El laborismo necesita ya un nuevo líder

El Partido Laborista del Reino Unido está completamente desunido. Los acontecimientos que han rodeado la remodelación del Gobierno estos últimos días no lo podrían haber ilustrado de un modo más gráfico. Como consecuencia de ello, los británicos nos encontramos debilitados y despistados ante la doble crisis que afecta al país: la económica y la de la absoluta merma de la confianza de la opinión pública en nuestro sistema parlamentario.

Después de lo ocurrido en las elecciones europeas, donde los laboristas sólo hemos obtenido el 15,3% de los votos, mi opinión es que, aun siendo dolorosa, la mejor decisión que podemos tomar los laboristas es cambiar a nuestro actual líder, Gordon Brown, quien ha entregado su vida al Partido Laborista y al servicio público. Sería lo mejor para el partido y para el país. Y estoy convencido de que, si acometemos el cambio, llegaremos con mucha mayor fortaleza a las próximas elecciones, sean cuando sean.

Necesitamos abordar esta cuestión con la máxima urgencia. Sin una orientación clara, la opinión pública nos habrá borrado de su cabeza de manera tan rotunda a mediados del año que viene, cuando se espera que tengan lugar los comicios.

Gordon Brown afronta una situación política completamente diferente de la que heredó en 2007. El escenario actual exige humildad y la capacidad de cambiar en lo fundamental a ojos de una opinión pública harta y recelosa de la clase política. Exige un liderazgo de una clase y una cultura diferentes de las que han funcionado hasta ahora, más transparencia, una mayor disposición a contar con una más amplia variedad de personas, más explicaciones, así como mayor capacidad para afrontar la economía y más sinceridad sobre la situación real.

Es necesario que el líder sea el conductor y el motor de un cambio muy profundo, lo que hace imprescindible unas condiciones de liderazgo sumamente desarrolladas. Gordon Brown no ha demostrado esas habilidades.

Mi miedo es que, a la vista de tamaña empresa, Brown encuentre dificultades para arrastrar tras de sí a un sector mayoritario del Partido Laborista. Todos hemos oído a los militantes recriminar a quienes, dentro del partido, atacan a la dirección. En circunstancias normales, ése sería el argumento que debería prevalecer, pero no en la situación actual, porque a Gordon Brown le va a resultar muy difícil, después de 12 años como ministro de Economía y Hacienda, primero, y como primer ministro después, aparecer como un convincente motor del cambio.

El caso es que se necesita a la máxima urgencia un cambio de cultura en la forma en que se realiza la labor de gobierno. El escándalo por los gastos de representación de los parlamentarios demuestra que la opinión pública no está dispuesta a aceptar que el Gobierno sea algo que se ventila en secreto entre un reducido grupo de personas. Es imprescindible que haya un debate mucho más abierto de los temas. Sólo mediante esa transparencia puede empezar a reconstruirse poco a poco la confianza.

El Partido Laborista no está falto de figuras de peso, dignas de crédito. La remodelación, con todas sus renuncias y dimisiones, ha dado lugar a un gabinete verdaderamente potente. Individualmente considerados, Alistair Darling, David Miliband, Alan Johnson, Peter Mandelson, Jack Straw y Harriet Harman son personalidades sólidas, competentes, de primera fila. Entre los nuevos miembros del gabinete se encuentran Andrew Adonis, Bob Ainsworth y Ben Bradshaw. Cada uno de ellos es una figura importante. Con independencia de los comentarios desdeñosos de la prensa, Bob Ainsworth es una persona por la que sus compañeros de la política, los funcionarios de la Administración civil y de las Fuerzas Armadas profesan un profundo respeto.

Aun a pesar de nuestra debilidad, los conservadores serían vulnerables. Sólo han conseguido un 38% de los votos en las elecciones locales en unos momentos en los que el partido gobernante lleva 12 años en el poder. Es decir, nosotros tenemos las personas y la oposición no está todavía irremediablemente llamada a la victoria en las próximas elecciones generales.

Tenemos una oportunidad. Los dirigentes más capaces de nuestro partido, como David Miliband, Alan Johnson, Jon Cruddas o Harriet Harman, podrían presentar sus candidaturas ante un proceso interno de primarias, y, después, los demás haríamos piña en torno al vencedor, quienquiera que fuese. Esas primarias darían lugar a ese debate que es necesario que tengamos en torno a la orientación que ha de seguir nuestro partido. Además, podríamos volver a conectar con la opinión pública; constituiría la base desde la que restablecer la confianza. Así, se disiparían, en mi opinión, los nubarrones de la desunión y de la desesperación que se ciernen sobre nuestro partido.

Nada de ello garantiza que los laboristas vayamos a ganar las próximas elecciones. Vamos a tener que luchar a fondo por eso y por la confianza, pero habríamos realizado la renovación en un momento en que parece que la política no puede estar ya más desconectada de la opinión pública. Habríamos escuchado y habríamos actuado. Estaríamos preparados para el futuro. Seguir con más de lo mismo ya no es defendible.

Si bien no hay ninguna disposición que constitucionalmente imponga celebrar unas elecciones generales después de haber elegido un nuevo líder, se produciría una presión política importante en ese sentido. Sin embargo, si se introdujeran medidas de calado para eliminar las corruptelas de la política, por ejemplo, o para poner en marcha el desarrollo de reformas y cambios parlamentarios con el apoyo de otros partidos, habría alguna razón más sólida para esperar. Dependerá de la nueva situación y del momento en que se proceda al cambio.

¿Deberíamos apelar al país bajo la sombra del escándalo de los gastos de representación de los parlamentarios? No cabe duda de que una cosa así tendría sus consecuencias, de un modo u otro. Sin embargo, deberíamos haber demostrado como partido que comprendemos la necesidad de un cambio en profundidad mediante la elección de un nuevo líder y la aceptación de la orientación que nos imprima ese nuevo líder.

Sea cual sea el periodo de tiempo que transcurra bajo este nuevo líder, deberíamos estar unidos sin la más mínima fisura tanto en torno a ese nuevo líder como a un programa en el que estemos de acuerdo en lugar de peleados, desunidos y descontentos, como en la actualidad.

Charles Falconer, ex ministro de Justicia del Reino Unido y miembro del Partido Laborista británico.