. Traducción: Esteban Flamini.

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