El laboratorio boliviano

El auge de las diferencias y especificidades culturales y religiosas en todo el mundo suscita interés, pero también tensiones e inquietudes. Y cuando queremos reflexionar sobre las respuestas capaces de aportar un enfoque imparcial y mesurado sobre este fenómeno, pensamos espontáneamente en ciertos países de instructivo ejemplo; empezando por Canadá, donde se inventó el multiculturalismo y por Quebec en particular, donde un filósofo (Taylor) y un historiador (Boucher) presiden una Comisión sobre el "acomodamiento razonable", iniciativa destinada a conciliar en la práctica los valores universales y el reconocimiento de las identidades particulares.

Se trata de comparar experiencias como la de Francia, hostil al multiculturalismo, y la de Gran Bretaña, mucho más abierta a las distintas comunidades. Es menester prestar atención además a los debates anglosajones de filosofía política planteados entre "liberales" (que sólo quieren oír hablar de individuos en la esfera pública) y "comunitarios" (que abogan por el reconocimiento de las identidades particulares en la misma esfera). Por lo demás, solemos atender preferentemente a las sociedades más ricas, del norte, occidentales.

Sin embargo, otras experiencias son también merecedoras de análisis. En Latinoamérica, por ejemplo, se reafirman identidades indias que zarandean al orden establecido y reclaman su atención en un marco en el que prácticamente se hacía caso omiso de su existencia. El caso de Bolivia resulta especialmente impactante al respecto.

En pocos años, en efecto, la faz del debate político ha cambiado por completo. Mucho después de la Revolución de 1952, se seguía prescindiendo de las poblaciones indias como tales. Para aludir a ellas se hablaba de los campesinos, no de aimaras o quechuas. Un racismo denso extendía sus alas sin que fuera cuestionado en ningún momento. Las poblaciones indias sufrían menosprecio y maltrato en la medida en que dominaba la imagen de una sociedad de blancos y mestizos mucho más homogénea que la actual, en relación con la cual llega a hablarse de más de 30 grupos culturales distintos.

Las movilizaciones indias, desde los años ochenta, han modificado profundamente la imagen del país sobre sí mismo. En diciembre del 2005, la elección de Evo Morales, líder de los cocaleros o productores de coca - quien subrayaba enérgicamente su identidad india- a la presidencia de Bolivia no sólo garantizaba el reconocimiento pleno de los indios, sino que también daba fe de su acceso al nivel político más elevado.

Este avance extraordinario ha acabado con el silencio que rodeaba el racismo: es motivo de debate público. El auge de las identidades indígenas ha generado un nuevo ámbito de problemas, sobre todo teniendo en cuenta que un censo en el 2001 midió el peso específico de los grupos indígenas, suscitando vivas polémicas: ¿qué pensar de los mestizos, identidad que muchos toman como factor de referencia? ¿O de los negros, a los que no se suele tener en cuenta? ¿No pesa sobre el país una amenaza de fragmentación cultural, etnicización, incluso radicalización? ¿No agudiza las tensiones regionales el proyecto de un Estado multinacional dominado por mayorías indias, sobre todo en el este, en la provincia de Santa Cruz cuyas autoridades organizaron el pasado 4 de mayo un referéndum ilegal para reforzar sus veleidades autonómicas y debilitar el poder central o, más bien, a quienes lo detentan?

Las tensiones, pues, están a la orden del día. Buena parte de la población, inquieta, teme los peligros de la violencia racial, civil y política mientras se radicaliza la oposición entre el Gobierno neopopulista de Evo Morales y la derecha, sobre todo regional.

Las cuestiones económicas y sociales no son ajenas a este endurecimiento de la situación. Bolivia, al acabar con la invisibilidad de las poblaciones indias e inaugurar el debate sobre el racismo, ha entrado en una nueva era. Este país pobre, alejado de los grandes centros de poder, resulta ser paradójicamente uno de los más principales e interesantes, a escala mundial, para quien quiera reflexionar sobre los problemas del diálogo intercultural y sobre las formas que revisten tanto el racismo como el antirracismo en la actualidad.

Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.