El laberinto de la gobernabilidad

El día 19 de julio se constituirá de nuevo el Congreso. Ahora le toca a Rajoy, pensarán muchos. El calendario que no se pudo consumar debido a la retirada táctica del presidente en funciones de la responsabilidad de la investidura en la legislatura fallida anterior, se realizará ahora en un camino que puede ser rápido o tortuoso. Rápido si el PSOE oye las voces de sus dirigentes con más tiempo en estas llanuras del sistema, con Felipe González como buque insignia, y se abstiene ante una investidura del Partido Popular (agosto sería una buena fecha, es cuando suelen suceder este tipo de actos “sorpresivos”). Tortuoso si el PSOE decide mantenerse en su “no” a la investidura, mientras Pedro Sánchez gana tiempo a esas espadas en alto que les esperan en el congreso de su partido, y el PP decide a su vez parar el tiempo en espera de unas elecciones vascas que le puedan dar como aliado el nacionalismo conservador de esa parte de la peninsula (maestros en el manejo de los silencios en comparación con los mediterráneos). Si la cosa finalmente se cuece a ritmo lento, veremos movimientos inesperados, un poco a la catalana manera y también probablemente desde Catalunya, como veremos también el retorno de los debates posteriores al 20 de diciembre. Es decir que si es posible un gobierno Ciudadanos, PSOE y las distintas áreas confluentes, o bien si lo es un gobierno de Unidos Podemos, En Comú Podem, En Marea, etc., con el PSOE. Acabamos de vivir el mayor bloqueo político desde la transición y andamos por campos no previstos, pero eso no parece haber conllevado la más mínima reflexión y algunos parecen dispuestos a transitar por las mismas vías, con el mismo discurso, con pocas armas más que un cirio para ver si esta vez se resuelve, sea como sea, lo que la otra no se resolvió.

Todo ello se establece como una batalla contra el tiempo. Contra el tiempo corto en el que el PP amenaza al PSOE con ir sin problemas a nuevas elecciones, pero en realidad contra el tiempo que marca el fin de todo un sistema político encerrado en si mismo. Todo ello puede ser diferente. La historia nunca está escrita y a pesar del ensimismamiento veremos qué pasa cuando a finales de julio aparezcan los informes de estrés bancario y la previsible crisis italiana deviene de nuevo una crisis europea. El bloqueo del sistema político, aquel que conlleva la dificultad para formar gobierno, va mucho más allá de un problema aritmético. Responde a problemas de fondo que no se quieren afrontar. Es más, en esa incapacidad se encuentra la realidad de que la ideología de la “gobernabilidad” se acaba imponiendo al mismo resultado de las urnas, proponiendo coaliciones que en ningún caso emanan de ellas. Esa crisis no se llama ni PP, ni PSOE, ni C’s, ni Unidos Podemos, se llama desigualdad, somos ya, según la organización Oxfam, el segundo país donde más ha crecido después de Chipre de toda la OCDE; se llama corrupción, aquí andamos ya batiendo cimas a cada nuevo año que pasa y en el camino de superar nuevos récords; se llama territorialidad y plurinacionalidad, con un marco autonómico agotado y una realidad plurinacional emergente. Ejes de unas tensiones y contradicciones que no se solucionan sólo con nuevos gobiernos forzados hasta el filo de lo imposible, para ni superar probablemente ni el ecuador de la legislatura, sino con amplios acuerdos surgidos de un nuevo proceso constituyente, que en la realidad actual deberán ser ya procesos constituyentes. En este sentido, el problema de la “gobernabilidad” sublima, esconde y pretende subyugar la base de un problema mucho más amplio y lleva a una mayor deslegitimación del propio sistema. ¿Podría ser diferente? Podría, pero no parece que los partidos de siempre estén por la labor, anclándose así a una crisis permanente. Lo viejo intenta sobrevivir, pero no afrontar, y en la medida que eso siga sucediendo lo nuevo tendrá que seguir creciendo fuera del laberinto, en una batalla no para ganar tiempo sino para construir uno nuevo que sea constituyente. Esto sólo acaba de empezar y hay mimbres y brisas que devendrán vientos para seguir construyendo ese nuevo tiempo, fuera de las tórridas y humeantes espirales que ya sólo saben girar sobre si mismas. Deberemos así seguir trabajando en la sucesión de cambios en diversos niveles, en prepararlos mejor y en producir una acumulación de esperanzas que eclosionen más temprano que tarde.

Xavier Domènech es diputado por Barcelona en Comú.

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