El laberinto kurdo

Yarábulus es una ciudad de la frontera norte de Siria, en la orilla occidental del río Éufrates, reducto valioso para los abastecimientos del Estado Islámico (EI) hasta hace unos días, cuando una coalición liderada por la vecina Turquía –con apoyo de rebeldes sirios y aviones norteamericanos– logró liberarla. A lo largo de los 900 kilómetros de frontera, el EI ha venido campando por sus respetos –sin ser molestados por Ankara– trasegando armas y mercenarios o haciendo contrabando de crudo. Se trataba de la primera incursión turca en territorio sirio para combatir al EI, aunque el auténtico objetivo habría sido contener las ambiciones territoriales de los kurdos sirios a quienes Turquía ve como su primer enemigo en ese país.

La operación militar coincidió con la visita del vicepresidente norteamericano, Joe Biden, a la capital turca, con el propósito de suavizar relaciones tras el intento de golpe de Estado y el viaje de Erdogan a San Petersburgo.

El deliberado tono conciliatorio de Biden (fríamente recibido en el aeropuerto de Ankara por el teniente de alcalde de la ciudad) le llevó a hacer una inusitada advertencia a las milicias kurdas de Siria –los aliados más fiables y eficaces de los estadounidenses, en el combate en tierra contra el EI– conminándoles a retirarse de una de las orillas del Éufrates a riesgo de perder el apoyo del Pentágono. Con ello buscaba mitigar una de las pesadillas de Erdogan, mantener a los kurdos sirios alejados de sus fronteras, por temor al contagio, razón última de recuperar Yarábulus, que cayó sin combate ya que cuando llegaron las tropas especiales –escoltadas por los F-16 y los A-10– el EI se había esfumado.

La discrepancia cardinal es que mientras la prioridad de los norteamericanos es derrotar al EI, para Turquía la cuestión kurda prevalece, si bien los últimos ataques terroristas en su territorio han podido alterar esta certeza. De ahí que el silencio complaciente de Biden haya esquivado cuestiones como silenciar la purga, dejar claro que la demanda de extradición de Gülen (otra pesadilla para Erdogan) ofrece pocas evidencias o que la conducta autocrática del sultán le convierte en un aliado poco fiable.

Los kurdos quieren un Estado propio para 40 millones de personas dispersas en cuatro países: Turquía, Irán, Iraq y Siria. Y así lo recuerda cada día el PKK, a base de bombas, lo que enfurece a los turcos con los norteamericanos, aliados de sus enemigos kurdos, a quienes acusan de estar actuando de consuno con los terroristas.

El rompecabezas es complejo: los norteamericanos necesitan seguir teniendo fácil acceso a la base de Incirlick, que Ankara combata a los yihadistas y los kurdos sigan enfrentándose a EI en Siria. Pero antes de nada, el problema kurdo precisa una solución y Washington en algún momento debería liderar un acuerdo que favorezca la paz. De lo contrario, los turcos seguirán viéndolos como una amenaza existencial.

Entre tanto, Turquía, que lleva cincuenta años siendo un aliado estratégico y esencial de la OTAN, una alianza de éxito para la esquizofrénica –y a menudo, incompetente– política exterior estadounidense, sigue con la resaca del intento de golpe y de los efectos derivados de una purga severísima que aflige a prácticamente todos los sectores de la vida turca contagiados por el virus del gülenismo.

Se trata de evitar que un país de tradición secular y población educada se pakistanice, por lo que no sería de descartar que la OTAN arbitrara un mecanismo que permitiera la suspensión temporal de un país cuyo Gobierno emprenda acciones susceptibles de poner en peligro al resto de los aliados.

Antes de asumir nuevos compromisos, como el almacenamiento en Incirlick –vital para las operaciones en Siria– de las armas termonucleares B61-12, la prudencia aconseja clarificar hacia dónde se dirige Erdogan, por si hay que dar un paso atrás. No escasean las voces que se preguntan por qué los norteamericanos no ayudan a los kurdos a crear su propio Estado en el norte de Siria (tendrían otro aliado fiable en Oriente Medio y repositorio propio).

Ya que no parece que vaya a ser posible darle a Erdogan la baza de la extradición de Gülen, los estadounidenses podrían facilitar la compra de los drones Predator y una cooperación mayor en tecnología de defensa. Esto proporcionaría a Ankara garantías de un mayor compromiso de EE.UU. con la seguridad turca y a Washington influencia cara a persuadir a Turquía de dar un paso adelante en la solución del tema kurdo.

La interminable guerra civil siria está desestabilizando Oriente Medio y Europa y un episodio menor, como Yarábulus, podría ser preludio de una entente de los big four (Rusia, Estados Unidos, Turquía e Irán) que ponga fin a esta guerra cruel.

A eso parece apuntar la advertencia de Washington a las milicias kurdas y la tibia condena de la incursión, por parte de Rusia, que ha evitado –por primera vez– llamar “terroristas” a los rebeldes sirios (beneficiarios de la ayuda de la CIA). Ambas señales podrían ser indicadoras de que se esté buscando el final de este viaje a ninguna parte.

Los kurdos, sin Estado, aliados de los norteamericanos, enemigos de los turcos, ahora en desacuerdo con los rebeldes sirios, atrapados en un laberinto. Despejarlo podría ser un camino para poner final a tanto desvarío.

Luis Sánchez-Merlo

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