El laberinto de la ley

En su reflexión crítica sobre las lagunas del derecho, Hans Kelsen menciona una ley que no sería en modo alguno imposible de aplicar, pero que de serlo fuera “a tal punto inoportuna e injusta”, sin duda porque el legislador al elaborarla no pensó en el caso sobrevenido. Tal cosa ha sucedido con las normas que regulan las elecciones de órganos de gobierno de ayuntamientos y comunidades autónomas. A diferencia de otras leyes reguladoras del proceso político, y estabilizadoras, como la inserción de la fórmula cancilleral en la Constitución, la proliferación de partidos respecto del bipartidismo imperfecto inicial, ha producido en España un caos que está perturbando gravemente el funcionamiento de nuestra democracia en los niveles municipal y de comunidad autónoma. Otros países europeos, como Francia o Italia, han previsto distintas soluciones para salvar ese obstáculo. Sería oportuno abordarlo también aquí, y con urgencia.

La ley en cuanto tal no está siendo vulnerada; el espíritu de la ley queda por los suelos. Está resultando normal que la lista más votada pierda toda posibilidad, aun cuando su margen sea muy amplio, por la combinación de votos heterogéneos que solo tienen entre sí la voluntad de derribo. Es lo ocurrido en Madrid, está a punto de pasar en Navarra, y los casos se han sucedido y se multiplican. Incluso el hecho de que una lista logre la posición de minoría ampliamente mayoritaria parece convertirse en un aliciente para que los demás emprendan de inmediato las negociaciones con tal de subvertir la lógica democrática. En condiciones normales, los partidos tenderían a agruparse de acuerdo con las afinidades y las distancias programáticas. Aquí y ahora esto no cuenta. Como está más al sur, en Castilla-La Mancha se ponen de acuerdo PSOE y Ciudadanos; como cae más al norte, Ciudadanos pacta con el PP en Castilla y León a fin de desplazar a toda costa al PSOE. Incluso como todo se desenvuelve en el ambiente del napolitano io do una cosa a te, tu dai una cosa a me, el juego de las compensaciones llega al extremo de que alcance la alcaldía alguien apenas votado (Palencia) o sea nombrado quien está más solo que la una (Melilla).

Los efectos de este caos organizado son perversos en todas las direcciones. El contenido ideológico o programático va a la basura ante las preferencias de todos por alcanzar su porción en la tarta del poder. De nada valen los eufemismos, en lo cual Ciudadanos ha superado todas las expectativas, al disimular en términos inaceptables que se aúpa sobre la extrema derecha con tal de desplazar al PSOE. Adiós sueño de modernidad. El Partido se ha quedado sin argumentos para nada, aunque Arrimadas se esfuerce en decir que Maragall, viejo tránsfuga del PSC, y Ada Colau son casi la misma cosa, y solo le quedan los denuestos y amenazas contra quienes se oponen a las decisiones del jefe supremo. Claro que el PSOE en Navarra tampoco ha brillado, sin que valgan los rodeos para acabar aceptando a Bildu en los órganos de gobierno. A todo esto, el votante queda necesariamente perplejo. Si ha votado a la minoría mayoritaria, su voto se ha perdido; si ha pensado que su partido tiene unas líneas rojas, especialmente contra la extrema derecha, ha sido víctima de un engaño ante la integración de Vox, posfranquismo puro, con consecuencias muy graves para la futura gestión democrática. Cabe pensar que la factura de esta segunda ronda de elecciones va a ser pagada sobre todo por la propia democracia, y por el PSOE. A medio plazo, puede que también por Ciudadanos, cuyo crecimiento no le lleva más allá del puesto de segundón del PP, y segundón contaminado, revelando el vacío de su proyecto político.

Para el PSOE ha sido un éxito amargo. Antes del 26-M se veían ya los signos de una competición para maximizar cada uno sus ventajas frente a Pedro Sánchez. No era posible un gobierno fuera del PSOE, pero sí que se cerraran todos contra él. Podemos ya abrió el juego, regresando al papel de Pablo Iglesias S.A., al margen de los intereses democráticos. Gobernabilidad, ¿para qué? Lo suyo ha sido y es un diktat, indiferente como ocurriera frente a Carmena y en 2016, ante la victoria que por su no obtendría la derecha. Pablo o muerte, es la consigna. Objetivo: imponer la hegemonía de Podemos sobre Sánchez de ser aceptada, o mandarle a nuevas elecciones a cara de perro. Ciudadanos acentúa su cruzada contra el “sanchismo” (sic). El PP espera feliz. ERC guarda las formas y en las partidas laterales los demás jugadores buscan solo ganancias.

A falta de haber definido previamente las reglas del juego, para el PSOE se nubla el éxito inicial y su imagen sufre un notable desgaste. Todo ello favorecido por la aplicación de una ley que convirtió los resultados electorales en un bazar político.

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política.

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