El laberinto de la soledad

El ocaso de cuatro décadas de bipartidismo, el final de la influencia nacionalista en la formación de gobierno, el malestar social derivado de la crisis económica y la corrupción, el profundo desapego generacional de quienes consideran que están pagando las consecuencias de abusos ajenos y la radicalización ideológica configuran una ecuación que habría podido imaginar Octavio Paz en su El laberinto de la soledad.

Siguiendo el consejo “no hagas nunca pronósticos y menos sobre el futuro”, se antoja difícil un vaticinio sobre el resultado electoral, pero sí parece claro que el próximo gobierno tendrá que dar respuesta cumplida a asuntos de mayor cuantía, como el malaise catalán, la regeneración política y la sostenibilidad del Estado de bienestar.

A pesar de que España tiene uno de los índices de paro más altos de Europa y una de las tasas de fecundidad más bajas, esta campaña apenas ha propiciado unas pocas generalidades sobre cómo hacer frente a la carga que suponen las pensiones para el sistema asistencial español. Antes de morir, Helmut Schmidt mantuvo un debate con Joschka Fisher en el que calificó la situación de la sociedad europea como una “bomba demográfica”, al legitimar la posición de Merkel de aceptar en Alemania a los refugiados más jóvenes. Poco importaba que fuesen de partidos políticos diferentes.

Cuando el desmadre del gasto público lleva la deuda del Estado por encima del 100% del PIB, el espacio para el Estado de bienestar se reduce (ya advertía Churchill que la socialdemocracia dura en tanto no se acaba el dinero) y aunque la prudencia aconsejaría su reconsideración, aquí nadie quiere amargarle la fiesta al votante.

Las pautas de lo que viene hay que abstraerlas de los alineamientos y desencuentros de los candidatos, que han mantenido discursos prácticamente idénticos y han organizado sus actos de campaña sin tomar riesgos –no está el horno para bollos– y en escenarios bien distintos (de las plazas de toros a los campos de alcachofas).

Rajoy se ha exhibido erguido y presidencial cuando, opositor, ha defendido el temario económico, y fastidiado cuando le han acechado con la inextinguible corrupción, sobre todo por el teóricamente más próximo. Un efecto mata al otro. Además, cuando presumía de sus logros económicos, Iglesias le propinó una amable tarascada: “¡Y tres huevos duros!”. La coletilla de Groucho Marx en Una noche en la ópera le sirvió al incrédulo Pablo para martillear, a vueltas con los dos millones de empleos alardeados, al candidato Mariano, quien ha engolosinado a los diletantes con la promesa de bajar los impuestos.

El resto, manejando a su antojo el consejo de Colbert (“El arte de los impuestos consiste en desplumar al ganso de forma tal que se obtenga la mayor cantidad de plumas con el menos ruido”), ha apelado a combatir el fraude y aumentar la presión fiscal para atender sus catálogos de promesas. Ya vendrán los graznidos.

Podemos ha ofrecido una campaña gozosa y desenfadada. Apoyado en publicistas de talento, se ha desplazado a posiciones más templadas –de Grecia, ni media palabra–, lo que parece augurarle mejores resultados.

Entre ambos, Ciudadanos, arriesgando más que nadie, y los socialistas, en modo clavillo del abanico, atrapados en el dilema que plantean dos opciones deletéreas: la coalición PP-PSOE (dejaría a Podemos con el liderazgo de la oposición en exclusiva) o la opción Podemos-PSOE (que, de prosperar el derecho a decidir, podría activar fracturas internas ). Demasiados efectos secundarios.

La pregunta que cabría hacerse es si en este tiempo, en función de los acontecimientos, el cuerpo electoral ha evolucionado y, por tanto, si ha existido realmente impacto en el ánimo de los electores. Una pasada de dron, a alta velocidad y baja altura, permite aventurar que el paisaje no ha cambiado de forma significativa. En Andalucía, dos expresidentes de la Junta han sido procesados, en Catalunya el relevo en la presidencia de la Generalitat y la disolución de Convergencia i Unió, en tanto que el Partido Popular ha tenido que depositar una fianza para responder a la acusación de un juez por delito electoral.

Los candidatos son los mismos –salvo la coalición Podemos-Izquierda Unida–, los programas no contienen novedades sustanciales, los escasos debates no perturban los supuestos de partida y la interinidad a la italiana no acarrea convulsiones ya que, oliéndose la tostada, el gobierno saliente fue previsor aprobando el presupuesto.

Todo parece indicar que formar gobierno va a encontrar idénticas dificultades que en diciembre, porque el PP está en una esquina, sin nadie a su derecha y con dificultades para pactar, y Ciudadanos –“váyase, señor Rajoy”–, al querer evitar el abrazo del oso, pretende dejar una puerta abierta al PSOE como se vio en el debate, donde no hubo ninguna fricción entre ellos.

Escribe Octavio Paz: “El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro. Se elige por confusión, por belleza o conveniencia; por creer que ‘no hay otra’ o por que “se me va el tren”. Mientras los cuatro candidatos mal conviven en el laberinto de la soledad por la disputa del poder, pueden estar pensando algo parecido, con tal de no obligarnos a sacar de nuevo otros billetes para este ya tórpido viaje.

Luis Sánchez-Merlo

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