‘El juego del calamar’ me recuerda los años que pasé en una prisión siria

Los personajes Cho Sang-woo (Park Hae-soo), Lee Jung-jae y (Seong Gi-hun) Jung Ho-yeon (Kang Sae-byeok) en una escena de de 'El juego del calamar', serie producida por Netflix en Corea del Sur. (Youngkyu Park/Netflix vía AP)
Los personajes Cho Sang-woo (Park Hae-soo), Lee Jung-jae y (Seong Gi-hun) Jung Ho-yeon (Kang Sae-byeok) en una escena de de 'El juego del calamar', serie producida por Netflix en Corea del Sur. (Youngkyu Park/Netflix vía AP)

Mucha gente que conozco ha estado viendo el show de Netflix El juego del calamar, un drama distópico en el que los jugadores participan en versiones surrealistas de juegos infantiles tradicionales coreanos. Los perdedores son castigados con la muerte hasta que solo queda una persona con vida.

Mis amigos ven El juego del calamar como una especie de película de terror, una crítica grotesca sobre la brecha entre ricos y pobres en las sociedades capitalistas de hoy. Para ellos es una fantasía, una fábula aterradora.

Pero a mí el show me tiene fascinado por diferentes razones. Para mí, es un recordatorio de los tres años que pasé en las cárceles sirias. He estado viéndolo —y a menudo es una experiencia extremadamente dolorosa— para ver si el show puede ayudarme a darle algún sentido a lo que he vivido.

Todo el programa, que detalla un mundo de brutalidad caprichosa, me ha expuesto a algunas emociones intensas. Pero su sexto episodio, llamado “Gganbu”, es el que me ha golpeado más fuerte. En ese episodio, la historia somete a sus personajes a las pruebas más crueles hasta el momento, pues obliga a que amigos y aliados se enfrenten entre sí.

Cuando se les pide a las y los jugadores que elijan acompañantes, su primer instinto es elegir a su persona favorita. No saben que se arrepentirán de eso más adelante. Cuando se anuncian las reglas del juego, se enteran de la cruda verdad: los dos compañeros competirán entre sí, y quien pierda el juego será “eliminado”.

Dentro de la infame prisión de Saydnaya en Siria, viví la versión real de este episodio. Los guardias fueron a las celdas y le pidieron a mi amigo Jihan que nombrara a su amigo más cercano entre los reclusos. Me sorprendió que no dijera mi nombre. Después de todo, había sido su amigo allí más tiempo que cualquier otra persona.

En cambio, Jihan nombró a otro amigo nuestro. El guardia procedió a entregarle un destornillador y a decirle con voz tranquila: “Usa esto para matar a tu amigo o él tendrá que matarte a ti. Tienes diez minutos”.

El guardia cerró la celda y se alejó. El amigo inmediatamente comenzó a suplicarle a Jihan: “Si me matas, mi hijo se quedará huérfano”.

Pero Jihan no vio ninguna salida a la situación. Sabía que sus seres queridos sufrirían por su muerte. En los segundos finales del plazo, tomó la decisión de matar a su amigo y cargar con esa culpa para siempre. Este fue uno de los momentos más aterradores de mi vida en prisión. Vi a uno de mis amigos matar a otro justo en frente de mis ojos. Ver El juego del calamar me hizo revivir todo eso.

Más adelante en el episodio seis, el giro de la trama que involucra a los dos personajes femeninos jóvenes, Sae-byeok y Ji-yeong, me hizo revivir otro momento que experimenté en la vida real. En el episodio, Ji-yeong decide sacrificar su vida y dejar que Sae-byeok gane. Ella cree que a Sae-byeok le espera un mejor futuro y una vida mejor después del juego, por lo que le permite ganar.

Ver a Ji-yeong me recordó mucho a mi primo Bashir, quien pasó meses en prisión con nosotros. A diferencia de Ji-yeong, nunca estuvo en una posición en la que se sacrificara directamente, pero creo, sin lugar a dudas, que lo habría hecho si le hubieran dado la oportunidad. Sin embargo, hizo eso mismo de manera indirecta: le dio a otros fuerzas para sobrevivir. A pesar de que se estaba muriendo de hambre como todos los demás, compartía su comida con los que estaban más débiles que él. Y al igual que Ji-yeong, de alguna manera logró seguir sonriendo a pesar de los horrores que estaba sufriendo en la prisión. Lo recuerdo siempre sentado con los brazos cruzados bajo su barbilla, sonriéndole a todos los prisioneros. Bashir utilizó su sonrisa para ayudarnos a aferrarnos a nuestra humanidad.

Constantemente me hablaba sobre el maravilloso futuro que me esperaba fuera de la prisión, y siempre hizo todo lo posible para darme una razón para seguir viviendo. El 3 de marzo de 2014, Bashir murió en mis brazos. Mientras agonizaba, me miró y dijo la frase “cien flores”, un regalo simbólico del amor y el perdón más puro. Para mí, esas palabras en árabemit warde— se han convertido desde entonces en sinónimo de bondad y positividad incluso ante la presencia de un gran mal.

Cuando vi esta escena de El juego del calamar, no vi a Sae-byeok ni a Ji-yeong. Me vi a mí y a Bashir, mientras fallecía en mis brazos.

En El juego del calamar, el honorable oficial de policía que busca a su hermano desaparecido arriesga todo para detener esta maquinaria de muerte. Aunque parezca increíble, él también tiene sus equivalentes en la vida real, como el desertor conocido como “César", quien trabajó en una de las prisiones del gobierno sirio y que al final logró sacar clandestinamente miles de fotos de las víctimas.

Hoy, “el juego del calamar” del régimen de Bashar al Asad sigue impune, mientras, por contraste, hace palidecer los niveles de sadismo y criminalidad que vemos en el show. La serie a menudo nos muestra a personajes que se rebelan contra la inhumanidad a la que son sometidos. Eso ofrece cierto alivio a los espectadores, cuyo primer instinto es preguntarse cómo tal salvajismo puede lograr salirse con la suya.

Y, sin embargo, en el mundo real hay muchas personas a las que les parece perfectamente aceptable la normalización del régimen sirio, responsable de torturar hasta la muerte a una cantidad innumerable de personas. Lo único que puedo decir al respecto es que la vida, sin duda, es a veces más extraña que la ficción.

Omar Alshogre es un refugiado sirio, orador público y activista por los derechos humanos.

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