El juicio del ‘caso Faisán’

¿Por qué razón no podría ser yo juez? A menudo me he preguntado: ¿Hubiera sido un buen médico? ¿Y un juez?. Lo primero lo tengo claro porque lo paso peor con una sencilla analítica que en el quirófano. Nada, descartado. Pero, ¿y un juez? Pues leyendo en los periódicos el resumen de las primeras sesiones del famoso asunto del «chivatazo» a ETA de dos policías de a pie, que desbarató en 2006 la detención del aparato extorsionador de la banda criminal con la que entonces negociaba el Gobierno del Sr. Zapatero…Me irrito, me indigno, me sube la tensión arterial y se alteran todas las funciones de mi sensible sistema neurovegetativo. Tengo la molesta sensación de que se están riendo de mí, bueno de mí, del sentido común, de la Justicia y de todos. Y claro, un buen juez no debe irritarse (las iras de la Ley es solo una metáfora) oiga lo que oiga, ni –dicho sea en términos rigurosamente coloquiales– «dar un puñetazo en la mesa», como yo hubiera dado. Es más, un buen juez no se debe guiar por la intuición, los sentimientos –que también los tiene– sino que, ha de aplicar objetivamente la Ley, atendiendo a las pruebas que se han practicado en el juicio, aunque éste, según palabras del fiscal, «tuviese un cierto tufo a conspiración», a mascarada mafiosa más propia de El Padrino.

Nadie en su recto juicio puede comprender, pienso que dos sacrificados policías –insisto, de a pie– secunden una sui géneris estrategia política de pacto con la banda armada del Gobierno, cuando éste negocia con ETA; y que lo hagan, sin más, por su cuenta y riesgo, sin haber recibido previamente las oportunas instrucciones políticas de sus mandos, y de la autoridad. No tiene sentido.

No comprendo, tampoco, que el fiscal les exhortase a que «delataran» a sus superiores; o que reconociese que el supuesto encuentro invocado, como coartada, por uno de los policías, fuera «una falacia dentro de un bulo envuelto en una mentira» (sic); o que una determinada testigo «ha mentido en el juicio para favorecer…» a aquél… Sin recordarles previamente las penas que señala el Código a los autores del delito de falso testimonio y, en su caso, proceder en consecuencia. Si mentir descaradamente es tan barato…la Justicia penal se desacredita y pierde todo su potencial intimidatorio. Se convierte en una inofensiva representación teatral, en un sainete.

Por último, si –como parece– el fiscal general del Estado dio instrucciones por escrito al fiscal del caso para que acuse por el grave delito de colaboración con banda armada a los policías que ocupaban en solitario el banquillo, no se comprende que «prefiriese» (sic), no obstante, una condena por el delito de revelación de secretos, que el Código castiga con una pena benigna. Pues según reiterada jurisprudencia el «chivatazo» no puede equipararse a la mera filtración de un documento administrativo cualquiera por parte del funcionario, sino que se trata de un supuesto de colaboración con la banda armada, delito que no exige compartir los fines de la organización criminal, ni la adhesión a su ideología.

Por eso yo no podría ser un buen juez, está claro. Y no quisiera verme en el lugar de los magistrados del caso Faisán… Porque ni con altas dosis de Bromacepan (Lexatín) superaría las sesiones que restan sin –dicho sea una vez más en términos coloquiales– «dar un puñetazo en la mesa».

Antonio García-Pablos de Molina es catedrático de Derecho Penal y director del Instituto de Criminología de la Complutense.

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