El Kabuki y la cultura japonesa

El teatro japonés tradicional tiene cuatro modalidades básicas: el noh (el más intelectual), el kabuki (el más popular), el kyogen (una especie de entremés), y el bunraku (marionetas), y todos ellos forman parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. En España es un teatro prácticamente desconocido.

Con motivo de la celebración del 150 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Japón y España se acaban de presentar en los Teatros del Canal dos obras de kabuki: «Fuji Musume» (Joven de la glicimia) y «Renjishi» (Dos leones), por la compañía de Heisei Nakamuraza. Es difícil imaginar una representación más perfecta. Es la tercera vez que se ha podido ver kabuki en Madrid. La primera fue en 1987 en el Palacio de Congresos y la segunda, veintiséis años después, en el Círculo de Bellas Artes. También ha tenido lugar recientemente una actuación de teatro noh en Alcalá de Henares dentro del Festival de Artes Escénicas. La anterior fue en 2010 e incluyó también el kyogen. El bunraku ha tenido también alguna atención con demostraciones y conferencias en 2013, 2015 y 2017. En resumen, poca presencia.

El Kabuki y la cultura japonesaLo mismo sucede con el teatro español en Japón, en donde la figura más destacable es, sin duda, la de Nuria Espert con presentación de «La Contradanza», de Francisco Ors, y la participación de Tamasaburo Bando, el mejor actor japonés, y el espléndido montaje de «La casa de Bernarda Alba», de Lorca, entre otros ejemplos; y por parte japonesa la labor incansable del hispanista Yoichi Tajiri, que lleva muchas décadas traduciendo teatro español para representarlo en su país y también en España. Lorca es sin duda el autor preferido porque en alguna forma mágica conecta con la sensibilidad japonesa de una manera muy natural.

El teatro es, sin duda, una vía excepcional para entender y profundizar en la cultura de otros pueblos y el teatro japonés lo escenifica de una manera perfecta. En primer lugar con una estética inmaculada y brillante que genera un verdadero vértigo visual hacia la escena. Cada mirada, cada color, cada traje, cada detalle y elemento escénico tiene su lugar exacto y su impacto concreto. En segundo lugar, la reiteración de palabras y movimientos que en el mundo occidental se trataría de evitar a ultranza para no caer en el aburrimiento que genera toda falta de de variedad y que en el mundo japonés lo que hace es reforzar la calidad y los matices de la acción y magnificar el mensaje básico. Hay, en resumen, un culto a las formas y a la armonía muy distinto y más intenso que el nuestro. La lentitud no les ofende ni les molesta. Les satisface. Les reconforta.

El pudor extremo al expresar los sentimientos es otra clave de la cultura japonesa que es difícil de valorar y entender desde nuestra óptica. Traducir al japonés expresiones como «te quiero» o «te amo» no es tarea fácil. En esa lengua el sentimiento amoroso se limita a afirmar como máximo: «me gustas». Algo similar sucede con el sentido del humor que se ejerce con muchas limitaciones y que evita acercarse a la zafiedad en todo lo posible. Es muy raro que un japonés cuente un chiste en una reunión y si lo hace se preocupará de que no dañe a ninguno de los presentes.

La identificación con la naturaleza y el papel de la religión serían dos claves diferenciales importantes. En cuanto a la primera el signo distintivo reside en la aceptación de la naturaleza en todas sus formas, es decir, incluyendo no solo las formas más amables sino también las más violentas y dolorosas. En el mundo europeo la tendencia básica es a dominar y controlar la naturaleza, mientras que en Japón la idea esencial es convivir con ella en equilibrio y armonía y, también, como pedía el pensador Tetsuro, con «bella resignación», una virtud indispensable en un país en el que tienen lugar seísmos leves prácticamente diarios y que acumula el veinte por ciento de los terremotos del mundo superiores a los seis grados en la escala Richter. Todo ello se puso de manifiesto en el terrible tsunami que asoló Fukushima y otras publicaciones el 11 de marzo de 2011 y dejó más de 16.000 muertos y varios miles de desaparecidos.

Finalmente el papel de la religión que también afecta a la relación con la naturaleza y en conjunto a la actitud social de los japoneses, una actitud en la que el interés colectivo predomina de forma absoluta sobre el individual. El sintoísmo (la religión originaria y la del Estado hasta 1945), ahora claramente superado por el budismo, no ofrece una deidad única. Afirma la existencia de muchas divinidades («kami») que se encuentran en la naturaleza o en seres espirituales superiores. Ni el sintoísmo ni el budismo son monoteístas, ni tienen dogmas, ni libros sagrados, ni buscan por principio su expansión o desarrollo. No proclaman su condición de religiones verdaderas y, aún menos, la de ser la única verdadera. Ambas religiones (hay expertos que dudan que técnicamente lo sean) descansan sus mensajes en la meditación, en la armonía y en el control de las pasiones humanas hasta alcanzar la iluminación o el nirvana y en ese proceso el respeto y la identificación con la naturaleza es un elemento constante.

Estas reflexiones con motivo de una reciente presentación del kabuki en Madrid, deben concluir con un llamamiento a conocer mejor la calidad de una cultura admirable y a mejorar en todos los aspectos la relación con un país, tercera potencia económica del mundo, que va a ser decisivo en la geopolítica actual, un país que nos ama, nos entiende y nos valora con más generosidad y con más dedicación de la que le ofrecemos nosotros.

Antonio Garrigues Walker, jurista.

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