El laberinto climático

La XXI Conferencia Internacional sobre el cambio climático que se reúne en París entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre no puede permitirse el lujo del fracaso. Los datos abrumadores sobre el cambio del clima han establecido ya de manera inequívoca una relación del calentamiento con la actividad humana y, ante este comportamiento galopante, el tiempo apremia.

Es cierto que el calentamiento global es aún una fuente de controversias. Pero nadie debería dudar hoy de las conclusiones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC), un grupo en el que, desde su constitución hace ya 25 años, han participado varios millares de científicos repartidos por todo el mundo (participan 195 países) trabajando conjuntamente bajo el apadrinamiento de la ONU y que ya ha sido galardonado por un Premio Nobel. En su último informe, consensuado por 259 expertos en climatología, el GIECC fue más tajante que nunca: la temperatura de la superficie de la Tierra se ha elevado de 0,85 grados desde el año 1880 y la acción humana es, con muy alta probabilidad, la principal causa de este calentamiento desde el principio de la industrialización. Los gases de efecto invernadero eyectados a la atmósfera, sobre todo el dióxido de carbono por combustión del petróleo, el gas y el carbón, captan la radiación infrarroja produciendo este calentamiento global.

El laberinto climáticoSin embargo hay un gran número de incrédulos que piensan que estas conclusiones son un engaño, sobre todo en EEUU, donde sólo un 40% de los ciudadanos acepta aún hoy que la principal causa del calentamiento pueda ser la acción humana. Algunas empresas que comercializan combustibles fósiles, ligadas a veces a 'think tanks' ultraconservadores, han sido responsables de financiar y respaldar a quienes defienden estas ideas, tratando además de manipular a los medios. En Europa la situación es diferente; los incrédulos no están ligados aquí a los 'lobbies' de las petroleras, pero sus motivaciones siguen siendo más políticas o ideológicas que científicas. Estos escépticos europeos, al rechazar las conclusiones del GIECC, tratan de defender el progreso científico-tecnológico contra unos supuestos adversarios de ideología ecologista calificada de roja y/o verde. Algunos creen que los científicos y los ecologistas han inventado esto del calentamiento con el fin de conseguir mejor financiación para sus investigaciones y actividades.

Se argumenta a veces que la actividad solar podría ser la causa real del calentamiento global observado. Efectivamente, el Sol experimenta ciclos de actividad que presentan máximos y mínimos con un período de 11 años. La evolución histórica de estos ciclos puede ser estudiada gracias al número de manchas solares que los astrónomos vienen observando disciplinada y sistemáticamente desde hace siglos. Sabemos, por ejemplo, que entre 1645 y 1715 hubo un pronunciado mínimo en la actividad solar (mínimo de Maunder) que ha sido relacionado con los inviernos particularmente crudos de ese período. Algunos astrónomos pensaban hasta hace poco que la actividad solar había ido incrementándose desde aquel mínimo. Pero, debido a su gran importancia por su potencial relación con el clima, los datos solares de los últimos cuatro siglos han sido revisados, recalibrados y homogeneizados recientemente, y las conclusiones que se presentaron en la asamblea general de la Unión Astronómica Internacional del pasado mes de agosto no dejan ahora lugar a ninguna duda. Desde el 'mínimo de Maunder', la actividad solar y su ciclo de 11 años han permanecido estables y el calentamiento que surgió con la revolución industrial prolongándose durante el último siglo no puede ser atribuido a un incremento de la luminosidad solar.

Así pues, en el medio científico, la controversia sobre el origen del calentamiento ya está superada, ningún experto serio en climatología duda ya de que, tal y como sugiere el GIECC, el calentamiento global tiene su origen en la actividad humana. Es cierto que entre los científicos existen otras controversias relacionadas con el clima, pero éstas son de índole muy diferente. Por ejemplo, se debate intensamente sobre los métodos empleados para el desarrollo y la utilización de los modelos numéricos que son indispensables para prever el clima a largo plazo, entre ellos los empleados por el GIECC para extrapolar el clima de las décadas futuras. Estos modelos consideran procesos físicos extremadamente complejos que han de ser parametrizados y simplificados para que los cálculos sean viables. A partir de los resultados de estos modelos globales es necesario descender de escala para extraer conclusiones a nivel regional y local, y es muy complicado evaluar las consecuencias del cambio climático global en una escala local. Las irregularidades del globo terráqueo, del terreno, y múltiples factores sociales y económicos hacen que efectos como las catástrofes locales (como sequías e inundaciones) y las migraciones masivas sean difíciles de predecir. Los climatólogos someten sus métodos a un escrutinio constante y, mediante sus controversias internas, tratan de mejorar los modelos y de afinar en sus predicciones.

Según estas predicciones, si la concentración de dióxido de carbono sigue aumentando tan rápidamente como ahora, manteniéndose la tendencia actual de calentamiento, la temperatura del planeta se incrementará en unos cuatro grados al final de siglo. Los riesgos sobre la alimentación, sobre todo en África, asociados a la modificación de la eficiencia de la agricultura, y los efectos sobre las zonas costeras por la elevación del nivel del mar serán devastadores. Para no llegar a este abismo, parece indispensable acotar el calentamiento a dos grados con respecto a la época pre-industrial, un objetivo que ha sido enunciado repetidamente desde los años 1990. Para alcanzar este objetivo se requiere reducir las emisiones de gases de efecto invernadero inmediatamente, de forma que lleguen a un nivel nulo en dos o tres generaciones. Aun con este calentamiento de dos grados, el GIECC advierte que los desequilibrios serán muy importantes: se producirá una gran mortalidad de árboles, se continuarán destruyendo glaciares y arrecifes de coral y el nivel del mar podrá llegar a aumentar hasta 45 centímetros, con los consiguientes riesgos en las costas. Pero éste es el escenario más optimista, en el que quizá el hombre pueda adaptarse a los desequilibrios de manera moderadamente traumática.

Así pues, esta conferencia mundial no puede permitirse el lujo de fracasar en París, los gobiernos deben comprometerse a limitar estos modos de producción que nos conducen al precipicio. Pero también es importante que continúe y se acreciente la concienciación moral ciudadana impulsada por las grandes autoridades morales e intelectuales, entre los que cabe destacar al Papa, que ya se ha expresado muy claramente sobre el tema. En última instancia, la sociedad moderna debe buscar nuevos paradigmas de calidad de vida que no estén basados exclusivamente en el consumo, permitiendo reducir la quema de combustibles fósiles.

En todo este proceso, los científicos deben poder jugar un papel clave y apolítico. Pero en su ejercicio profesional, a los científicos les resulta a veces imposible mantener un compromiso político neutro. Por conllevar unas exigencias muy importantes a los gobiernos que han de enfrentarse a los enormes retos planteados, la pericia profesional del GIECC puede correr el riesgo de politizarse. Resulta pues imprescindible que el GIECC refuerce su transparencia y que haga uso de todos los procedimientos técnicos a su alcance para dar mayor robustez científica a sus conclusiones, pues sólo de esta manera puede consolidar su credibilidad ante todo tipo de políticos. Tal y como defiende el influyente sociólogo alemán Ulrich Beck, creador de los conceptos 'segunda modernidad' y 'sociedad del riesgo', la ciencia se ha convertido ya en el medio imprescindible (aunque quizá insuficiente) para elaborar "una definición de la verdad que quede establecida socialmente".

El debate climático es un ejemplo vivo de los múltiples debates que la humanidad debe emprender para tomar decisiones sobre muchos otros temas que poseen facetas científicas, sociales y económicas; pensemos por ejemplo en la energía nuclear, en la vulnerabilidad de la biodiversidad o en los organismos modificados genéticamente. El 'hilo de Ariadna' que nos saque del laberinto climático habrá de ser un profundo debate, como el que esperamos en París, centrado en sus responsables, sus consecuencias, y en los medios técnicos y políticos para hacer frente a este formidable desafío.

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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